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Así deben ser las ciudades según el urbanismo feminista

Una de las actividades realizadas por el Col.lectiu Punt 6 / Diego Yriarte

Marta Borraz

Dejar de priorizar la movilidad lineal (de casa al trabajo) e incluir la movilidad que exigen los cuidados (llevar a los niños al parque, acompañar al abuelo al médico...) en la planificación de las ciudades es uno de los objetivos principales del urbanismo feminista. Una forma de diseñar el espacio que quiere tener en cuenta la experiencia de las mujeres a partir del rol de cuidadoras que históricamente se les ha asignado.

Estos colectivos de urbanistas diagnostican que el modelo de ciudad actual tiende a poner en el centro lo relacionado con lo productivo y remunerado, tradicionalmente vinculado a los masculino, mientras el ámbito de lo reproductivo, del que se encargan mayoritariamente las mujeres, es invisible. ¿Responde la ciudad a las necesidades derivadas de todas las personas que están en ella?

“Las tareas de cuidado no tienen dos únicos puntos de salida y llegada, sino muchos más. En un mismo trayecto llevas a los niños y niñas a la escuela, vas al trabajo, al salir pasas por la panadería a comprar el pan, vuelves a la escuela a recogerlos, vas al centro médico a acompañar a un familiar y a la salida vas un rato al parque para que jueguen”, ejemplifica Karmele Rekondo, arquitecta e integrante del colectivo sobre urbanismo inclusivo UrbanIn+.

Este esquema, sin embargo, no se tiene en cuenta a la hora de planificar las ciudades, según denuncia la cooperativa con diez años de esperiencia Col.lectiu Punt6. La integrante y arquitecta Adriana Ciocoletto, asegura que las ciudades “se organizan en zonas alejadas entre sí (residencial, trabajo, centros comerciales, centros sanitarios...) y entendiendo que los desplazamientos que se dan entre ellas se hacen mayoritariamente en vehículo privado. Por ello, unir estos espacios, que responden a las necesidades cotidianas de la vida y el cuidado, se hace complejo”.

¿Qué es el urbanismo feminista?

Frente a esta concepción de la ciudad, que obliga a enfrentar grandes desplazamientos diarios, prioriza los coches, fomenta los espacios en desuso o concibe las calles como lugar de tránsito y no de encuentro, se erige el urbanismo feminista, que engloba aportaciones hechas desde varios ámbitos del urbanismo y la arquitectura sobre la proyección de ciudades sostenibles, aptas para la vida cotidiana y centradas en las necesidades de las personas.

Rekondo explica que hay sujetos excluidos del desarrollo urbano. Pone el ejemplo de las mujeres que limpian en turno nocturno las zonas de oficinas a las afueras de las ciudades: “Normalmente no disponen de coche propio, pero el transporte público a la supuesta hora de salida del trabajo reduce su frecuencia. Es frecuente la imagen de una mujer o un grupo de mujeres que se organizan para no ir solas esperando a un autobús que pasa cada hora en una parada totalmente aislada y solitaria”.

Pero las ciudades diseñadas por el urbanismo feminista no tratan de pensar solo en las mujeres, sino incorporar una visión interseccional que hable de problemas universales y no se reduzca a “las cosas que les pasan a las mujeres”. Por ello, pretenden poner en el centro las necesidades de niños, niñas, personas mayores o personas con diversidad funcional, pero no como sujetos homogéneos, sino teniendo en cuenta otras variables como la edad, la raza o la orientación sexual.

Además, quieren hacer ciudades seguras frente al acoso callejero y romper con la dicotomía entre lo público (trabajo productivo) y lo privado (trabajo reproductivo o de cuidados), asociado tradicionalmente a hombres y mujeres respectivamente, de forma que las ciudades estén dispuestas para la realización de ambas tareas. “La distribución cercana en el territorio de los diferentes usos de la ciudad facilita que todas las personas puedan estar en el ámbito reproductivo”, analiza Zaida Muxi, directora de urbanismo de Santa Coloma de Gramenet (Barcelona).

¿Por qué partir de la experiencia de las mujeres? Porque el rol de cuidadoras asociado a las mujeres, incide Rekondo, “las ha hecho conocedoras del salto que hay entre la ciudad construida y la que necesita la vida cotidiana para la realización de todas sus tareas”. Frente a este papel que históricamente se les ha asociado a ellas, las expertas aseguran que poner en el centro del diseño los cuidados y la socialización, fomentaría que todos, incluidos los hombres, participaran de estas tareas.

Por otro lado, el urbanismo feminista piensa la ciudad como un lugar que responda a las necesidades de todos: “Las personas mayores aproximadamente cada 200 metros necesitan sentarse en un banco, pero eso no se percibe”, dice Ciocoletto. “El diseño de las ciudades no tiene en cuenta las distinas fases de la vida, que las personas podemos ser dependientes o autónomas, que estos estados pueden cambiar y que esto condiciona a las personas que cuidan”, analiza la arquitecta e integrante del colectivo Dunak Taldea, Zuriñe Burgoa.

En su opinión, la puesta en marcha de “espacios con zonas verdes, con sombra, aceras anchas, calles con prioridad peatonal, sin barreras físicas o simbólicas, espacios comunes en los bloques de viviendas o zonas para el encuentro y el descanso” fomenta la construcción de una ciudad “centrada en las necesidades”. Se trata de priorizar unas actividades frente a otras: “Puedes peatonalizar una calle que está llena de tiendas para impulsar el consumo o la calle que conecta con la escuela infantil”, ejemplifica Ciocoletto.

La participación de la ciudadanía

Otro de los objetivos que pretende el urbanismo feminista es potenciar la colectividad y la pluralidad frente al individualismo, para lo que reivindican espacios seguros en los que poder socializar y realizar reuniones, encuentros, asambleas etc. “La plaza, ese lugar de reunión y convivencia, se ha convertido en un lugar individualizado con sillas individuales, cuando las hay, mirando cada una para un lado”, argumenta Rekondo.

“Esas aceras en las que se juntan tres personas y no caben más o esos bancos individuales, ¿cómo van a ser percibidos como espacios amables”, se pregunta Burgoa

Esta falta de espacios para el encuentro es, en su opinión, “un planteamiento simplista que concibe las ciudades únicamente para ir de un sitio a otro y los bloques de vivienda se entienden como espacios privados, pero si tienes que desplazarte de punta a punta de la ciudad para trabajar, dormir y comprar, ¿dónde queda el espacio para la vida?”.

En los últimos años el urbanismo feminista ha comenzado a colarse en algunos ayuntamientos, aunque “luego llevarlo a la práctica es más difícil”, explica Muxi. La urbanista asegura que estas ideas han entrado con fuerza en los equipos consistoriales. En su ayuntamiento se ha hecho un diagnóstico del espacio con perspectiva de género o, por ejemplo, un proyecto participativo con niños y niñas de una escuela para rehabilitar una plaza en función de sus necesidades.

Más allá de la experiencia institucional, los colectivos feministas reivindican que el diseño de las ciudades incorpore la voz de toda la ciudadanía y se construya a través de procesos participativos para que las personas hablen de sus necesidades. “Hasta hace poco la participación era meramente consultiva. Les preguntaban a las personas si querían una plaza redonda o rectangular, pero en ningún caso se les preguntaba si lo que necesitaban era una plaza nueva o si lo prioritario era hacer accesibles las escaleras por ser un barrio envejecido”, concluye Rekondo.

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