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El otro viaje de los 'menas'

El otro viaje de los 'menas'

EFE

Sevilla —

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El primer día que Oudianne llegó a Málaga desde Marruecos quedó petrificada de miedo cuando una vecina la saludó por el balcón. “Fue un mundo nuevo”, confiesa esta joven que se marchó sola de Nador, cerca de Melilla, a los 10 años para acabar aprendiendo español viendo la serie de dibujos animados “Doraemon”.

Su historia es una más de los conocidos como 'menas' (menores extranjeros no acompañados), un fenómeno migratorio que desde finales de los noventa no ha hecho más que crecer en Andalucía, y que hasta septiembre de este año, ha registrado 2.000 casos.

Oudianne no es como la mayoría de 'menas'. No vino en patera, ni debajo de un camión. Viajó en ferri en busca de su padre.

Sus primeros instantes en España no los pasó en un Centro de Acogida Inmediata (CAI), donde los menores tienen su primer choque con su nueva enfrentándose a test biométricos e informes psicológicos. Ella fue a casa de su padre para perder la libertad con un hermano sobreprotector y vivir con miedo constante.

“Quería estudiar y llevar una vida como las demás niñas. Ir al parque una tarde. Y no pude hacer nada de eso”, cuenta con una sorprendente sonrisa. A Oudianne, como al resto de 'menas', le faltó afecto familiar.

“Para cualquier menor es complicado adaptarse a la nueva realidad. Para un 'mena' se suma la inseguridad, el sentirse indefensos”, explica Pilar Moreno, experta en psicología social e inmigración, que añade que “más que terapia, necesitan un ambiente de afecto”.

Esta carencia resulta cada vez más difícil de cubrir por la falta de recursos de acogida inmediata ante el repunte de llegadas. “Vamos a cuadruplicar la atención a los menores este año con respecto al año pasado”, advierte José Carlos Cabrera, mediador intercultural en un CAI de Algeciras, donde afirma que han llegado a atender a 54 niños con 16 plazas, lo que obligó a que durmieran en el suelo.

La figura del mediador es fundamental en el proceso de acogida. No es un mero traductor, sino que trata de crear el espacio cómodo para unos menores que llegan con desorientación, depresión, en shock y con un fuerte estrés postraumático.

“Durante el viaje sufren abusos, violencia y violaciones”, lamenta Silvio Testa, coordinador del Observatorio Frontera Sur, quien coincide en que “si no tienen seguridad y afecto, harán lo que puedan para vivir su vida”.

Sus palabras reflejan los pasos de Oudianne, que tras cuatro años “como una paloma en una jaula” se fugó de su casa en Coín para andar siete horas hasta Málaga de madrugada. “Quería encontrarme a mí misma”.

Oudianne tardó en encontrase. Antes hizo un curso de pastelería, cuidó de una pareja de ancianos, trabajó en una peluquería “para poder comer” y en la recogida de aceitunas, donde llenaba seis cajas al día. “Como un hombre”, recuerda orgullosa. Todo ello, antes de los 16 años.

Admite que tiene la mentalidad de 40 años. “Son infancias robadas”, dice Juan Carlos Espejo, coordinador del centro residencial Prodiversa donde acabó Oudianne. Allí consiguió la confianza y el afecto que tantos 'menas' necesitan.

En los centros residenciales los menores son escolarizados, hacen tareas del hogar, actividades deportivas y “salidas de confianza” con pagas semanales según su comportamiento. El problema llega cuando cumplen los 18 y no pueden quedarse.

Desde la Secretaría de Infancia de la Junta de Andalucía explican que hay programas de inserción laboral para mejorar la empleabilidad, aunque son limitados. Fuentes de la Consejería de Igualdad también admiten que las últimas llegadas han sido inesperadas, y han obligado a poner dispositivos de emergencia para ayudar a los 210 centros de protección repartidos en Andalucía.

“Se da la paradoja de que no hay recursos para que puedan ir a ningún sitio. Es una forma de crear bolsas de marginalidad”, denuncia José Carlos Cabrera, que pide que se actualice una legislación “obsoleta” para que los 'menas' tengan un trato específico, porque calcula que a Cádiz llegan 100 menores al día.

Oudianne tuvo suerte. Desde su centro residencial entró en una empresa de catering. Lejos está ahora aquella niña con miedo que llegó sola. A sus 24 está casada y tiene un hijo de tres años. Quiere escribir un libro que sirva de motivación para otros 'menas' y abrir un pequeño restaurante. “No quiero decir que no hay quien me pare. Es que no quiero parar yo”, sonríe.

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