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La Europa política, gran ausente de estas Elecciones Generales

Manuel Giménez Rasero

Abogado y profesor de Derecho Europeo —

Europa y la Unión Europea han ocupado una parte importante tanto de los programas electorales como de los discursos políticos de la campaña en estas Elecciones Generales de 2015. Sin embargo, en la mayor parte de los problemas que se han discutido en profundidad (crisis de refugiados, desempleo, crecimiento económico), Europa ha aparecido como un elemento residual de temas examinados según criterios eminentemente nacionales.

En cambio, la Unión Europea se ha presentado mayoritariamente en los programas y discursos de los principales partidos políticos (PP, PSOE, Ciudadanos, Podemos) como una serie de presupuestos más o menos comunes y no sometidos a crítica: aumento de los planes de inversión a nivel europeo, profundizar en las cuatro libertades básicas del mercado único, reforzar la política exterior y de seguridad común, abundar en las clásicas unión monetaria y bancaria y en otras como mercados de capitales, fiscalidad o energía. Quedan a salvo algunas cuestiones que aparecen en el programa de Podemos, dirigidas a implicar más fuertemente al sector público europeo en la actividad económica (Propuesta 82 de reforma del Pacto de Estabilidad o Propuesta 84 de modificación del mandato del Banco Central Europeo para que el pleno empleo se constituya en uno de los objetivos) y de democratización institucional (Propuestas 85 a 89). La realización de estas propuestas, sin embargo, sería extraordinariamente difícil en términos de mayorías en las instituciones europeas (Consejos, Comisión Europea y Parlamento) y quedan fuera de las competencias de ningún gobierno español. La ausencia de explicación sobre las actuaciones dirigidas a conseguirlo (algo que sí debía esperarse en el programa electoral) obligan a tomar esas promesas como meras declaraciones que no tendrán en su mano cumplir.

La presentación de Europa como una asunción transversal y consensual, carente de un verdadero contenido político (y, por consiguiente, controvertido), le ha hecho desaparecer de las cuestiones más relevantes en la balanza de votos. Se trata de una doble ausencia de una Europa política, tanto en los programas como en los discursos. Esto no es positivo para una Unión en verdadero riesgo de desaparición, que necesita –más que nunca- consolidarse como un escenario político crítico para decantar las elecciones y, por tanto, no prescindible.

Primera ausencia: Europa en los programas

En el punto de integración marcado por el Tratado de Lisboa, el nivel de responsabilidad política del plano europeo haría exigible un grado de politización igualmente elevado, tanto en Bruselas como en los parlamentos de los estados miembros. Esta politización no se observa en los programas electorales, que no superan la enunciación de objetivos similares (más integración, más Europa) que, aún ambiciosos, no dejan de ser lugares comunes. Además, los principales partidos no debían haber realizado promesas que, constitucionalmente, están ya dentro del ámbito competencial de la Unión Europea. Menos aún, sin informar a los electores de los pasos que prevén adoptar para alcanzarlos, pues son precisamente esas actuaciones intermedias a las que podrían comprometerse y las que faltan en los programas.

La falta de competencias para cumplir las promesas electorales y la falta de elementos distinguibles entre las diferentes propuestas, a la vista de la relevancia que los propios partidos atribuyen a la Unión Europea, hacían esperar que las verdaderas explicaciones se presentaran con fuerza en los discursos a lo largo de la campaña. Estas habían de presentarse como un conjunto explicaciones más concretas y analíticas de los candidatos sobre las iniciativas a adoptar, las alianzas a perseguir con otros estados miembros e instituciones responsables para materializar sus propuestas.  Puede pensarse en otra forma más sencilla –y más política- de alcanzar este objetivo: contar con los propios líderes políticos de esos estados miembros e instituciones para que dieran credibilidad a las propuestas a través del compromiso político conjunto.

Esta ha sido la segunda gran ausencia de la Europa política, la de los discursos.

Segunda ausencia: Europa en los discursos

Ninguna de estas alternativas se ha dado: ni discursos, ni líderes. Los candidatos han evitado facilitar las explicaciones, aislando la cuestión europea de las diferencias que han evidenciado en otros ámbitos. Han guardado para Europa un aparente alineamiento entre ellos, tan irreal como negativo. Tampoco ha habido presencia de otros líderes políticos europeos para la construcción de un mensaje coherente. No ha resultado necesario.

La despolitización europea de los discursos resulta un paso atrás con respecto a elecciones recientes. Para las elecciones al Parlamento europeo de 2014 se celebraron dos debates entre los teóricos líderes de las ideologías principales, los llamados 'spitzenkandidaten'. No tuvieron mucho seguimiento -particularmente en España, donde la audiencia fue de 84.000 personas-, pero sí contribuyeron a hacer más política la Unión -en aquel caso consistió en que las problemáticas discutidas dejaran de ser exclusivamente nacionales y se expresaran en términos europeos-.

En las recientes elecciones griegas pudo observarse también este fenómeno de politización. Socialistas, democristianos y emergentes/populistas de toda Europa se concitaron y posicionaron en unas elecciones donde Grecia era la batalla, pero nadie ignoró que Europa era la guerra.

En estas elecciones Europa ha retrocedido en lo político y ha perdido relevancia. No se han aprovechado los orígenes españoles de la alcaldesa de París o el primer ministro francés, el pacto de Gobierno en Portugal, la pujanza de Renzi o Merkel, la amistad de Iglesias con Tsipras o los vínculos familiares de Clegg, que podían haberse empleado para explicar los mensajes, construir narrativas o, incluso, ganar votos.

A esta altura de campaña, poco importa ya si algún candidato se hace acompañar de algún líder europeo, pues carecerá de la consistencia necesaria para que se entienda como parte de la propuesta política, más allá de como una mera anécdota.  

No es una buena noticia, pero no es definitivo. Europa, también en los países más favorables a la integración, se ha construido como una historia pendular, ora avance, ora retroceso. Veremos hacia dónde es el siguiente paso.

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