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Ilusiones monetarias de ayer y de hoy

Daniel Fuentes Castro

En 1934 el hispanista e historiador económico estadounidense Earl J. Hamilton publicó “El tesoro americano y la revolución de los precios en España, 1501-1650”. Esta obra de referencia muestra que, tras el descubrimiento de América, la puesta en circulación de enormes cantidades de oro y plata en Europa provocó un episodio de inflación monetaria a gran escala.

Con las arribadas de la Flota de Indias cargada de metales preciosos se produjo en Castilla un incremento del precio de las materias primas y de la mano de obra. La inflación de costes provocó que las manufacturas castellanas dejasen de ser competitivas en comparación con las de otras regiones de Francia, Italia, Países Bajos y Gran Bretaña, especialmente en el sector textil. El resultado fue una balanza comercial negativa que significó la salida de buena parte del “tesoro americano” a otros países de Europa occidental.

El navarro Martín de Azpilcueta, uno de los mayores intelectuales de su tiempo, dio explicación al fenómeno de la inflación monetaria. Él propuso en el siglo XVI lo que mucho después se llamaría “Teoría cuantitativa del dinero”, formalizada en el siglo XX por el economista estadounidense Irving Fisher en una célebre ecuación que lleva su nombre. Según esta teoría, un incremento de la cantidad de dinero en circulación genera un aumento proporcional del nivel general de precios. La política monetaria expansiva es, por lo tanto, neutral en el largo plazo (el dinero en sí mismo no genera crecimiento económico).

La “Teoría cuantitativa del dinero” resulta útil para explicar el deterioro económico de la España del Siglo de Oro, pero no fue la única causa económica de la decadencia del Imperio español.

El oro y la plata de América salieron de España, además, para saldar las deudas de la casa de Habsburgo con prestamistas centroeuropeos. Nuestros monarcas eran reyes de Castilla y de Aragón, cierto, pero también soberanos de Alemania (como emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico), de Austria y de medio continente. Mantener la hegemonía imperial, sobre todo en lo militar, era muy costoso.

El fraude y el comercio ilegal también erosionaron el “tesoro americano”. Aunque sobre el papel el comercio de Indias era monopolio de la corona de Castilla, en la práctica era posible que compañías mercantiles extranjeras comerciasen con el Nuevo Mundo (bajo el amparo de la Armada Española) a través de comisionistas españoles que actuaban como intermediarios.

Los nuevos ricos del Viejo Mundo destinaron el oro y la plata americanos principalmente a fines de consumo y relegaron la financiación de actividades productivas a un segundo plano. En las regiones más pujantes de Europa occidental, en cambio, la competitividad de las manufacturas permitió el desarrollo de un tejido productivo que, junto a la acumulación en última instancia del “tesoro americano” (a través del sistema financiero), fueron condiciones de partida para el inicio de la Revolución Industrial del siglo XVIII.

El “tesoro americano”, que en España no estuvo sino de paso, fue así elemento esencial para el desarrollo económico de Europa occidental en el inicio de la Edad Moderna y para el posterior nacimiento del capitalismo.

Es lo que sucedió entonces y es, con ciertas salvedades, lo que ha vuelto a suceder en nuestra economía a principios del siglo XXI: demasiado dinero, demasiado barato, durante demasiado tiempo. Ayer como hoy, no hubo en España milagro económico alguno sino pura ilusión monetaria.

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