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Vuelingazo

Antón Losada

Cualquiera que se haya visto obligado a volar con Vueling a lo largo del último año sabe que el colapso actual era cuestión de tiempo. La cuenta atrás se había ido acelerando de manera inapelable, ante la impotencia de unos clientes maltratados como prisioneros de ese oligopolio privado que se reparte impunemente el negocio del aire con la mira puesta en su exclusivo beneficio.

Ni han sabido, ni han podido detener el “vuelingazo” unas autoridades que, en esto de los mercados, hace tiempo renunciaron a ocuparse de otra cosa que ejercer de sastrecillos valientes y pasarse el día tomando medidas o dando ruedas de prensa para anunciarlas.

Tampoco había llamado la atención de unos medios de comunicación que únicamente se enteran de estas cosas cuando la gente ya se agolpa en las terminales, cuando se les puede sacar contando esas historias escalofriantes sobre noches en los aeropuertos, abandonados a su suerte como los protagonistas de una película de zombis.

Una expansión irracional pensada únicamente para obtener beneficios rápidos y vistosos de la marca Vueling sin tener en cuenta ni la capacidad, ni el potencial real de la empresa que aceleró una crisis que comenzó a fraguarse hace más de veinte años. Entonces, en nombre de la competencia, se procedió a “liberalizar los cielos” sin asegurarse de cumplir los dos requisitos imprescindibles para que una liberalización produzca libre competencia y no un desastre: que haya competidores viables antes de liberalizar y un marco regulativo claro.

Si ya empezamos mal luego fuimos a peor. A la absurda privatización de Iberia, malvendida no sabemos por qué ni para qué, debe sumarse la inoperancia de unos reguladores que vigilan poco mientras se dedican a encubrir a las empresas y defenderlas de unos clientes convertidos en rehenes que no pagan servicios, pagan auténticos rescates a sus secuestradores.

El sector aéreo no es la excepción. Es la norma. Lo mismo sucede en el resto de los transportes, en el mundo de la energía o de las telecomunicaciones. A todos les compensa abusar de sus usuarios para obtener beneficios multimillonarios a cambio de pagar un puñado de multas ridículas. Porque en España la grandes empresas que abusan de sus clientes no sólo no pagan sino que lo convierten en su negocio más redondo.

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