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Vidas mejores

Manifestación convocada por la Comisión 8M de Madrid el 25N. EFE/Víctor Lerena

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Les pregunté a varias amigas sobre qué escribir en mi columna el 8M. Me dieron muchas ideas. Una me dijo: “por un feminismo de la felicidad”. De primeras me sonó cursi o pensé que les sonaría cursi a los demás (especialmente a lOs demás), vacío, frívolo. Pero luego le di una vuelta y entendí que era justo lo contrario.

Porque están los debates, y luego las vidas concretas. Las que empiezan cuando el despertador suena y terminan, cada día, cuando y como se puede. Unos y otras se entremezclan, pero conviene no ensimismarse en la teoría y olvidarse demasiado de la piel, de las calles y de las otras. De que, al final, lo que queremos son vidas mejores y un lugar mejor donde vivirlas. El feminismo es el instrumento para acercarnos a eso que queremos.

En Francia consagran el derecho al aborto en la Constitución y en Polonia, la activista Justyna Wydrzynska es condenada por suministrar pastillas para abortar a una mujer que las necesitaba. En El Salvador hay reas condenadas por haber abortado o incluso por haber sufrido abortos espontáneos. Los derechos pueden ser cuestión de kilómetros, de votos, de pedagogía, de activismo y resistencia, de intereses religiosos y económicos.

En Argentina, el gobierno de Milei fulmina el Ministerio de Mujeres, Género y Diversidad, criminaliza a las feministas y prohíbe el lenguaje inclusivo. El feminismo argentino se levanta este 8M en un paro contra esa motosierra que, lejos de esa guerra cultural que invoca la extrema derecha, hunde las vidas de miles de mujeres concretas y alimenta el señalamiento de las que pusieron el cuerpo para cambiar las cosas.

Miles de mujeres dan a luz en Gaza en tiendas de campaña. Si es cesárea no habrá anestesia. No habrá ecografía antes. Tampoco atención después. Hay un genocidio y cómo se vive en medio de un territorio arrasado, cómo se amamanta, qué se les dice a los hijos, cómo es el miedo a que tu cuerpo sea un instrumento de guerra, qué autonomía va a haber en medio de la destrucción.

En Italia, el Gobierno de Giorgia Meloni está endureciendo el programa de renta ciudadana para las familias con ingresos más bajos en un país con una brecha salarial del 33% y el empleo a tiempo parcial fuertemente feminizado.

Aquí, bien cerca, tenemos jornaleras migrantes explotadas que recogen las fresas en los campos soleados. Mujeres que se quedan con sus agresores en el mismo piso porque no pueden pagar el alquiler de uno solo para ellas, qué hablar de comprar una casa. Suelos pegajosos que hacen del empleo remunerado un lugar hostil para casi cualquiera que quiera tener trabajo y sueldo digno y también una vida en la que quepa cuidar y autocuidarse. La violencia digital que recibes cuando das tu opinión o te expones. Los viajes a otra comunidad porque tu hospital público no te practica el aborto que quieres o necesitas. Las que terminan con una episiotomía porque sí.

Detrás de cada dato y circunstancia, de cada falta de derechos o de machismo de facto, nombres y apellidos, vidas a medias o atropelladas, precarias o atravesadas; malestares, algunos difusos, otros muy concretos, menos derechos, menos oportunidades, heridas, físicas y emocionales. Y sí, menos disfrute, menos felicidad, menos calma, menos posibilidad de vivir como una quiere. Porque necesitamos eliminar esa lista de discriminaciones y violencias, aquí y allá, que tienen que ver con el patriarcado pero también con el racismo, con el colonialismo o el neoliberalismo. Pero es que no solo queremos ausencia de machismo y violencia, sino buenas vidas donde la alegría y la felicidad estén mejor repartidas. El debate feminista o la discusión teórica deberían estar siempre al servicio de esas vidas mejores.

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