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Cultivar el Buen Nacer: una inversión colectiva en vínculo y resiliencia

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La manera en que llegamos al mundo no es solo un asunto médico. Es el primer relato de nuestra existencia, una experiencia que deja huellas en nuestro cuerpo, en nuestras emociones y en nuestra forma de vincularnos. Nacer no es solo empezar a respirar fuera del útero; es vivir una transición profunda, en la que el entorno, las personas presentes y las condiciones del parto marcan la manera en que comenzamos a sentir el mundo.

El nacimiento como experiencia emocional

Durante mucho tiempo se pensó que los bebés no “recordaban” su nacimiento, y que lo importante era lo que ocurría después: la alimentación, el apego, la estimulación. Hoy sabemos que el nacimiento en sí mismo es una experiencia que el cuerpo y el sistema nervioso registran profundamente.

El paso del útero —un entorno cálido, rítmico y protegido— al mundo exterior supone una avalancha de estímulos: luces, sonidos, temperaturas, texturas. En este contexto, la presencia sensible de los adultos que reciben al bebé (madre, padre, acompañantes, personal sanitario) actúa como un regulador emocional fundamental. Cuando ese recibimiento ocurre con calma, respeto y contacto, el recién nacido puede sentirse seguro en medio del cambio más radical de su vida.

Por el contrario, un nacimiento vivido con separación temprana, exceso de intervenciones o falta de acompañamiento emocional puede generar respuestas de estrés que, si bien no determinan el futuro, sí influyen en cómo se organiza el sistema nervioso y en la manera en que el bebé se vincula.

Lo que dice la ciencia

La investigación reciente respalda la importancia de cómo nacemos. Un estudio publicado en 2024 en Frontiers in Pediatrics señaló que los niños nacidos por cesárea presentaban, en promedio, un desarrollo ligeramente más lento en áreas como el lenguaje y la motricidad durante los primeros años de vida, en comparación con quienes nacieron por parto vaginal.

Otra investigación de la cohorte DREAM (BMC Pregnancy and Childbirth, 2023) demostró que la experiencia subjetiva del parto —es decir, cómo lo vivió la madre o persona gestante— influye en la calidad del vínculo afectivo con el bebé. No se trata solo del tipo de parto, sino de si la madre se sintió acompañada, respetada y segura.

También se ha documentado que el modo de parto afecta las primeras interacciones: por ejemplo, un estudio con más de dos mil mujeres mostró que los partos por cesárea reducían la probabilidad de contacto piel con piel inmediato y de lactancia exclusiva en las primeras horas (Healthcare, 2024). Estos factores, aparentemente simples, son en realidad grandes facilitadores del apego y del desarrollo emocional temprano.

Un asunto de derechos, no solo de salud

Desde una perspectiva de derechos humanos y de género, el nacimiento es un acontecimiento que merece respeto y acompañamiento consciente. Cada bebé tiene derecho a ser recibido en un entorno seguro y cálido; cada madre a decidir sobre su cuerpo y a contar con apoyo emocional.

Humanizar los partos no es una moda: es una inversión en salud física, mental y social. Un parto respetado reduce complicaciones médicas, favorece la lactancia, fortalece el vínculo familiar y promueve una base segura para el desarrollo emocional del niño o niña.

Por el contrario, los partos medicalizados sin necesidad, los entornos fríos o la violencia obstétrica , a veces normalizada, pueden dejar cicatrices invisibles que acompañan la vida familiar durante años.

Por qué importa también a educadores y profesionales sociales

Para quienes trabajamos en el ámbito de la infancia, conocer cómo fue el nacimiento de un niño o niña —si hubo separación, complicaciones, acompañamiento o no— aporta información valiosa. No se trata de buscar causas únicas, sino de entender el contexto emocional desde el que comenzó su historia.

En muchos casos de protección a la infancia, por ejemplo, las experiencias tempranas de estrés o separación influyen en la capacidad de apego, en la regulación emocional o en la respuesta ante la frustración. Saber cómo fue ese inicio puede orientar mejor la intervención, el acompañamiento y el trabajo con las familias.

Construir una cultura del Buen Nacer

El nacimiento no determina quiénes seremos, pero sí marca el tono emocional con el que empezamos la vida. Por eso, es responsabilidad colectiva crear entornos donde nacer sea una experiencia de cuidado y respeto.

Promover partos respetados, favorecer el contacto piel con piel, apoyar la lactancia y garantizar acompañamiento emocional a las madres y bebés no son solo prácticas de salud: son actos de humanidad.

Recibir a un bebé no es simplemente un procedimiento médico, sino un gesto cultural que dice: “te vemos, te esperamos, estás seguro”. Ese mensaje, repetido a lo largo de la vida, es el que construye personas más confiadas, resilientes y empáticas. Y, por extensión, una sociedad más justa y cuidadora.

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