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Anuncios vascos

Iban Zaldua

Diario Kafka me ha pedido que, de vez en cuando, dé cuenta aquí de lo que se cuece en el ámbito cultural vasco. Bueno, de eso, o de lo que me venga en gana, pero puesto que eso es acerca de lo que mejor (o menos mal) puedo predicar en el desierto ibérico, me imagino que buena parte de mis colaboraciones tirarán por ahí. Este es, por lo tanto, el primer anuncio de esta columna de opinión, mi primer anuncio (vasco).

El segundo es que llevo más de dos meses enfermo, con problemas de respiración, y los médicos todavía no le han encontrado una solución clara a mi enfermedad. No se ponen de acuerdo en el diagnóstico. Me encantaría echarle la culpa de mi incierta situación a los recortes de la Sanidad y todo eso, pero hay que reconocer que en el ámbito de la Comunidad Autónoma Vasca (que es donde vivo), aunque ya se noten, no han llegado aún a los (alarmantes) niveles de otras comunidades españolas. Pero tranquilos, que enseguida llega Iñigo Urkullu, el nuevo lehendakari (que es como Artur Mas pero con la mandíbula menos cuadrada), y nos proporciona un buen nuevo montón de viejos motivos para quejarnos, jibarizando aún más el raquítico estado del bienestar que, en alegre biribilketa, nos legaron la Transición Democrática y el Concierto Económico (esos monumentos históricos). Total, que no sé cómo me va a salir mi primera colaboración, pese al vasazo de leche con miel y Torres 5 que hoy me acompaña al teclearla.

Y ya que llevamos dos anuncios (más o menos) vascos, ¿por qué no dedicar esta columna a algunos anuncios vascos? Me estoy refiriendo, desde luego, a anuncios publicitarios. Ya sé que los anuncios vascos más conocidos, hasta fechas recientes, eran los que periódicamente hacía llegar ETA, vía comunicado o plano secuencia, al pueblo trabajador vasco y, de paso, al resto del mundo mundial. Pero hay que reconocer que, desde la tregua definitiva, aunque siguen repitiéndose cada tanto, la atención que concitan se ha ido devaluando sin remedio. No es de extrañar.

¿Anuncios publicitarios, en una sección de cultura? Reconozco que yo también tengo mis reparos. Pero me han dicho que procure no escribir sólo de literatura (que es, se supone, lo mío). Y además cada vez tengo menos claro si la publicidad no es el género más sincero de éste nuestro capitalismo tardío: el único que, mintiendo (como todos los géneros artísticos), es veraz sobre los motivos que lo mueven. Los motivos, o el motivo, que el plural igual sobra. Con un poeta, un cineasta, un bailarín o un escultor nunca lo acabas de tener del todo claro; con un cocinero, menos aún (de eso sabemos algo en el País Vasco). Con un publicista, por lo menos, no caben las dudas. El motivo es el que es. El Motivo. Y punto.

Y es que hay anuncios que, presumo, sólo vemos al norte de la línea del Ebro: anuncios vascos, que apelan a nuestra supuesta idiosincrasia y que, por lo tanto, no se muestran al común de los españoles. De unos pocos de esos me gustaría hablar en este artículo. Por ejemplo, de aquella campaña, tan diglósica, de la empresa vizcaína Cafés Baqué, que proclamaba (entre otras) cosas como “Aquí campeón, se dice txapeldun; aquí tapa, se dice pintxo; aquí café, se dice Baqué” y que, por lo tanto, resultaba casi imposible de traducir al euskera, si no se quería caer en la más absoluta de las tautologías. Dio lugar, como es obvio, a un buen número de chistes y parodias, algunos de más que dudoso gusto (que no voy a reproducir aquí).

O esta otra, más reciente, de la Caja Laboral-Euskadiko Kutxa, la entidad ligada al grupo cooperativo y multinacional Mondragón (sí, ambos conceptos, cooperativismo y multinacional, han llegado a ser compatibles, aunque no me pregunten a mí cómo…) que, a rebufo de la crisis bancaria española, nos cuenta que Hay otra forma de hacer las cosas, se supone que no tan rapaz como la de los malvados capitalistas (españoles). Aunque en cuestiones como las preferentes, el crecimiento vía fusiones (en este caso, con otra caja de ahorros, Ipar Kutxa) o los desahucios no parece que la manera de hacer las cosas sea muy otra. Sí, ya sé que después del suicidio de Amaia Egaña fue la Caja Laboral, junto a la Kutxa (una entidad también vasca) la primera en suspender cautelarmente los “lanzamientos” de sus hipotecados insolventes… pero eso quiere decir que antes desahuciaban como el que más, ¿no? En fin, reconozco que siento un placer culpable cuando me veo asaltado por la publicidad de bancos, entidades financieras y empresas energéticas: hay pocas cosas que les superen en cinismo, sobre la faz de la tierra (¿Sabes qué es lo que hace que un país funcione? La confianza: Banco de Santander).

Sin embargo, el anuncio vasco que más me ha impactado, últimamente, ha sido el último de cervezas Keler, empresa que lleva bastantes años dándole al anuncio con “toque euskaldún”. Quizá porque, aun siendo la empresa de cerveza de San Sebastián “de toda la vida” (fundada por los hermanos Kutz en 1890 etc., etc.), fue absorbida hace años por el grupo de origen catalán (pero con inversores multinacionales) Damm: nada activa mejor el patriotismo que un capital difuso y transnacionalizado (Marx se equivocó en aquello: los verdaderos internacionalistas no eran los proletarios, sino los otros…). En el anuncio de Keler, “la cerveza vasca”, que es muy vistoso, el protagonista es el zarauztarra Axi Muniain, surfista profesional, cuyo texto, entre otras, contiene frases tan impagables como éstas (los comentarios entre corchetes son míos): Es nuestra forma de ser [aquí se escucha, cómo no, el sonido de la tradicional txalaparta]. No somos de estar sentados [menos en los partidos de fútbol, de pelota, en los restaurantes, en las sociedades gastronómicas… Los bertsolaris, nuestros poetas-improvisadores, se pasan la mayor parte del tiempo sentados…]. No sabemos echarnos atrás, y no nos esforzamos en gustar [¿que no? Llevamos años, quizá siglos intentando gustar: no en vano fueron vascos los pilares de la burocracia de la Monarquía Hispana, allá en la Edad Moderna, campeones adulando a Habsburgos y Borbones. O, por acercarnos a tiempos más recientes, ahí está la campaña “Ven y cuéntalo”, de Rosa Díez —cuando era consejera de Turismo del Gobierno Vasco—. O al exdirigente del PNV, hoy directivo de Petronor, Josu Jon Imaz, que soltó aquello de que había que “seducir a España”. Etc.]. Nos cuesta exteriorizar lo que sentimos. Nosotros no somos de muchas palabras [que se lo digan a Unamuno, a los Baroja, a Atxaga, a Juaristi, a Saizarbitoria…]. No nos va llamar la atención [ídem a Arguiñano]. No somos de tener miles de amigos en internet, ni de dos cuadrillas [Xabi Alonso: 3.541.491 seguidores en Twitter]. No somos de club [¿qué es el Athletic? Ah, no, que eso también es más que un club], de lounge ni de chill out [si yo os contara…]. Y no, no somos de fast food [qué va: pero, ¿qué otra cosa son los pintxos, además de carísimos?]. Dicen que no nos gusta seguir el camino marcado [por eso vamos en masa al Kilometroak —la más famosa de las macrofiestas organizadas por las ikastolas—, a la Feria del Libro y Disco Vasco de Durango, a las etapas pirenaicas del Tour, a las regatas de La Concha… en fin, a todo aquello que represente el viejo espíritu de la romería vasca, aunque secularizado]. Tópicos vascos, uno detrás de otro, que ni siquiera sé si tuvieron algún viso de realidad en el pasado. Ni en el pasado real, ni en esos tan míticos que nos suele encantar recrear (vale, esto también es un tópico).

De hecho, una de las pretensiones de estos artículos en Diario Kafka será, precisamente, combatir algunos de los tópicos que, en el ámbito de la cultura, suelen acompañar al tratamiento de “lo vasco”. Ya veremos si lo consigo.

El último anuncio que voy a traer hoy aquí es de publicidad institucional: el de la campaña en favor de la vacunación contra la gripe realizada por Osakidetza, el servicio de salud vasco. El de este otoño mostraba una imagen inspirada en el cuadro Guernica, de Pablo Picasso: el rostro de una mujer que, en vez de llorar a causa del bombardeo de la Legión Cóndor en 1937, moquea como consecuencia de los efectos del pertinaz virus. Tengo que confesar que cuando vi la imagen, en una pancarta de gran tamaño colgada de una de las fachadas de un hospital de Vitoria, me produjo cierto estupor. No es que esté en contra de desacralizar algunos símbolos, ni del uso de la ironía como agitadora de conciencias. Pero, no sé, el Guernica es el Guernica, y tiene un significado muy concreto, para una buena parte de los vascos (para otra no: en la inauguración de una reciente exposición conmemorativa en el museo Artium, el diputado general de Álava, del PP, cómo no, peroró sobre la simbología antibelicista del Guernica, la concordia entre todos los seres humanos etc., sin mencionar en ningún momento que se pintó como denuncia contra el fascismo. Casualidad).

Como decía, me incomodaba aquel cartel de Osakidetza, pero me dije a mí mismo: Iban, no seas antiguo, los tiempos cambian; todo se deconstruye, hasta la tortilla de patata y el gazpacho, por qué no el Guernica; a fin de cuentas, la intención del servicio de salud es buena, que los jubilados no pasen un mal invierno y los trabajadores (los que seguimos teniendo empleo) perdamos menos horas laborales; los publicitarios son unos muchachos ocurrentes que lo único que han hecho es expresar su respeto hacia la obra de uno de los maestros de la pintura de todos los tiempos, un homenaje. No hagas caso a tu corazón y vacúnate, como llevas haciendo desde pequeño (mi madre era practicante y siempre lo ha considerado indispensable). No te resistas, vacúnate, es por tu bien y el de tu país. No es para tanto. No es más que un cuadro. Un lienzo, muy grande, de acuerdo, pero una tela al fin y al cabo.

Así que lo hice: me vacuné. Y a los cuatro días empezaron las molestias respiratorias que ya duran más de dos meses y sobre las que no se ponen de acuerdo los médicos, que me han examinado, auscultado, hecho análisis y laringoscopias y broncoscopias: de todo. Y yo les cuento lo de la vacuna de la gripe, y lo del mal fario que me daba el cartel de la campaña, pero no me hacen ni caso, claro.

Dicen que estoy obsesionado con los anuncios vascos.

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