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“España sigue estando más cerca de Goya que de Machado”

El escritor Julio Llamazares.

Hernán Garcés

“Nuestra historia común es un complejo y desgarrado laberinto (suma de azares y encrucijadas múltiples), y la memoria de todos nuestros pueblos y ciudades está llena de fantasmas dispuestos a atacar a los viajeros en cada cruce de caminos”. Con estas palabras atemporales, el escritor Julio Llamazares se estrenó hace más de 30 años en su faceta de columnista en El País, en cuyas páginas sigue diseccionando el laberinto español. Llamazares es uno de los escritores más relevantes de la narrativa española desde la publicación de su magistral novela La lluvia amarilla, destaca por haber dado voz a esa España de la que no se habla, la España del interior, en permanente hemorragia demográfica y de inversiones. Esta entrevista tuvo lugar a finales del año pasado en su domicilio en Madrid, en el barrio de Chamberí, sobre su mirada acerca de la actual situación de España.

Su primera columna, La encrucijada, podría haberse publicado esta mañana. Diríase que la condición permanente de España es la encrucijada. La encrucijada.

Yo creo que la crisis es la condición intrínseca de las personas y de los países. El problema de España es que desde siempre da muchas vueltas a su propia identidad y a su propia condición; no sé si en los demás países ocurre igual. Pero España sí tiene algo como de pastel que no acaba de estar cocido del todo, y eso hace que continuamente despierten las mismas tensiones, los mismos choques de fuerzas. Cuando no son los catalanes son los vascos, cuando no, es el pasado; digamos que es un país que no acaba de serlo nunca. La historia de España tiene algo de día de la marmota, que repite los mismos capítulos de su historia y llega un momento en que acaba por desmoralizar.

¿Cuál es su opinión respecto al debate sobre las diferentes identidades que conforman España?

Yo nací en un pueblo que no existe; yace hundido bajo un pantano. Me crié en una región que está medio desaparecida porque cerraron las minas y la gente se fue. Yo no me siento de ningún lado, me defino por exclusión. Digamos que tú eres español porque no puedes ser otra cosa. Hay una parte de la población que está muy contenta de ser español, yo no sé por qué. Yo cada vez que le oigo decir a alguien que se siente “muy español” o “muy catalán” o muy lo que sea me asombro. Uno puede sentirse triste, cansado o eufórico ¿pero qué es sentirte español? Eso es una condición geográfica y administrativa, no es un sentimiento. Entonces es algo que contemplo con cierto distanciamiento y estupor, porque yo no me siento nada, ni siquiera en contra.

¿Cómo se explica el sentimiento nacionalista?

Entiendo que la gente se sienta orgullosa de lo que ha hecho en la vida o de lo que ha conseguido a base de esfuerzos. Pero sentirte orgulloso de haber nacido en Zamora, Lugo o Tarragona no tiene ningún sentido. Nunca he entendido el sentimiento nacionalista, porque en tu condición natal es en lo único en lo que no has tenido ninguna intervención. A ti nadie te ha preguntado dónde has querido nacer, eso no es un mérito, es una casualidad geográfica. Y, sin embargo, ha provocado barbaridades y guerras en la historia.

Los partidos políticos no parecen ponerse de acuerdo en el número de naciones que conforman España.

España es un fracaso como nación; lo es por muchos motivos. Desde el punto de vista identitario, no acaba de serlo después de cinco siglos. Tiene cuatro lenguas y la lengua es un elemento que marca mucho la condición de las personas. Desde el punto de vista político está muy marcada también por la propia historia del país, que siempre ha sido muy radical y, como dice Machado, siempre ha habido dos Españas embistiéndose. La historia de España está repleta de guerras civiles, como bien lo ilustra Goya en sus garrotazos, hasta la Guerra Civil por antonomasia, que fue la del 36. Desde el punto de vista de la articulación geográfica, pasa igual. En estos momentos hay dos Españas: la periférica, que está muy poblada y es rica, y la interior, que cada vez está más vacía y más envejecida y pobre. Juntas esos tres elementos: los nacionalismos, la historia y los desequilibrios regionales, y te das cuenta de por qué este país funciona como funciona.

Algunos apuntan a la Transición como uno de los causantes de la crisis actual. ¿Cuál es su opinión al respecto?

Durante aquella época yo era muy joven, formaba parte de los que entonces nos oponíamos a lo que se llamaba la reforma. Estábamos por la ruptura. Los jóvenes queríamos cambiar el país y no comprendíamos que muchos de los que pilotaban la Transición fueran antiguos miembros de la dictadura. Con el tiempo, y cuando ya miras las cosas con más distancia, te das cuenta de que a lo mejor era lo único que se podía hacer y que seguramente fue mucho para lo que la población en general creía que se iba a poder hacer. Hay que analizar los fenómenos históricos con la mirada en el tiempo que sucedieron, no con la de hoy. Seguramente aquella gente hizo lo que se podía hacer, aunque en aquel momento a mí, como a muchos, me pareció un fracaso y una traición. Mirado con distancia, la Transición no estuvo tan mal. Hubo muchos errores e injusticias y se olvidó a mucha gente en aras de la reconciliación, pero sirvió para que, después de una dictadura de 40 años y una Guerra Civil con más de un millón de muertos, los españoles pudiéramos convivir en paz. Es más, los españoles que tenemos menos de 75 años tenemos el privilegio de ser los únicos que hemos vivido sin conocer una guerra. No hay ninguna generación, hasta la posterior a la Guerra Civil española, que haya vivido más de 25 años sin una guerra, ya fueran las coloniales, las carlistas, la de África... La madre de todas las historias es la guerra. Entonces, que por primera vez hayamos podido vivir 70 años sin conocer una guerra, a mí me parece un éxito.

¿Pero cómo se explica que, según la asociación de Jueces por la Democracia, en España haya más de 114.000 desaparecidos y que sea el segundo país del mundo, tras Camboya, con mayor número de personas víctimas de desapariciones forzadas cuyos restos no han sido recuperados ni identificados?

No es de recibo, ni siquiera con el Evangelio en la mano de los que se consideran católicos y, sin embargo, se oponen a los desenterramientos; es una contradicción moral. Un amigo historiador, Secundino Serrano, especialista en el tema del maquis, dice que mientras haya un cadáver fuera de los cementerios en España no habrá acabado la Guerra Civil. Y tiene razón. Simbólicamente al menos, la Guerra Civil terminará cuando se selle la última fosa común. Un país democrático no se puede permitirse tener a más de 100.000 ciudadanos enterrados fuera de los cementerios y seguir viviendo tranquilamente. El tema de las fosas de la guerra y el franquismo debería estar por encima del debate político.

En numerosas revistas internacionales señalan que la imagen exterior de España se ha desplomado por la crisis catalana.

España tiene un déficit democrático muy grande, y si lo ignoramos será nuestro problema. Nos hemos creído homologados con otras democracias europeas más asentadas y maduras, y es mentira. En otros países hay competencia política; aquí hay odio, ‘hooliganismo’. Aquí se parte de la base de que el otro no piensa como tú es un hijo de puta y a partir de ahí, como comprenderás, ya es imposible hablar. Machado -yo soy muy machadista, me parece el gran poeta del siglo XX español y el que mejor entendió este país – dijo cosas que continúan completamente vigentes. Por ejemplo, que el español no razona, embiste. Y en general es así. En España la gente está llena de certezas. Un país que no admite la duda como forma de conocimiento y de diálogo está condenado a no poder dialogar. Yo creo que en España se grita tanto porque nadie quiere escuchar al otro, lo que quiere es anular sus razonamientos a base de gritos. Si tú das gritos y el otro también no tenéis por qué escucharos. Aunque nos hemos creído homologados democráticamente con los países de nuestro entorno, no lo estamos, ni mucho menos, y la prueba es lo que estamos viendo: medio Govern en la cárcel, la gente insultando a un futbolista por decir que quiere votar… La España real sigue estando más cerca de Goya que de Machado.

En una de sus columnas a principios de los años noventa, cuando España estaba en plena euforia de modernidad, usted ya avisaba del peso de nuestra historia.

La historia de España es la que es y por mucho que queramos no podemos pasar del siglo XIX al XXI sin haber pasado por el XX. De repente, un país que venía de una dictadura (no hay más que ver el cine de aquella época) no podía ser el más moderno de Europa. Nadie se puede imaginar que la mitad de un gobierno regional alemán o inglés estuviese en la cárcel o refugiado fuera del país. Sin embargo, con España todavía cabe esperar esas salidas extemporáneas de tono. Por desgracia, el día a día de España está lleno de hechos que nos recuerdan que a poco que rasques nos sale el pelo de la dehesa. Me pregunto con qué ojos estarán viendo en Berlín o en París lo que está sucediendo aquí. Supongo que pensarán que es otra astracanada española.

Eduardo Mendoza se quejaba recientemente de la baja calidad de los medios de información y recomendaba que “en medio de la vorágine, alguien tiene que pararse y ponerse a pensar un poco más a fondo”.

Es verdad. Una cosa es la información y otra la propaganda. Digamos que aquí los periódicos están llenos también de hooligans, como la política; periodistas que no tratan de de buscar una mirada diferente, de pensar, de sembrar dudas. A muchos sólo les falta agitar una bandera y a algunos ni siquiera eso. Cuando tú hablas de dialogo, de respeto, ya te consideran un sospechoso y un blando. Aquí el calificativo de equidistante es un insulto; hay que tomar partido. Nadie considera que pueda cambiar de opinión. El lector de periódicos lo que busca es que le reafirmen en lo que piensan, no en que la hagan dudar de ello. A mí, en cambio, los artículos de opinión que me gustan son los que, aunque no esté de acuerdo con ellos, dicen algo que yo no había pensado. España es un país muy sectario, muy dividido, muy enfrentado. La gente lo que quiere es que le den la razón.

Hace unos meses, Rajoy afirmó que “las principales armas de nuestro partido son la verdad, la buena gestión, la eficacia y la ejemplaridad”. Al final algunos se lo acaban creyendo.

Aquí la gente se puede permitir decir lo que quiera, no pasa nada. Una falacia muy extendida es que este es un país perfecto gobernado por los más imperfectos. Los políticos representan a la sociedad de la que han surgido, sobre todo cuando son elegidos por la población repetidamente. Si la corrupción está en las alturas es porque forma parte del metabolismo de la sociedad española. Por eso apenas es penalizada electoralmente. Rajoy es un personaje digno de un tratado de psicología política. Un hombre que ha hecho del no hacer nada y del no decir nada concreto el principal activo de su trayectoria no merece otro análisis que ese. El lema de Rajoy es “el que resiste gana”, que lo tomó de Camilo José Cela. No “el que convence gana” o “el que se esfuerza gana” ¿Y cuál es su forma de resistir? No hacer nada. Ahora no le ha quedado más remedio ante la situación del problema catalán, pero ha estado cinco años viendo cómo se agravaba sin hacer nada por arreglarlo. Angela Merkel le dijo una vez que en Alemania a las personas como él se les dice que tienen la piel de elefante. Rajoy es un gran dinosaurio, que, pase lo que pase, cuando despiertas sigue ahí, como el del cuento de Monterroso. Que Rajoy haya sobrevivido al tsunami de la corrupción y la declaración de independencia de Cataluña es otra prueba más de que España no es un país normal. En cualquier otro país ya hubiera tenido que dimitir hace mucho tiempo; aquí no. Aquella frase de Manuel Fraga, el promotor de Mariano Rajoy, de que España es diferente era cierta. No olvidemos que las dos principales aportaciones a la literatura universal de los españoles han sido la picaresca y el esperpento. Será por algo.

Por último, ¿esto cómo va a terminar?

Yo parto de la base que un país es un club: si no quieres estar en él no te pueden obligar. Yo estoy a favor de que haya un referéndum para todo el que lo solicite, no sólo para Cataluña, porque la democracia se basa en la voluntad de la gente, no en la obligación. Otra cosa es saltarse la ley a la torera, porque ahí entramos en el bandolerismo. Tiene que haber un cambio de la constitución. No se puede seguir viviendo así, porque cuando no son los vascos son los catalanes y cuando no, no sé quién. Todas estas tensiones repercuten en la convivencia y en la economía, como estamos viendo, y es una pena. Es una pena que con todas estas cosas los españoles vivamos mucho peor de lo que podríamos vivir. Y sobre todo que no lo hagamos dedicados a lo verdaderamente importante, que es la vida. Si vivimos una media 80 años, que es un suspiro, que nos pasemos la mayor parte de ese tiempo discutiendo qué somos, si catalanes, vascos o españoles, es una pérdida de tiempo imperdonable. Somos personas, qué más da de dónde seamos.

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