La historia de dos emprendedoras que crearon un refugio para los sentidos en la Sierra de Cazorla

Esta es la historia de dos mujeres que hace ya tres décadas pensaban que el desarrollo sostenible es el único camino para potenciar las áreas rurales. También intuían que “solo una buena pedagogía podía provocar el cambio”, según cuenta Paz Garrido Lara. Junto con su socia Hilary Pearce, cogieron las riendas del centro de ecoturismo El Cantalar, un equipamiento de la Junta de Andalucía en el Parque Natural Sierras de Cazorla, Segura y las Villas. Era la oportunidad de hacer real su proyecto, y además de generar sus empleos, crear otros en “un entorno muy deprimido” de la provincia de Jaén.

“La gestión de equipamientos de titularidad pública fue un revulsivo en el entorno forestal y generaron un movimiento de trabajo cooperativo que tuvo como consecuencia cientos de empleos entre la población serrana junto a un desarrollo de servicios en el interior del parque natural”, explica la que hoy es su responsable. Pedagoga y técnica en medioambiente, además de máster en Mindfulness por la Universidad de Zaragoza, profesora de yoga y técnica en información turística, Paz Garrido Lara se define sobre todo como “una apasionada de la naturaleza, de las montañas, de los ríos que iluminan cada proyecto que hacemos y nos inspiran a seguir agitando conciencias”.

Cuando se embarcó en esto, tenía un buen trabajo como técnica de cálculo con la empresa Tragsatec haciendo inventario forestal, lo que le permitió conocer muchos de los parques naturales de Andalucía, pero la llamaron para El Cantalar y no dudó ni un momento: “La semilla del emprendimiento en el medio rural había prendido en mí con la intención de contribuir para hacer de mi entorno un lugar mejor y ayudar en la medida de los posible a generar empleo y riqueza”. Todavía, con cada grupo que visita las instalaciones, siente “la misma emoción que el primer día, esa sensación de querer hacer las cosas lo mejor y de transmitir un poco del amor” que tiene por el parque natural.

En esta aventura, han contado con el respaldo “inestimable” del grupo de desarrollo rural (GDR) Sierra de Cazorla, que confinancian la Unión Europea y la Junta de Andalucía, y que ella define como un instrumento “importante” para trabajar en red. Les ha permitido poner en marcha nuevos recursos en las instalaciones. “Como una sala de yoga y un rocódromo para diversificar la oferta y seguir creciendo”, expone. Se une a la variada oferta de El Cantalar, que incluye también programas para escolares, viajes de fin de curso, campamentos de inmersión lingüística, cursos de cocina vegetariana, talleres para hacer pan o dulces, rutas de senderismo, formación para profesores de yoga, etcetéra. De este modo, en un alojamiento que es una antigua casa forestal de más de 100 años, rehabilitada como ecocentro, brindan posibilidades para todo tipo de familias y grupos.

Capacidad de resiliencia

“No lo sabíamos, pero hace casi 30 años nosotras ya practicábamos la economía de triple balance, el ecoturismo, y fomentábamos un negocio con un impacto positivo en nuestro entorno más cercano tanto ambiental como social”, señala. Su contribución es también con la cultura, “llevando la música y la danza a las montañas”, la lectura al bosque y la pintura a los paisajes, y con el voluntariado, como recuperando un viejo puente sobre el Guadalquivir y o plantando miles de árboles en áreas quemadas.

Llegaron tiempos difíciles con esta pandemia: “Nos ha dejado sin recursos económicos, sin escolares, sin grupos de amigos y familias porque nos impide juntarnos, disfrutar en compañía, abrazarnos. Esta vuelta a la naturaleza de los urbanitas que tanto ha beneficiado a casas rurales, legales e ilegales, a nuestro negocio no le ha venido bien, porque nosotras solo sabemos trabajar en comunidad creando redes y afectos”. Pero no se rinden: “Emprender es mucho más que tener un negocio. Es lo que los japoneses denominan ikigae. Es un proyecto de vida, una escuela para vivir haciendo lo que nos gusta. Esperamos que 2022 nos permita seguir trabajando por un mundo más sostenible”. Entre otras cosas porque sigue confiando en esa “capacidad de resiliencia que solemos tener las mujeres”.