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ANDALUCES EMIGRAOS
Na' en la nevera o el imposible caso de picar en el extranjero

Sin título
9 de mayo de 2024 06:00 h

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Abro la puerta del frigorífico, no con mucha hambre pero sí con ganas de comer. Por más que miro, nada me apetece. Todo lo que tengo me parece soso, anodino, falto de sabor. Como Ojos de Brujo, siento que no hay Na’ en la nevera (aunque esté llena). Acabo de volver a mi casa en Estados Unidos después de más de un mes en Sevilla.

Esta es la sensación de morriña alimenticia es la que quería transmitir a través de un vídeo de Instagram que se ha hecho viral. Muchas personas me han comentado que les pasa lo mismo, por lo que yo me he puesto a investigar, y he encontrado que lo que me pasa tiene un nombre, aculturación dietética.

Dice Jorge Alberto Esponda-Pérez en su estudio Aculturación Dietética: Explorando el impacto de las creencias culturales en los hábitos alimentarios que “las personas adoptan prácticas alimentarias de una cultura dominante o de otras culturas con las que entran”.

Por ejemplo, en España tenemos la costumbre de “picar”, o tomar un tentempié entre comidas; mientras que en Estados Unidos las comidas tienden a ser más grandes y abundantes, con menos espacio para comer entre medias. 

Además, según Esponda-Pérez, “la aculturación afecta los hábitos alimentarios de las personas, incluyendo cambios en la preferencia de alimentos, patrones de consumo, y la adopción de nuevas prácticas culinarias”.

Si lo pienso bien, es que casi todo lo que rodea la comida es diferente aquí donde vivo de lo que estamos acostumbrados en Andalucía. Desde las horas de las comidas, la experiencia de ir a un restaurante, si se come con pan o sin él, la siesta (o falta de ella). 

Que conste que con esto no quiero yo meterme en si un modelo es nutricionalmente mejor que el otro, francamente eso me da igual, a lo que voy es al aspecto cultural de las costumbres alimenticias. 

Que mi cuerpo me pida darle algo de picar y no encuentre nada no es más que un síntoma de lo que quizás no quiero admitirme a mí misma, que este regreso a casa me está costando mucho más que otras veces

Y a ese sentimiento que a veces, según decenas de emigrantes que han comentado en mi vídeo, nos entra entre horas de querer un “picoteo”, sin encontrar nada que lo satisfaga.   

Y no es que en Estados Unidos no haya comida que esté buena, al contrario. En particular, donde yo vivo, en el sur de California, la mexicana brilla por sus sabores y texturas. También la comida local: huevos benedictinos en un diner para desayunar, o Texas barbecue (ahora como alguien me venga y me diga que In and Out está bueno le reto a duelo). La comida asiática, desde vietnamita a cantonesa, es espectacular. 

Pero toda esta experiencia culinaria está revestida de unos hábitos que no son los mismos con los que hemos crecido. 

Si a eso le sumas que nuestros paladares y gustos se empiezan a formar incluso antes de mamar, desde el útero de nuestra madre, pues creo que es normal que al regresar de una visita larga al lugar que nos vio nacer, donde forjamos esas costumbres y esos gustos, nos cueste un poco adaptarnos de nuevo a esa aculturación dietética, y que el cuerpo se resista. 

Que mi cuerpo me pida darle algo de picar y no encuentre nada no es más que un síntoma de lo que quizás no quiero admitirme a mí misma, que este regreso a casa me está costando mucho más que otras veces. Echo de menos todo el rato, me siento como si me faltase un trocito de mi ser, y cuando me acuerdo de cómo ha sido estar en mi pueblo con mis niños, se me vienen lágrimas a los ojos. 

Pero, volviendo a Ojos de Brujo, que en la Rumba del Adiós cantan “lo que la vida te quita, después la vida te da”. Y lo que la vida me ha quitado en términos de ibéricos y cervecitas al sol, ahora me da en paseos en la playa y tacos de carnitas en tortillas de maíz.

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