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La noria electoral inagotable

Juan Marín (Ciudadanos), Juan Manuel Moreno (PP) y Alejandro Hernández (Vox), en el Parlamento andaluz.

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A veces parece que la política consiste en preparar elecciones, como si no hubiera más encomienda que esa. Desde el momento que se constituyen las cámaras ya se empieza a especular con la conveniencia de disolverlas. Sin duda, el mundo de la demoscopia y el resto de planetas mediáticos que orbitan a su alrededor tienen mucho que ver. Un universo que se retroalimenta y cuyo big bang consiste en la lógica sencilla de que en democracia a una convocatoria obligadamente ha de sucederle otra. Año y medio llevaba Susana Díaz esquivando preguntas sobre el adelanto electoral (que la mayoría veía muy oportuno, por cierto) cuando decidió, por fin, llamar a las urnas el 2 de diciembre de 2018. En realidad, una anticipación de cuatro meses mal contados que, sin embargo, terminó por deslustrar y dejar prácticamente opacas de tanto uso las bolas de los pitonisos de ocasión, a la vez que desencadenó ríos de ingeniosos aforismos en las redes. Ahora estamos en un punto idéntico, girando la noria machacona de las declaraciones sobre comicios de cualquier dirigente que se ponga a tiro y escudriñando después su veracidad.

Aunque, si se piensa, la legislatura andaluza ha sido así desde el inicio, seguramente por la frágil composición del Gobierno de Juan Manuel Moreno Bonilla, a quien la aritmética parlamentaria le dio los apoyos necesarios junto a Ciudadanos y Vox, pese a sus exiguos resultados (24 escaños menos que Javier Arenas). La contingencia de que el armazón se desmoronara debido a su carambola de origen siempre estuvo presente. En las ruedas de prensa y las crónicas de los periodistas no se indagaba sobre la posibilidad de que Moreno forzara nuevas votaciones para obtener ventaja, pero sí se hablaba de la eventualidad de que algunos de los socios se desenganchara, especialmente la ultraderecha, que ha sostenido hasta el día de hoy una actitud constante de amenaza, las más de las veces impostada. Esa fue la fábula que se contó a sí misma Susana Díaz. Tardó demasiado tiempo en caer en la cuenta de que los ultimatos de Vox eran pura pirotecnia y que la ruptura, en el caso de producirse, vendría (vendrá) por el interés de Santiago Abascal, ya que su partido siempre ha visto al Parlamento andaluz como una mera pieza del tablero, y una cornucopia de ingresos, claro, que los dineros no son moco de pavo. Un caso parecido, a decir verdad, al de Pablo Casado en el ámbito nacional, con la diferencia de que el líder popular persiste en la idea de que las generales están a la vuelta de la esquina.

La debilidad inaugural del Gobierno andaluz propició que el relato de los spin doctors de la Junta, como se les llama últimamente a los asesores y expertos que confeccionan las estrategias para atraer la simpatía del ciudadano, se centrara casi en exclusiva en descreditar a sus antecesores, como si la gestión de la comunidad, en un segundo plano, fuera una tarea accesoria e irrelevante. Ya saben: la mentira respecto a que el Ejecutivo anterior había robado vacunas de la gripe, las cajas fuertes secretas que en realidad eran armarios a prueba de incendio, la cámara acorazada oculta de “sofisticada tecnología” que ni estaba escondida ni tenía ingenios reseñables, la opulenta ducha hidromasaje en un cuarto recóndito hallado en Salud que había salido 14 años antes en prensa, y un largo etcétera. Todos estos escándalos fantasiosos, una buena parte representados en el guiñol particular de Elías Bendodo en San Telmo, dieron la vuelta a los informativos y estuvieron horas y horas en las portadas de los digitales. Hasta que cansaron. Se trata de una narrativa política clásica: los héroes luchan contra el mal y restauran el orden.

El más desinhibido a la hora de glosar gestas y hazañas es Juan Marín, vicepresidente y líder de Ciudadanos, transido en una especie de Sherezade de Las Mil y una Noche pero made in Sanlúcar"

Sin abandonar el hilo (véanse las auditorías privadas ad hoc que cuestionan al Infoca o al Instituto de Patrimonio Histórico) de arrojar palas de barro sobre las administraciones del PSOE en la Junta, la historia que el Gobierno andaluz ha lanzado recientemente para conectar y persuadir al votante es el repentino milagro obrado en esta tierra, con inversiones jamás contempladas por el ojo humano y récords batidos en todos los parámetros imaginables. Nada nuevo bajo el sol: vuelve la tradicional “Andalucía tira del carro” y sus variantes de tiempos pretéritos en versión renovada de grandilocuencia y desparpajo. Pocos andaluces consiguen que les vea su médico y las esperas para acceder a los especialistas son eternas, no obstante, el redoble de tambores y cornetas del sorpasso a Cataluña y la proclama de ser la potencia económica de España es incesante.

El más desinhibido a la hora de glosar gestas y hazañas es Juan Marín, vicepresidente y líder de Ciudadanos, transido en una especie de Sherezade de Las Mil y una Noche (la que interrumpía sus cuentos en el punto culmen para que el sultán pospusiera su decapitación), pero made in Sanlúcar. A propósito de Sherezade, el escritor e investigador francés Christian Salmon, autor del famoso ensayo Storytelling y creador del concepto, comentó en una publicación que éste “no tiene otra razón de ser que prolongar una vida política condenada y retrasar la ejecución de la condena a muerte que el rey (es decir, los ciudadanos) ya ha pronunciado en su contra”. Ahí queda para la reflexión. La noria de unas hipotéticas elecciones en Andalucía nunca ha estado parada, y no por hablar recurrentemente de ellas o negarlas tres veces al día, como Sherezade-Marín, se anticiparán ni se retrasarán. Los detonantes son múltiples y complejos, incluidos los imponderables, que tras la experiencia de la pandemia deben contemplarse. En cualquier caso, solo Moreno Bonilla y Abascal tienen la llave. Y no lo dirán hasta el momento de convocarlas: es el manual.

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