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Podemos: ¿ilusión o cabreo?

Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero y Teresa Rodríguez, de Podemos, celebran sus cinco escaños

Ángela Cañal

Imposible adivinar, apenas unos días después del sorprendente éxito de Podemos en las elecciones europeas, si nos encontramos ante un movimiento político que llega para quedarse o no es más que una formación soufflé que se desinflará al contacto con la realidad.

El nerviosismo con el que la mayoría de partidos -sobre todo IU pero también PSOE y desde luego UPYD- han acogido el pelotazo protagonizado por Pablo Iglesias y los suyos invita a pensar en la primera opción. Aunque también es muy probable que, como el resto de nosotros, en realidad sus nervios obedezcan a que no tienen la menor pista de lo que va a pasar.

Para casi todos, y puede que incluso para muchos de sus propios votantes, la irrupción de Podemos ha sido tan inesperada como la explosión del 15M días antes de las municipales de 2011. Ningún medio de comunicación, ningún sesudo analista, ningún oráculo político lo vio venir hasta que la Puerta del Sol se llenó de pancartas, tiendas de campaña y asambleas ciudadanas.

Ahora ha ocurrido algo parecido. Las encuestas -¡ay las encuestas!- le concedían a Podemos un europarlamentario casi de consolación, sin pararse a pensar que quien podía obrar el milagro de obtener un diputado europeo en sólo tres meses bien podía hacerse con cinco, o seguramente más si hubieran tenido algo más de tiempo.

Aquel espíritu del 15M nunca llegó a materializarse de forma seria en una opción política. Demasiadas voces, demasiado distintas y una verdadera alergia a organizarse en algo que pudiera parecerse a un partido de corte clásico. La energía concentrada durante aquellas semanas en la Puerta del Sol y otras ciudades españolas se dispersó hacia canales más concretos: el movimiento antidesahucios o las mareas blancas y verdes en favor de la sanidad y la educación públicas. Ahora muchos piensan que esa electricidad ha vuelto a reunirse alrededor de Podemos y se preguntan si sabrán los de Pablo Iglesias canalizarla hacia iniciativas concretas y constructivas o sufrirá un cortocircuito, ya sea arrastrada por el populismo o convertida en una pieza más de “la casta” que circula por los pasillos de Bruselas.

Quizá la respuesta a esta pregunta esté en la naturaleza de esa energía, o, más bien, en su origen. Si la materia de la que está hecho Podemos, si ese millón largo de españoles que han votado por ellos, han sido empujados por el mero deseo de desahogar su ira y dar un -seguramente merecido- castigo a los partidos de siempre. O, al contrario, si nos encontramos ante una formación capaz de movilizar una ilusión en positivo, un proyecto común en el que más personas puedan sentirse identificadas. Ayudaría a despejar esta duda que sus líderes sonrieran un poquito más (siempre he estado convencida de que alguien que se propone cambiar el mundo tiene que disfrutar con ello) y hablaran un poquito menos de sus sueldos, incluso si es para bajárselos.

Si nos encontramos en el primer caso, el del enfado, es probable que, como desean fervientemente las formaciones de izquierda, el partido estrella de estas europeas se apague tan rápido como se iluminó y todo quede en una anécdota como fueron los dos diputados que sacó Ruiz Mateos allá por 1989. O que se convierta en un partido de corte populista en disputa con formaciones como UPyD (u otras imitaciones que puedan surgir) por el voto de los indignados, aferrados al discurso de la antipolítica y del no-hay-pan-para-tanto-chorizo.

Si la segunda hipótesis es la cierta, entonces habrá que seguir muy de cerca los movimientos de Podemos. Algunos votantes de izquierda que no les han apoyado estas elecciones pueden ahora estar guardándose ya su papeleta para las próximas. El bipartidismo clásico -o quizá haya que hablar de tripartidismo para sumar a IU- deberá realizar un serio análisis de conciencia y hacer cambios. Tendrán que dar con respuestas algo más imaginativas que tachar a Podemos de partido “friki” o “ultra”. Y con soluciones algo menos facilonas que intentar disolver al movimiento dentro su propia estructura, como parece planear IU. Aunque le salió bien con Los Verdes, es poco probable que Pablo Iglesias vaya a morder ese anzuelo.

Socialistas y populares ya lo sabían, pero parece que a los veteranos -veteranísimos- líderes de IU, que han ganado apoyos en estas elecciones, nunca se les había ocurrido pensar que cuando la gente clama en las redes sociales contra la política de siempre tal vez también se están empezando a referir a ellos.

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