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No es ansiedad, es patriarcado

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La gestión sanitaria andaluza atraviesa una crisis profunda, pero lo que ha sucedido con el cribado del cáncer de mama trasciende el deterioro de los servicios y nos enfrenta, con publicidad máxima, a un modelo político que combina la lógica neoliberal con el patriarcado institucional.

De un lado, se descapitaliza lo público para abrir espacio al negocio privado. Del otro, se oculta información a las mujeres como forma de justificar el desastre. Y lo más inquietante es la naturalidad con que se dice. Porque lo verdaderamente insoportable no es que un presidente piense así, sino que lo diga sin darse cuenta de la barbaridad que está diciendo.

Durante meses, miles de mujeres andaluzas esperamos los resultados de nuestras mamografías dentro del programa de cribado del cáncer de mama. Algunas nunca recibimos el aviso, otras supieron por la prensa que los resultados no concluyentes de sus exploraciones no habían sido informadas a tiempo.

Cuando el escándalo se hizo público, el presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno, intentó justificarse afirmando que “no se avisó a las mujeres para no generarles ansiedad”.

Un acto político machista que presupone que las mujeres no somos capaces de procesar la verdad sobre nuestros cuerpos, que debemos ser protegidas de la realidad, que el poder tiene derecho a decidir qué grado de angustia podemos soportar. En un solo gesto, el presidente borró el derecho a saber, el derecho a decidir y el principio de igualdad que sustentan cualquier democracia moderna

Esa frase no es una simple torpeza comunicativa. Es la expresión nítida de un modo de ejercer el poder. Es, en sí misma, un acto político machista que presupone que las mujeres no somos capaces de procesar la verdad sobre nuestros cuerpos, que debemos ser protegidas de la realidad, que el poder tiene derecho a decidir qué grado de angustia podemos soportar. En un solo gesto, el presidente borró el derecho a saber, el derecho a decidir y el principio de igualdad que sustentan cualquier democracia moderna.

Cuando quien gobierna se permite justificar una vulneración de derechos en nombre del “bien emocional” de las mujeres, está normalizando la desigualdad.

El lenguaje, en política, nunca es inocente. Y en este caso, lo que las palabras del presidente revelaron no ya una falta de empatía, sino una ausencia total de perspectiva feminista, una ceguera estructural ante el hecho de que el paternalismo también es violencia.

Cuando se decide por nosotras bajo el pretexto de “cuidarnos” y una administración se arroga el derecho a “protegernos del miedo” ocultándonos información médica, evidencia la realidad de un Gobierno que entiende el feminismo solo como eslogan.

El fracaso del cribado de cáncer de mama pone de relieve, además, algo más profundo como es la desigualdad estructural en el acceso a la salud. Las mujeres que pueden pagar un seguro privado logran hacerse cuanto antes todas las pruebas, pero las que no, esperan, sin remedio, entre varios meses y dos años entre la mamografía y la siguiente prueba concluyente para el diagnóstico dependiendo del lugar de residencia. Así, la desigualdad económica y la desigualdad territorial se entrelazan con la desigualdad de género, generando un triángulo perfecto de injusticia.

Negar información médica, retrasar diagnósticos o justificarlo con argumentos de género no solo vulnera la ley, sino que traiciona el principio de igualdad sobre el que se construye la ciudadanía. Y cuando quien debe garantizar los derechos públicos los relativiza con una frase paternalista, el daño trasciende el ámbito sanitario, es que afecta a la confianza en las instituciones y erosiona la legitimidad democrática

La política sanitaria andaluza del Partido Popular ha seguido un rumbo claro: la descapitalización progresiva del sistema público. Mientras los hospitales acumulan demoras récord y las plantillas sufren precariedad, el gasto en conciertos con la sanidad privada ha crecido muy por encima del refuerzo del sistema público. Paralelamente, el número de andaluces y andaluzas con seguro médico privado supera ya los 2 millones, un 25 % más que en 2019. La crisis de los cribados de mama ejemplifica perfectamene como se nos empuja a contratar seguros privados para salvaguardar nuestra salud y nuestra vida. Este vaciamiento es una estrategia clara de desgastar lo público hasta generar desesperanza y trasladar la confianza, y el dinero, a lo privado.

Caroline Criado Pérez denunciaba en “Mujeres Invisibles Para la Medicina” que cuando las políticas y los sistemas de datos se diseñan sin tener en cuenta las necesidades de las mujeres, ellas desaparecen de las estadísticas y, con ellas, de las prioridades. En Andalucía, lo invisible no son solo los datos (a estas alturas no sabemos con certeza cuántas son las afectadas), sino las propias mujeres que esperan su diagnóstico.

A todo esto el derecho a la salud no es una cortesía del Estado, sino una obligación jurídica y moral reconocida por la Constitución, la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW) y el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales. Ambos instrumentos internacionales exigen garantizar una atención sanitaria accesible, de calidad y libre de discriminación por razón de sexo. Así que negar información médica, retrasar diagnósticos o justificarlo con argumentos de género no solo vulnera la ley, sino que traiciona el principio de igualdad sobre el que se construye la ciudadanía. Y cuando quien debe garantizar los derechos públicos los relativiza con una frase paternalista, el daño trasciende el ámbito sanitario, es que afecta a la confianza en las instituciones y erosiona la legitimidad democrática. Es nuestro propio presidente, que, ante una crisis sanitaria, opta por justificar lo injustificable de manera machista antes que asumir su responsabilidad. Y eso, en términos políticos y éticos, es de una gravedad excepcional. No informar para “proteger” a las mujeres no es cuidado; es exclusión. Y cuando la exclusión se disfraza de empatía, lo que se rompe es la confianza social. El daño no es solo clínico, es democrático.

Lo grave no es solo lo que dijo, sino la naturalidad con la que el Partido Popular gobierna desde el machismo. En su intento por justificarse, el presidente no se traicionó: se mostró tal cual es su Gobierno, desprovisto de toda conciencia feminista y del respeto debido hacia los derechos de las mujeres.