¿Progreso o gentrificación? Muerte por modernidad en la Alameda de Sevilla

Urbanismo aprueba obras para ocho nuevos apartamentos turísticos en la Alameda

Antonio Morente

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Las campanas han tenido un tañido fúnebre estos días en el centro de Sevilla tras saberse que el cine Alameda bajará la persiana para convertirse en un nuevo hotel de lujo. Pero más allá del adiós al que fue el primer multicines de la ciudad, que ha tocado la vena nostálgica de más de uno que ha lamentado el cierre pero que hacía años que no entraba en sus salas, algunos han visto en esta operación inmobiliaria una prueba más de dos fenómenos, gentrificación y turistificación, que estarían azotando al casco histórico hispalense. ¿El resultado? Pérdida de identidad y de residentes autóctonos ante la presión de turistas y nuevos vecinos con mayor poder adquisitivo, la Alameda sevillana como símbolo de un fenómeno global.

El ejemplo parece de libro: equipamiento cultural que desaparece para que el turismo siga ganando espacios. Pero la cosa no es tan sencilla porque, por ejemplo, no se constata la avalancha de franquicias comerciales habitual en estos casos y, ya puestos, ¿cuál es la identidad de la Alameda? Un reflejo de todo esto lo tenemos en el propio cine, que cuando abrió a finales de los 70 fue saludado como un elemento de vanguardia y desarrollo en un enclave degradado, lo más moderno en muchos metros a la redonda. Hoy, en cambio, el barrio ha asumido estas virtudes y ha dejado atrás a un multicines obsoleto, casi un símbolo añejo que ha muerto atropellado por los nuevos tiempos y al que ahora se pretende salvar con una campaña en Change.org.

Este contraste de velocidades obedece a la fulgurante transformación de una zona que “ha pasado, en poco más de 20 años, de lupanar a enclave comercial y residencial de clase media altamente demandado”, resalta el geógrafo e investigador de la Universidad de Sevilla Ibán Díaz, autor del estudio ‘¿Gentrificación o barbarie? Disciplinamiento y transformación social del barrio de la Alameda de Sevilla’, título por cierto que obedece a su afirmación de que “durante un determinado periodo, la administración y la élite social instrumentalizaron un discurso en el que se obligaba a decidir entre gentrificación o barbarie, imponiendo como consecuencia lógica y única opción la total erradicación de lo que había sido y significado la Alameda hasta entonces”.

La réplica la pone otro geógrafo, Manuel Marchena, catedrático de Análisis Geográfico Regional también en la Hispalense y, además, gerente de Urbanismo en la época en la que se le dio a la Alameda su actual aspecto tras unas obras que culminaron en 2008. Marchena lo tiene claro: “Lo de la gentrificación no se sustenta en ningún caso en datos reales, en la Alameda en todo caso hay mucha más ideología que datos empíricos”. Es más, “el cierre del cine no es un asunto de gentrificación, sino un ejemplo claro de que la gente no va al cine y ve las películas en su casa”.

“Brutal transformación urbanística”

Llegados a este punto, estamos hablando con de un concepto, la gentrificación, que Ibán Díaz define como “una sustitución de una población por otra de estatus superior” que se produce “invariablemente” tras un proceso de “reinversión, mejora de la edificación y revalorización” de un entorno urbano. Y sí, a su juicio en esta zona ocurrió esto tras una “brutal transformación urbanística” que se acompañó de una “higienización social” que desterró la prostitución, la venta ambulante y el tráfico de drogas. De hecho, cree que este fenómeno ha ocurrido ya dos veces: cuando se normalizó el entorno a mediados de los 90 llegó mucha clase media que sustituyó a vecinos de toda la vida y que ahora se ve desplazada por la creciente “elitización” del enclave tras la reforma de hace una década. “Se está produciendo un segundo éxodo protagonizado por hogares que llevaban 20 años, que no son residentes históricos”.

“Fue mínima la población que vivía en la Alameda que salió de allí”, contrapone Manuel Marchena, que de paso recuerda que se constituyó una oficina “para auxiliar a las personas acosadas por los denominados asustaviejas que funcionó perfectamente”, como a su juicio demuestra que “muchos de los residentes ocuparon lugares y apartamentos de mejor calidad”. “Ni hubo éxodo al principio ni ahora, hay ajustes” propiciados porque “la zona se ha revalorizado. Todo el mundo quiere alquilar en la Alameda porque se ha mejorado la Alameda, esos son los costes en cualquier proceso urbano”, una presión que hace que, al final, los precios aumenten.

En lo que coinciden ambos es en que, y eso es evidente, la mejora de este enclave urbano ha sido sideral.

“Es el corazón social de la ciudad”, subraya Marchena, “es el mayor espacio público del centro histórico y antes de la renovación era un parking de gorrillas con un sector de población excluida dominada por el imperio de la heroína”. Díaz, por su parte, apunta que el proceso ha tenido sus efectos negativos pero que “en términos económicos sólo puede leerse como éxito el proceso de transformación socioespacial”, que se ha traducido en “mejora de la edificación, eclosión de un clúster de ocio nocturno y consumo, atracción de residentes y turistas”, todo ello, además, “independiente de la crisis económica”.

Así lo defiende en el estudio ‘Enclaves urbanos de éxito. Transformación urbanística, gentrificación y turismo en la Alameda de Hércules de Sevilla’, publicado este 2019 junto al también geógrafo Jaime Jover, en el que se pone de manifiesto que la característica más notable de este reformado entorno “es la eclosión de un relevante enclave de ocio nocturno alternativo que ha transformado el paisaje humano y edilicio del sector”. En este trabajo se aportan datos como que, tras décadas a la cola, la Alameda ha igualado el porcentaje de edificios en buen estado del conjunto de la ciudad, la población se ha rejuvenecido, se ha disparado el nivel formativo...

“Monopolio” de los locales de ocio nocturno

El estudio constata también que el número de locales comerciales ha pasado de 78 en 1998 a 107 en 2008, para alcanzar los 125 en 2017, que fue cuando se desarrolló el trabajo de campo, lo que supone que casi todos los espacios disponibles para este fin están en uso. Se incorpora también un análisis de la evolución de estos establecimientos en esta veintena de años: descienden con fuerza el comercio tradicional (-46,15%) y el bar de proximidad (-63,63%), mientras que crece un 15,38% el comercio metropolitano (entendiendo como tal negocios más modernos, dirigidos a un público más amplio), el alojamiento turístico (50%) y, sobre todo, el bar metropolitano (229,16%, de 24 a 79 en números absolutos). “Los locales de ocio nocturno están generando un monopolio”, se advierte (suponen el 63,2% del total frente al 30,77% de 1998), y “otro dato que confirma la metropolización del comercio es la aparición de franquicias y grandes firmas entre el tejido comercial”, aunque en una proporción infinitamente menor a la de otras zonas de la ciudad.

Cifras que, efectivamente, constatan el vuelo que ha alcanzado este entorno. “La renovación urbanística de la Alameda produjo un proceso de progreso perfectamente visible en este ámbito, pero eso no es gentrificación”, reitera Manuel Marchena. “¿Un barrio siempre tiene que estar con parámetros de pobreza, enquistado, su población no puede progresar?”, se pregunta de manera retórica, y al hilo de los que se refieren al adiós del cine Alameda como una pérdida de las esencias del barrio se cuestiona también “¿quién dice que es la autenticidad en Sevilla? Hubo un profesor francés que llegó diciendo que Sevilla se había desnaturalizado porque en las tabernas ya nadie escupía, no había serrín y no se cantaba en las tabernas”. ¿Conclusión? “La obligación es mejorar la calidad de vida de los barrios, luego la naturalización o desnaturalización la deciden los ciudadanos, que no son tontos ni desinformados, y son los que deciden lo que quieren hacer”.

Una última muestra de lo cambiante que ha sido todo en la Alameda en los últimos años, por no hablar de la propia idea de modernidad, es que con pocos años de diferencia a la inauguración del cine “se instala un mercadillo de flores dominical dentro como una iniciativa de regeneración y revitalización de la zona”, recuerda Ibán Díaz. Con el tiempo, lamenta Marchena, “uno de los momentos más tristes de la utilización del espacio público” era este evento dominical, que acabó por configurarse “con objetos robados, desperdicios, cosas sin valor, y que luego derramaba delincuencia en todo el sector”. Con la excusa de las obras de remodelación, entre 2004 y 2008, ya no volvió y emigró al Charco de la Pava.

“Cuando fue expulsado se vio como un símbolo de regeneración”, apostilla Díaz, el mismo argumento con el que nació, el mismo debate cambiante, casi líquido, que ahora protagoniza la Alameda.

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