El cineasta y traductor palestino Kayed Hammad, que escapó de Gaza tras casi dos años en los que se ha intensificado la guerra, reconoce que “perdonaría todo lo que he pasado a cambio de vivir un solo día, 24 horas, en Palestina libre y segura”. “Solo deseo vivir un día como un ser humano, en paz, sin miedo a despertar con una bomba o perder a alguien de mi familia”, afirma. Bajo su punto de vista, comenta a elDiario.es desde Zaragoza por el Festival de Cine de Fuentes donde ha sido reconocido con el Premio Valores Humanos, “lo peor es que lo que viene será aún peor, aunque de otra manera” y que los ciudadanos palestinos son “cifras” pese al presente genocidio.
En este sentido, lamenta que “ni siquiera” lleguen a la “categoría de animales”, ya que “en países como España no se puede torturar a un perro, ni dejarlo sin comer ni matarlo”, mientras que “a nosotros os matan ante los ojos del mundo, en directo”. A pesar de creer que “si pudieran controlar el oxígeno nos asfixiarían cuando quisieran” y tras haber presenciado en directo cómo amputaban miembros del cuerpo a personas en directo y sin anestesia, Hammad tiene esperanza en el futuro y en conseguir “una Palestina libre” porque “no puede ser que quien hace el mal toda su vida se vaya como si nada”.
Vivió durante años en Gaza, uno de los lugares más castigados del mundo. ¿Cómo se sobrevive en un territorio donde la vida cotidiana está atravesada por el miedo, la escasez y la pérdida constante?
Bueno, nosotros no estamos hablando de dos años de guerra ni de 17 años de bloqueo, aunque esos han sido los peores. Yo llevo medio siglo viviendo en este infierno, desde niño hasta hoy en día, y esa es la situación de la mayoría absoluta del pueblo palestino. Hay mucha gente que cree que la causa palestina se conoció a partir del 7 de octubre. Pero Palestina está ocupada desde hace 77 años, desde 1948, y antes por los ingleses. No hay que ir mucho más atrás. Ya con la resolución Balfour de 1917 Palestina salió de un conflicto para entrar en otro peor y de una ocupación a otra.
Uno, como yo, ha pasado siete u ocho guerras. Y eso es lo que se llama “guerras”, porque luego hay otras incursiones, como dos o tres barriadas destruidas. Es prácticamente una guerra en pequeño, pero que ni se registra como tal. Durante esos años estuve cuatro veces en la cárcel. La más corta, dos semanas; la más larga, dos años y medio. ¿Y eso por qué? Porque protestábamos contra la ocupación. Y hemos seguido así hasta llegar a este genocidio. Lo llamamos genocidio porque la guerra tiene normas: no se bombardean civiles, ni hospitales, ni periodistas, ni médicos. No se utiliza la comida, los medicamentos, el agua o la luz como armas de guerra. Menos mal que no pueden controlar el oxígeno; si pudieran, nos asfixiarían cuando quisieran.
Ha sido testigo directo de la guerra y del sufrimiento de su pueblo. ¿Qué imágenes o sonidos le siguen acompañando, incluso ahora, lejos de Gaza?
Bueno, imágenes... no solo yo. No ha quedado una sola persona sin ver imágenes de sangre, de muerte, de pedazos de gente. Yo he visto personas operadas sin anestesia, médicos que tenían que cortar un pie o una mano mientras otros los sujetaban y gritaban. Hay cosas que ni siquiera la cámara puede captar. Cuando vas a un sitio recién bombardeado, la carne humana huele a asado, ves gente aplastada entre dos techos. Al cabo de unos días, el olor terrible de la muerte. Eso no lo capta la cámara, ni la basura, ni el desagüe, ni los mosquitos. Pero eso se queda. Ahora, mientras hablo contigo, el olor lo tengo todavía. Todas esas imágenes son terribles y dañan mucho a un ser humano.
En su historia hay una herida irreparable: la muerte de su hijo Omar. ¿Cómo se sobrevive a una pérdida así?
Yo siempre he dicho que no existen palabras para describir la pérdida de un hijo. Solo puede imaginarlo un padre. Imagínate cómo se siente uno cuando su hijo está enfermo... y ahora imagina perderlo. No existen palabras. Mi hijo mayor fue el primero en llamarme “papá”, y teníamos mucha esperanza en su futuro. Había estudiado ingeniería eléctrica y, como era de los mejores estudiantes, trabajaba como profesor en la universidad. Fue asesinado cuando iba a traer una medicina para un amigo herido. Murió un viernes y hasta el viernes siguiente no pudimos recuperar su cuerpo. Al enterrarlo, sentí que mi corazón se encerraba con él.
Acompañó a periodistas que mostraban al mundo lo que allí ocurría. ¿Cree que el mundo está recibiendo una imagen fiel de lo que ocurre en Gaza?
Bueno, últimamente los periodistas están haciendo un buen trabajo, aunque hay medios de comunicación que se venden, se compran o se manipulan. Eso lo sabemos. Y sufrimos el doble rasero desde hace mucho. Por ejemplo, con la guerra de Ucrania. Lo siento mucho por los ucranianos, porque sé lo que es una guerra. Pero todo el mundo tomó medidas para castigar a Rusia, incluso enviando armas. A nosotros, en cambio, nos envían armas contra nosotros. Y los medios de comunicación... cada día mueren 100 o 200 personas, como si fueran cifras. Me molesta, porque ni siquiera llegamos a la categoría de los animales. Aquí en España no se puede torturar a un perro, ni dejarlo sin comer, ni matarlo. Pero a nosotros nos matan ante los ojos del mundo, en directo. Ves a un niño que solo tiene piel y huesos por hambre, o gente muriendo, y nada. Somos cifras. Cuando las muertes llegaron a 45.000, la gente empezó a hablar de genocidio. Pero también debo decir la verdad. El pueblo español, hoy en día, es la vanguardia de toda Europa.
¿El mundo ha normalizado la violencia contra el pueblo palestino?
Sí. Incluso lo que llaman “propuesta de alto el fuego” es una farsa. A los pocos días, vuelve todo. No estábamos ahí y toman decisiones por nosotros. Incluso ponen de gobernador a Tony Blair, un criminal en Irak y otros sitios. Llevamos once o doce días de alto el fuego y ya ha sido violado 126 veces por Israel. Han muerto más de 100 personas, y la comida que entra no llega ni al 10 %. Lo peor es que temo que lo que viene será aún peor, aunque de otra manera.
¿Cómo fue su salida de Gaza? Entiendo que, por un lado, fue un alivio poder buscar paz y tranquilidad, pero, por otro, dejaba su tierra.
La verdad, yo fui de los que rechazaron ir del norte al sur, porque cuando ellos te piden que vayas al sur, lo mejor es hacer lo contrario. Nunca te aconsejan para algo bueno. Tampoco pensé nunca en salir de Gaza. En 1990 estuve tres años aquí, en España, y me insistieron para que pidiera asilo político o humanitario. Lo rechacé, porque yo tengo una causa. Estoy registrado como refugiado por Naciones Unidas, pero esa palabra no me gusta. En 2010 tuve otra oportunidad, en España e Italia, y también la rechacé. Llevo más de 20 años trabajando con periodistas españoles y siempre tuve opciones de salir, pero no quise. Pensaba: si salgo yo, y el otro, y el otro… ¿a quién dejamos Gaza? ¿A los israelíes?
Pero en esta guerra fue distinto. Mis amigos Mikel Ayestarán y Mercedes Rivas escribieron una carta al ministro de Exteriores. Yo no esperaba nada, pero al cabo de unas semanas me llamó el cónsul español en Jerusalén y me dijo que podía salir el 18 de junio. Me puse entre la espada y la pared con mis hijos. Ellos son jóvenes, habían perdido a su hermano y no querían perder más familia. Pero dos días antes me llamaron: se cancelaba por el ataque de Irán. Pensé: “Soy un gafe”. Los niños se pusieron tristes. Ya habíamos repartido la poca comida y ropa que teníamos, pensando que salíamos. Nos quedamos sin nada una semana. Pero, al final, conseguimos salir del infierno de Gaza.
¿Se puede volver a confiar en el futuro?
Por mucho que hemos pasado, no se puede perder la esperanza ni renunciar a la libertad. Si el ser humano pierde la esperanza, ya no vale para nada. Siempre hay que mantenerla.
Su historia es también un ejemplo de cómo la cultura puede convertirse en una forma de resistencia. ¿Qué papel tiene el arte en un contexto de guerra?
El arte refleja la cultura de un pueblo y puede unir a muchos países. Al fin y al cabo, todos somos seres humanos. Nosotros decimos que todos venimos de nueve meses de embarazo. A mí me gusta el mar, por ejemplo. El mar nos une con España. La luna también nos une. Las fronteras, creadas por intereses, no deberían existir. Ojalá el mundo fuera libre y en paz, aunque sé que eso es un sueño. En el documental ‘Dreams Behind The Wal’, en el que soy productor, hay dolor, sí, pero también esperanza. Hay bombas, pero también música, fotografía, niños.
¿Era importante que no solo hablara de destrucción, sino también de la fuerza de vivir?
Sí. Mi padre me decía que quizá él no llegaría a ver Palestina libre y segura, y eso me lo decía en los peores momentos. Yo ahora hago lo mismo con mis hijos. Les digo que no hay que tirar la toalla, que hay que seguir luchando. Uno no puede vivir solo para sí mismo. Si fuera así, yo habría estado en España o Italia hace mucho tiempo. Pero tengo fe. Tal vez tenga que ver con nuestra cultura religiosa, ya que confiamos en que Dios nos compensará, aunque sea en el juicio final. En este mundo siempre falta justicia, pero algún día se cumplirá. No puede ser que quien hace el mal toda su vida se vaya como si nada. Eso es imposible.
Recibir el Premio Valores Humanos en un Festival de Cine de Fuentes es, sin duda, un gesto de reconocimiento y reparación simbólica. ¿Qué significado tiene?
Lo aprecio mucho, pero sinceramente hay miles de personas en Gaza que lo merecen más que yo. Yo, al salir y tener comida, una casa, me siento incluso culpable. He dejado a hermanos, familiares, a dos millones de personas que sufren. Quien no muere por bombas, muere por falta de comida o de medicamentos. Pero es un premio simbólico que agradezco, porque demuestra que hay gente sensibilizada, que sabe lo que está pasando. Antes del 7 de octubre, la causa palestina estaba en un agujero negro. Ahora, por lo menos, la gente sabe, se mueve por la justicia y los derechos.
Después de todo lo vivido, ¿qué sueño lo mantiene en pie? ¿Cuál es su esperanza para sus hijos y para el pueblo palestino?
Yo perdonaría todo lo que ha pasado a cambio de vivir un solo día, 24 horas, en Palestina libre y segura. Luego que me peguen un tiro, no me importa. La muerte no es algo que haya visto de lejos, la he tenido delante de mí muchas veces. Estoy viviendo de sobra. Esta vida en España es una vida extra. Con las condiciones que viví, debería estar muerto hace tiempo, pero, como decimos, “hierba mala nunca muere”. Ese es mi consuelo. Solo deseo vivir un día como un ser humano, en paz, sin miedo a despertar con una bomba o perder a alguien de mi familia. Ese es el sueño, y no es distinto al de cualquier otro ser humano.