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Pensé que eran culebras, tal vez anguilas… luego ya salieron ejemplares gordos de cabeza clara y la boca como el radiador de un Jaguar Type E. Un reguero de comida bajaba flotando y los depredadores, catalogados como especie invasora, no dejaban ni una miga.
Hice un vídeo. Pasó un ciclista y me dio con el manillar en el codo. Le insulté a gritos para quitarme el susto pero aceleró por la estrecha acera esquivando a otros peatones. Los ciclistas y patinadores aterrorizan a los peatones igual que los siluros aterrorizan a todo lo que se mueve en el río. Hay que estar con cuatro ojos.
A la hora de subir el vídeo me acordé de que un mes antes, a las seis y pico de la mañana, había grabado unas nutrias en ese mismo tramo del río, justo bajo los estribos del puente. Y que en marzo grabé por el Naútico a un nadador espontáneo que se zambulló en la crecida del Ebro, así que tengo una colección de estampas fluviales para añadir a Los placeres del Ebro, de Marín Bagüés. También grabé en la playa de Helios al pescador de siluros mientras sacaba del agua y abrazaba para la posteridad a un monstruo de 2,40 metros.
Los siluros, que se zampan todo lo que se mueve (hay un youtube clásico en el que un ejemplar salta y atrapa a un pato o pata en la orilla), no debían estar por el Puente de Piedra de madrugada, pues las nutrias del amanecer de principios de julio, al menos tres o cuatro, parecían tranquilas, aunque nunca se sabe.
Un aemán trajo en 1974 treinta crías de siluro y las arrojó al Ebro y se supone que estos morlacos son sus descendientes. Como procedían del Danubio se podría decir que el Ebro es un poco danubiano.
He vuelto alguna tarde pero como no hay merienda los siluros no han asomado. Ni las nutrias. Ni el ciclista.