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“No podemos abordar la violencia machista como si el maltratador no existiera”

Santiago Boira. Foto: Juan Manzanara.

Ana Sánchez Borroy

Zaragoza —

Santiago Boira (Zaragoza, 1967) es profesor de la Facultad de Ciencias Sociales y del Trabajo de la Universidad de Zaragoza. Su guía Violencia de género. Guía práctica para las entidades locales acaba de ser editada por la Federación Aragonesa de Municipios, Comarcas y Provincias. Entre 1999 y 2007 coordinó el Servicio Espacio del Instituto Aragonés de la Mujer, orientado al tratamiento de hombres con problemas de control y violencia en el hogar.

¿Por qué era necesario editar Violencia de género. Guía práctica para las entidades localesViolencia de género. Guía práctica para las entidades locales?

Es una guía orientada a las entidades locales, para intentar salvar diferencias entre la atención a una posible víctima del medio urbano y a una del medio rural. La estructura de esta Comunidad autónoma hacía necesario concretar los recursos, los itinerarios disponibles, la distribución de los servicios. Desde 2008, en que ya se publicó una primera edición de la guía, ha habido muchos cambios legislativos, en protocolos y en recursos que ahora hemos vuelto a recopilar. En la guía, los primeros apartados van orientados a la ciudadanía en general: explicamos qué es la violencia de género, sus diferentes manifestaciones, cómo actuar ante ella... es un tipo de información muy genérica, con el objetivo de que sea relativamente práctica para cualquier familiar o incluso para la propia mujer víctima. Además, la guía permite una segunda lectura porque el texto hace permanentes referencias a los protocolos, al catálogo de servicios sociales y a un conjunto de documentación recogida en el anexo, con información mucho más especializada y dirigida a los agentes involucrados en el proceso de atención a las mujeres.

¿Sigue siendo muy diferente el proceso de denuncia y de atención a las víctimas de violencia machista en el medio rural de las grandes ciudades? 

Influyen dos aspectos importantes. Por un lado, los recursos y su distribución, sobre todo, si comparamos Zaragoza con el resto del territorio. Por otro lado, en el medio rural, afecta más la presión social. El hecho de que las personas en los pueblos pequeños se conozcan entre ellas agudiza más las dificultades para una mujer que sufre malos tratos a la hora de denunciar, de visibilizar su problema. Es un entorno donde las relaciones son más próximas y donde influye más el “qué dirán”, las habladurías. Por eso, aún es más importante, si cabe, que los agentes involucrados tengan información precisa sobre cuáles tienen que ser los modos de actuación.

¿Se ha constatado con datos sobre el porcentaje de denuncias recibidas en el entorno rural esta impresión de que influye tanto la presión social?

El porcentaje de denuncias es muy bajo en comparación con la población en general en todos los ámbitos. Sí hemos hecho estudios cualitativos, no solo en Aragón, que demuestran que, efectivamente, cualitativamente hablando, el número de denuncias es menor.

Una vez que las mujeres se deciden a denunciar, ¿reciben menos apoyo de su entorno en el medio rural?

Es difícil generalizar, depende mucho de las redes informales de la víctima. Lo que sí es cierto es que el vecindario y la familia pueden jugar papeles ambivalentes. Todos estamos inmersos en una cultura patriarcal en la que, a veces, la opción de la denuncia y de la salida del entorno del agresor no siempre es la prioritaria. Algunos entornos plantean excusas para denunciar como, por ejemplo, que los hijos no se queden sin padre.

¿Qué más se podría hacer para recortar esa brecha entre el medio rural y el urbano?

Es muy importante aproximar los recursos. Como reflejamos en la guía, el Gobierno de Aragón ha hecho un importante esfuerzo realizando protocolos en todas las comarcas para establecer cauces de coordinación entre todos los involucrados: servicios sociales, Guardia Civil, colegios, centros de salud... Ese es el camino: aproximar lo máximo y ofrecer una respuesta lo más coordinada, inmediata e integral posible. Evidentemente, nunca es suficiente, ni en el medio rural ni en el urbano, porque siempre se pueden mejorar los recursos o la calidad de la atención.

En general, para atajar la violencia machista en cualquier ámbito, ¿qué cree que sería prioritario mejorar?  

Tanto para la prevención como para la atención posterior de las víctimas directas, que son las mujeres agredidas y también sus hijos e hijas, además de la proximidad que comentábamos antes, creo que es absolutamente primordial y prioritario que todo tipo de actuación tenga un carácter integral, que cada área no haga su tarea de forma independiente. Es muy importante que los cauces de coordinación se profundicen y se tejan suficientemente, sin depender del color político de las administraciones. La distribución de competencias entre administraciones provoca que en Aragón pueda ser difícil incluso definir la violencia de género, porque depende de si consideramos la ley estatal de 2004 o la autonómica. Otra cuestión básica es seguir insistiendo en la prevención entre la población en general. A veces, tenemos la impresión de que los discursos de los profesionales van en una dirección mientras el cambio de actitudes de los hombres y de las mujeres, fundamentalmente de los varones, siguen sin llevar exactamente los mismos ritmos. Hay que trabajar en términos educativos y de formación, pensando no solamente en mujeres que ya están sufriendo violencia, sino en sus entornos próximos. Es decir, trabajar también sobre los espectadores de la violencia.

Usted ha trabajado durante años en tratar a los hombres maltratadores, ¿se puede rehabilitar a un maltratador?  

Esa es siempre la gran pregunta. Yo soy moderadamente optimista porque pienso que en España ya contamos con investigaciones que permiten serlo. Como en cualquier otro problema psicológico, el asunto clave es llegar a entender de qué estamos hablando: se trata de rehabilitar. A partir de ahí, debemos aclarar que existen dos tipos de programas: aquellos a los que los hombres acuden voluntariamente, como el Servicio Espacio de la Comunidad Autónoma de Aragón, y los programas donde los hombres acuden obligatoriamente para evitar la prisión, como sustitución o suspensión de la pena. Lógicamente, depende del tipo de programa, la motivación de estos hombres va a ser muy distinta. Lo que tengo muy claro es que no podemos abordar el problema como si el maltratador no existiera o utilizando solamente medidas de prisión. También tendríamos que aclarar qué entendemos por rehabilitación: si es que no se vuelva a producir un episodio de violencia física o si pensamos, por ejemplo, en trabajar con el hombre mientras la mujer toma la decisión de separarse, que es un momento en el que ignorar al maltratador puede tener consecuencias graves.

¿Es frecuente que los hombres acudan a estos programas voluntariamente?

No es un número mínimo de hombres, aunque lo cierto es que, a partir de 2004, con la entrada en vigor de la ley, muchos de ellos han acabado por incorporarse a programas obligatorios. Con todo, pienso que el Servicio Espacio sigue teniendo sentido para casos más incipientes, para personas más jóvenes... También podría darse el caso de que, después de hacer los tratamientos psicoeducativos de instituciones penitenciarias, alguno de los hombres pudiera plantearse profundizar o hacer un trabajo más individual.

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