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“El acosador se cree impune y cuando crezca vendrá el ‘mobbing’ y la violencia de género”

Los acosados padecen daños emocionales.

Óscar F. Civieta

Zaragoza —

El florecimiento de episodios de acoso escolar ha hecho que este asunto (que no es nuevo) cobre una preocupante relevancia. Periódicos, radios y televisiones se han hecho eco y esto ha impelido a otros padres y madres, que lo vivían en relativo silencio (mediáticamente hablando), a dar un paso más. Quieren contar sus experiencias. Están dispuestos a revivir el drama en pos de que desaparezca. Con ese objetivo se ha creado en la 'Asociación Reazyom Familias Víctimas de Acoso Escolar de Zaragoza'.

Tres integrantes de la misma, dos madres y un padre, charlan con eldiario.es. Se han decidido a hablar, aunque quieren seguir siendo anónimos. Temen represalias. La conversación destila tristeza, rabia y soledad. El padre dice que siempre es lo mismo. Se nota que ha inquirido sobre el tema y que su situación actual es crítica. Solo dice una cosa personal. Eso sí, definitoria: “Un médico me dijo que, salvando las distancias, por supuesto, cuando mi hija iba al colegio estaba sometida a la misma presión que una niña en la guerra de Siria”.

Hay lugares comunes en los que todos coinciden: aislamiento, exclusión, inactividad del colegio… Es el relato tipo de un caso de acoso escolar. Lo cuenta el padre, pero habla en nombre de todos los que lo sufren:

“Empiezan a comportarse de manera extraña, nunca quieren hacer los deberes, se enfadan por todo, están muy irritables. Cuando te lo cuentan la primera vez no les crees, ‘¿cómo va a estar pasándote eso?’, le dices. Entonces comienzas a ver cosas extrañas: le dejan de lado en los cumpleaños, cuando hacen una actividad de parejas ella siempre se queda sola…”

“Decides ir al colegio y te dicen que son cosas de chicos, que hay mil casos iguales. Así hasta que sucede algo más fuerte: insultos, una agresión física… Lo comentas con otros padres y la respuesta siempre es la misma: ‘Cámbiala de colegio’; pero esa no es la solución, estos niños quedan tan debilitados que si van a otro centro les vuelve a pasar. Tienen ya un daño, y eso les impide tener relaciones sociales normalizadas. En ese momento suele aparecer también la revictimización, que es atribuirle la responsabilidad a la víctima”.

El colegio

La conversación se vuelve más plural cuando llega el momento de hablar del centro escolar. Todos coinciden en que es uno de los principales culpables: “Su respuesta siempre es lamentable, aunque vean lo que está pasando, miran para otro lado. Y cuando intervienen lo hacen llamando aparte a los niños. Eso no puede ser, si la agresión es pública, la reprimenda también debe serlo. Confrontan a los implicados, y el niño o la niña vuelve a revivir todo lo pasado. Ponen a agresor y víctima a la misma altura. Ahí los acosadores ven la soledad de la víctima, que no tiene respuesta, y se crecen. Los profesores incrementan la distancia entre unos y otros”.

Sorprende la claridad con la que los tres culpabilizan, en cierto modo, al centro escolar. Sin ambages: “Si estamos así es porque el colegio no hace nada. Tienen una responsabilidad in vigilando, y disponen de recursos para darle la vuelta a la tortilla. Cuando vas a hablar con ellos te preguntan si tienes problemas laborales, si estás divorciada… Tornan el asunto para que parezca que el problema viene de casa”.

Los niños o niñas que acosan, afirman con unanimidad, siempre son los líderes de la clase. Es más, “el liderazgo se forma a base de machacar a alguien. Los que están aislados se integrarán en el grupo en la medida en que también hagan daño a la víctima. Como el colegio no hace nada, el líder se cree que es impune, que puede hacer lo que quiera. Y cuando sea mayor vendrá el mobbing y la violencia de género. Todo parte del mismo lugar”.

La inspección educativa

El relato continua con absoluta igualdad de pareceres: “Cuando ya estás muy desesperado/a vas a la inspección educativa. Eso ya es el acabose. Se dedican a ocultar. Son la tapadera de los colegios: en cuanto sales por la puerta llaman al centro para decir que has estado allí protestando”.

Los demás padres

Los progenitores de los acosadores también tienen, según estas madres y padres, mucha culpa de lo que sucede. Van más allá y afirman que el aislamiento al que se ven sometidos sus hijos se traslada a ellos: “Empiezan a hablar mal de ti, a criticarte, a mí se me cambian de acera cuando voy a buscar a la niña”.

Aparece entonces la connivencia entre colegio y padres: “En el centro les dicen que ya saben que hay padres muy pesados, que siempre se están quejando, que le digan a sus hijos que no jueguen con los de estos y así se evitan problemas”. Otro aspecto común a todos los casos, explican, es que “los padres de los acosadores suelen ser amigos, se meten en la AMPA, forman grupitos, de alguna manera son los que controlan el colegio”.

“Nosotros también nos sentimos solos. Esto destroza familias. Los padres estamos con depresiones, bajas laborales, se rompen las relaciones sociales porque nadie lo entiende y dicen que siempre estamos con el mismo tema, pierdes tu capacidad de disfrutar”.

El daño

Apuntan que los niños y niñas sufren daños emocionales: “Cuando salen con amigos que no son los del colegio, sino del barrio, por ejemplo, cualquier gesto lo interpretan como un ataque; lo relacionan con lo que viven en el centro escolar”.

Es muy habitual, dicen, que tengan estrés postraumático, “y eso les impide dormir, están agresivos, en continuo estado de alerta”. Y siempre están las secuelas: “Un niño o niña con un previsible buen futuro, listo, que va bien en los estudios, le destrozan la vida, empieza a suspender, puede que incluso tenga que dejar los estudios…”

Las soluciones

La prevención es el elemento clave para ellos. Y esta se consigue “dando alternativas educacionales, el diálogo, obviamente, es una de ellas”, aclaran. Lo primero siempre ha de ser prevenir, pero cuando ya ha llegado el acoso, cuando lo anterior no ha funcionado, “hay que sancionar”. Los acosadores, apuntan, “han de afrontar las consecuencias de sus actos con una sanción proporcional”. En esta fase, reconocen con crudeza, “el diálogo ya no vale”.

Pero tampoco se trata de sancionar y ya está: “Se les tiene que enseñar a comportarse de otra manera, si esto no se hace, ¿qué incentivo tiene el acosador para cambiar su actitud?

Los espectadores

Los espectadores son todos los niños y niñas que lo ven desde fuera. Compañeros de clase. Ellos también tienen una función importante: “Si los espectadores cortan a los líderes, el liderazgo se acaba inmediatamente”. El problema, señala el padre, es que “no intervienen porque tienen miedo de que les pase a ellos”.

Y de nuevo viran la mirada hacia el colegio: “El centro solo se centra en el acosador y el acosado, pero los que podrían revertir el proceso son los espectadores. Hay que decirles que lo digan, que no se callen”.

“Oigo una ambulancia y ya estoy histérica”

M. M. S. se anima a contar su caso. Lo hace desde la perspectiva del niño que, afortunadamente, ya lo ha pasado: “Mi hijo sufrió acoso durante tres años. Le pasó lo que hemos contado: aislamiento, exclusión, etcétera”. Por suerte, lo superó, “y ahora, como no quiere que le vuelva a ocurrir, siempre intenta estar reconocido por los líderes. Dice que no quiere ser el pringado ni el marginado. Y yo le digo que tenga cuidado, que él sabe lo que ha sufrido”.

La hija de C. C. P. tiene ya 18 años. Sufre acoso desde los 8. Prefiere no entrar en detalles, pero sí deja una frase clarificadora: “Si estoy en casa y mi hija por ahí, y escucho una ambulancia, ya me pongo histérica”.

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