Ana nos atiende a la hora del almuerzo. Sus clientes, que han venido desde Salamanca con su perrita, se han marchado a comer y Ana aprovecha este espacio de tiempo para hacer un par de cosas en sus instalaciones mientras recorremos su historia como mujer emprendedora en el mundo rural en Aragón. Nacida y criada en Quinto, un municipio de la comarca de la Ribera Baja del Ebro, su historia comienza como la de otras muchas jóvenes que decidían continuar con su formación académica en la Universidad. Primero cursó Trabajo Social en Zaragoza y después se marchó a Barcelona para estudiar Antropología. “Quería aprender inglés, y decidí viajar al Reino Unido”, apunta Ana, que llegó en 2003 para estar tres meses, que se convertirían en 21 años de su vida.
En Inglaterra estudió un máster en Género y después cursó el doctorado en Antropología Médica en la Universidad de Sussex con el que comenzaría una larga y fructífera carrera como investigadora centrada en el cáncer de mama desde una perspectiva feminista y crítica, además de abordar las experiencias de la enfermedad. Compaginaba investigación, con publicaciones científicas y su labor docente como profesora universitaria. Una etapa en la que la misma mujer que cosechaba éxitos profesionales de alto nivel, “era una mujer máquina, que no paraba de hacer cosas, que siempre tenía la mente ocupada, y que no conseguía desconectar”, confiesa.
Hace cuatro años, coincidiendo con la época COVID, su pareja Carlos, le animó a adoptar un perro, Bilbo, un animal con algunas dificultades que vivía en una protectora de Lancaster. “Siempre había querido tener un perro, pero nunca encontraba el momento de dar el paso”, explica Ana. La llegada de Bilbo, cambió la vida de la investigadora dándole un giro de 180 grados y aportándole una nueva perspectiva que la ha conectado con su yo más sincero.
La vuelta de Ana a Quinto, hace ahora “un año y un mes”, matiza la emprendedora, no ha sido algo casual: “Es una decisión fruto de un proceso que ha durado cerca de cuatro años”, apunta. Bilbo era “el animal perfecto y su presencia en casa me obligó a levantarme de la silla donde trabajaba para salir a la calle, pasear, cambiar la perspectiva”. Pero la adopción de una segunda perrita desenmascaró algunos de los problemas que su primer perro escondía.
La búsqueda de respuestas a los cambios de comportamiento del animal, llevaron a Ana, amante y profesional de la investigación: “Siempre estoy haciéndome preguntas”, hasta el mundo de la gestión del comportamiento canino. Ese fue el punto de inflexión en la vida de Ana, aunque tardaría algún tiempo en verlo. Durando los dos últimos años de su residencia en el Reino Unido, compaginaba su labor investigadora y como docente universitaria, con las clases sobre búsqueda de personas con perros y detección deportiva, “las hacía en mi tiempo libre, no tenía vida”, recuerda.
La información y los ejercicios que la investigadora practicaba con su perro, al que le detectaron dolor crónico; el causante de sus cambios de comportamiento, resultaron beneficiosos también para ella una mujer “absorbida por el sistema de hiperproductividad establecido hoy en día en el que por mucho que hacía parecía que nunca era suficiente”, que pasó de sentir que: “Mi cuerpo iba, por un lado, y mi cabeza por otro”, a: “Ser consciente de esta situación y querer solucionarla”, explica Ana.
Salir de casa con Bilbo, la ayudó a recuperar parte de su esencia: “Empecé a escuchar a los pájaros, a notar el viento y a estar más presente”, y con el apoyo y acompañamiento de profesionales inició un proceso de aprendizaje para “parar”, no hacer nada en algunos momentos y “no sentirme mal por ello”, confiesa.
La vuelta al pueblo, una realidad moneda: con dos caras
A principios de 2024, Ana hizo partícipe de sus inquietudes a su pareja Carlos, también de Quinto y que había decidido mudarse al Reino Unido 14 años atrás para poder compartir más tiempo juntos: “En ese momento, yo estaba convencida de que no abandonaría aquel país y mucho menos me veía volviendo a vivir en mi pueblo después de tantos años”. Sin embargo, casi dos décadas más tarde, el deseo de cambiar de vida cada vez estaba más presente en Ana hasta que, finalmente: “Nos sentamos a hablar y le dije a Carlos que quería dejar la Universidad, una institución que, a mi parecer, está sobrevalorada”, explica, “y siempre le estaré agradecida por no cuestionar mi decisión y por apoyarme, como lo ha hecho desde que nos conocimos”, subraya.
En septiembre de ese mismo año visitaron un terreno en Quinto y “nos enamoramos de él”. Desde entonces esta pareja ha trabajado todos los días para convertir la finca en el espacio que Ana tiene en su mente: “Un lugar donde poder trabajar con los animales y las personas para construir vínculos sólidos como rocas, relaciones basadas en la confianza, la calma y la motivación compartida”, explica.
Pero el choque cultural de la vuelta a la vida en un pueblo, después de dos décadas fuera de España, ha hecho a esta emprendedora ser consciente de lo que implica apostar por los lugares pequeños. “Si escuchas todo lo que la gente te dice, no harías nada”, lamenta Ana en referencia a algunos comentarios que le llegan sobre su proyecto, todavía en ciernes y con una filosofía novedosa que implica un cambio en la creencia popular sobre las relaciones entre los humanos y los perros.
Además, añade: “En los pueblos nos enseñan que ser humilde es mejor, y no estoy del todo de acuerdo”, por eso ha importado también la filosofía anglosajona de creer en los méritos de uno mismo y ponerlos en valor: “Soy una profesional formada, con amplia experiencia y en continuo aprendizaje, me va a ir bien, porque sé que soy buena en mi trabajo” sentencia con una sonrisa la emprendedora.
Sin embargo, en la otra cara de la moneda: “Y aunque parezca contradictorio”, Ana ha sentido un apoyo por parte de su pueblo que no esperaba: “Un día tuvimos un problema en el terreno, pedimos ayuda y se presentaron allí veinte personas, era un ambiente tan bonito, una sensación tan especial”, agradece Ana, que comenta divertida la reacción de sus amigas del Reino Unido cuando le contaba esta anécdota: “No se lo pueden creer, porque allí, este tipo de vínculo no existe”.
Y es que una de las cosas que ha redescubierto en su reciente vuelta la investigadora es la importancia de pedir ayuda: “Cuando viví en el Reino Unido, sobre todo durante los primeros años, como mujer y como inmigrante, aprendía a pedir ayuda”, dice Ana, que pone en valor “la importancia que tienen las redes en los pueblos”, y añade: “Se nos olvida que podemos pedir a otros que nos ayuden, y deberíamos fomentarlo, como se hace de manera natural en los pueblos”.
Un emprendimiento que apuesta de manera consciente por estar en un pueblo
Consciente de que “hay profesionales que se instalan en pueblos a las afueras de ciudades por el hecho de tener más terreno disponible”, Ana deja claro que en su caso ha vuelto a su lugar de procedencia porque en Quinto “está mi familia y la de Carlos, nuestros amigos, y porque creemos en la vida en el mundo rural como una opción real para desarrollar una carrera profesional”. Una idea que trae importada del Reino Unido, donde muchos profesionales están erradicados en pequeños pueblos y “pueden ser exitosos, porque las personas interesadas en sus servicios recorren cientos de kilómetros para acudir a ellos”, asegura Ana.
El terreno que han comprado en Quinto, tiene 4000 metros cuadrados, de los que 3500 están disponibles para que los perros puedan estar libres, y donde puede Ana puede trabajar con ellos con comodidad. “Está un poco alejado del pueblo, así que los animales pueden ladrar sin problemas”, explica la emprendedora que, aunque con muchas ideas, en su primer tramo de andadura en este proyecto ha decidido centrarse en convertirse en un centro especializado en deportes acuáticos y de olfato para canes. Ejercicio para el que se ha formado en los últimos años, consiguiendo la certificación de Marka Training Academy, y las acreditaciones como Instructora en búsqueda de personas por Mantrailing Global y en Detección Deportiva por UKSS.
Uno de sus objetivos es llegar a trabajar con gente de la comarca, cambiar y mejorar la cultura del bienestar animal, desde la ciencia, el juego y el respeto: “Sé que me va a costar mucho, pero incluso en la investigación que hacía ya era crítica del discurso dominante y he aprendido a trabajar abriendo ventanas, así que soy optimista”, apunta Ana, que confía en demostrar a través de los resultados de su trabajo con animales, que su filosofía basada en fomentar las habilidades de los animales para ayudarles a que tengan habilidades que les den motivación y estén más satisfechos en la vida humana, es “importe y necesaria”.
Cada vez son más los perros que viven en entornos urbanos donde “tienen miedo a los ruidos, desarrollan miedo a los espacios estrechos, están sobre estimulados y no pueden dar rienda suelta a su instinto”. En centros profesionales como el de Ana, que cuenta con la primera piscina de España de dock diving y donde “entrenamos a los animales desde la calma y les enseñamos a pensar y a reducir los niveles de frustración”, asegura. En su primer mes como trabajadora por cuenta propia en su propio emprendimiento, Ana ha recibido a varios clientes “principalmente han contactado a través de redes sociales”, y confía en seguir ampliando su lista de alumnado canino.
En cuanto al proceso, confiesa que “ha sido relativamente fácil porque he estado muy acompañada”, y que el apoyo que ha recibido de su entorno más cercano, pero también del pueblo y del grupo de acción local de la comarca han sido fundamentales: “Me ha sorprendido para bien, y me siento emocionada de cómo se han volcado en Wonderdog”, aclara. En cuanto a las piedras del camino Ana es clara: “El sistema en España es que no sabes lo que no sabes, entonces ¿Cómo vas a hacer las preguntas buenas? Me han asesorado bien, pero no hay un manual sobre cómo emprender y a veces hasta los profesionales desconocen la información, así que, en algunos temas, afortunadamente en temas puntuales, ha sido un proceso de prueba error frustrante”.
Son las 14:55 de la tarde y se escucha la puerta. Los clientes de Ana, venidos de Salamanca, vuelven para continuar su sesión con su perrita, que ladra al ver la piscina: “Le encanta el agua”, sonríe Ana al ver a su pupila peluda que nos despide eufórica. La entrevista finaliza aquí, pero continuará, porque las mujeres rurales tienen mucho que contar.