Nací, crecí, estudié y me licencié en Madrid para llevar una vida recta, justa y repleta de responsabilidades. Sólo una extraña y obsesiva atracción hacia las luces parpadeantes en una pantalla y a los dispositivos con botones ha conseguido manchar un expediente impoluto. Puede que fuera aquella primitiva Atari en una edad demasiado temprana, puede que sea el resultado de una alteración neurológica o simplemente una cruzada personal por evitar el aburrimiento, pero a estas alturas, mi pasión desmesurada por los videojuegos es de carácter crónico e irreversible.