Hola,
Agarra un café y vamos al lío. ¡Buenos días!
- Señor García Ortiz, ¿ha hecho usted llegar a personas ajenas a la Fiscalía el célebre correo el 2 de febrero de 2024?
- “No, yo no lo he hecho llegar”.
Álvaro García Ortiz dijo ayer en su propio juicio lo mismo que dijeron antes los periodistas que publicaron el correo de confesión de la pareja de Ayuso: que no fue él quien lo filtró. El momento era tenso, extraño, incómodo, inédito: el fiscal general del Estado contestando como acusado las preguntas de la Fiscalía y de la Abogacía del Estado ante siete jueces del Tribunal Supremo. Como hacen a menudo los acusados, se negó a contestar a los abogados de la acusación, es decir, a los de Alberto González Amador y Hazte Oír, entre otros.
García Ortiz repitió el relato de los hechos que lleva un año sosteniendo. El peor momento para el fiscal fue cuando dio sus explicaciones sobre por qué había borrado el contenido de su Whatsapp, algo que siempre recomiendan los asesores de seguridad digital pero que queda fatal en un juicio en el Supremo.
Pero en realidad la comparecencia clave de ayer no era la del propio García Ortiz. Era la de los agentes de la UCO, que acudían a defender el informe en el que el juez instructor basó su acusación. El teniente coronel Antonio Balas hizo sus equilibrismos para, aunque no han encontrado ninguna prueba concreta de que la filtración procediera del fiscal general, apuntarle directamente. Básicamente porque era el jefe y en la Fiscalía nada se hace sin que lo sepa el jefe. Es decir, que no tienen la prueba pero que tuvo que ser él. O por citar las palabras concretas: “Durante todo el proceso lo que se ve es un dominio a todos los niveles del fiscal general del Estado”. Resulta que no solo Miguel Ángel Rodríguez sabe hacer deducciones sin información.
El momento chanante de la jornada ocurrió durante la comparecencia de este mando de la UCO. Le preguntaron si además de registrar el despacho, el móvil y el correo del fiscal general, lo hicieron con alguna más de las otras 600 personas que pudieron tener acceso al archivo de la causa donde estaba el correo de filtración, o al menos con alguna de las 16 que tenían acceso al buzón colectivo donde originalmente se recibió la confesión. “Nosotros no hacemos investigaciones prospectivas”, ha respondido el agente. Y en ese momento, ha sonado una carcajada colectiva en la sala que a mí me ha helado la sangre.
El juicio termina hoy. Escucharemos los alegatos finales y quedará visto para sentencia.
La jueza de la dana debe estar pasando uno de los peores momentos de su vida: ya tiene en su poder las grabaciones de las llamadas de aquella tarde de la riada al ‘botón’ de teleasistencia, ese pulsador que llevan colgado del cuello muchas personas mayores que pasan mucho tiempo solas en casa, para que puedan pedir ayuda telefónica si se caen o tienen algún problema grave.
Nosotros no tenemos los audios, tenemos las transcripciones y solo leerlas es terrible. Revelan el miedo de los usuarios ante la catástrofe y la incapacidad del sistema para ayudarles.
También tenemos otros dos detalles desoladores, que atornillan aún más la certeza de que preguntarse dónde estaba Mazón no es una frivolidad. Cuando empezó la reunión de Emergencias en el Cecopi ya había muertos; cuando se mandó aquella alerta a los móviles, ya se había producido la mayoría de las muertes.
Y de remate, otro mensaje: el jefe de Emergencias de Mazón mandó un mensaje en la víspera de la dana, cuando supo que algunos colegios no iban a abrir. “Es un poco exagerado”.
En España hay muchas decisiones políticas que se toman porque dependemos mucho del turismo, del ocio, de los bares. Pero: ¿y si esto estuviera dejando de ser así? ¿Y si la pandemia hubiera transformado nuestro futuro como país? Hoy en el podcast, le damos forma a una idea que llevamos rumiando unos días, desde que supimos que ya hay más empleos de trabajo cualificado que en la hostelería. Es la primera vez que pasa.
Hasta aquí llegamos por hoy.
Un abrazo,
Juanlu