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OPINIÓN | 'Privatizacionitis sanitaria: causas, síntomas, tratamiento', por Isaac Rosa
20 de septiembre de 2025 08:57 h

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Decía Ayuso entonces. Nos dice Ayuso hoy. Basta con ver este vídeo para que sea evidente la contradicción. La misma presidenta autonómica que promovió campañas escolares de solidaridad con Ucrania ahora prohíbe en estos mismos colegios cualquier muestra de apoyo al pueblo palestino. “Podemos hacer mucho por toda esa gente que sufre”, decía sobre Ucrania. “Este no es un problema de Madrid”, sostiene sobre Gaza hoy. “No podemos politizar la educación”.

¿Doble rasero? Es obvio que sí. Tan grande como su desfachatez.

La libertad de Ayuso siempre funciona así. Es asimétrica e hipócrita. Es un embudo, donde la parte estrecha es para quienes no comparten su visión. Autoriza unas banderas y censura otras. Reparte carnets de demócrata y acusa de violentos a los demás. Lo suyo son “valores”, lo de los demás “ideología”. No para nunca de insultar mientras acusa a los demás de crispar.

“No hay que instrumentalizar las instituciones”, proclama Ayuso. Es la misma Ayuso que plantó una bandera de Venezuela en la sede de su gobierno en la Puerta del Sol. En el mismo edificio donde se niega a colocar una placa que recuerde a las víctimas de la dictadura torturadas allí

No es muy distinto a lo que hace en Estados Unidos Donald Trump. A lo que hace en Argentina Javier Milei. Es lo mismo que haría Vox en España si algún día llegara al poder. Es la misma receta que aplican los supuestos “liberales” de Madrid.

Una de las herramientas de la extrema derecha es la victimización, tan cínica como la de un defensa central marrullero que, tras soltar la patada, se revuelca en el césped fingiendo que el agredido ha sido él. Llevan años acusando a la izquierda de “censura”, denunciando la “cancelación”. Se muestran como supuestos defensores de la libertad de expresión. Pero en cuanto pueden, aplican la censura con crueldad: toda la fuerza del poder para acallar a quien se atreva a molestar.

Esta semana, la cadena estadounidense ABC ha echado de la emisión a Jimmy Kimmel, uno de sus presentadores más conocidos. Nadie oculta, ni siquiera el propio Trump, que es una purga ideológica: consecuencia de la presión gubernamental. “Podemos hacerlo por las buenas o por las malas”, le dijo a la cadena de televisión el presidente del organismo regulador, nombrado por el propio Trump. No es siquiera el primer caso. Sobre la mesa está la amenaza de “retirar las licencias” y hundir a otras cadenas de televisión. 

En el Madrid de la libertad, la censura opera igual. Con la misma desvergüenza e impunidad.

La primera ley que aprobó Ayuso tras lograr la mayoría absoluta fue para controlar Telemadrid; para poder despedir a su director general, José Pablo López –hoy presidente de RTVE–, que había sido nombrado por mayoría de dos tercios de la Asamblea de Madrid y que logró mejorar notablemente la audiencia y la credibilidad de esa televisión pública. Había que echar a periodistas como Silvia Intxaurrondo, por hacer “preguntas que no se le hacen a un presidente autonómico”, como se quejó en directo la propia Ayuso cuando la periodista preguntó de dónde saldrían los médicos para el hospital Zendal –buque insignia de la propaganda, hoy semiabandonado–. 

Al frente de esta tele pública, tras despedir al equipo anterior, Ayuso colocó a José Antonio Sánchez, un periodista que aparece en los papeles de Bárcenas porque cobró de la caja B del PP. No había nadie mejor.

Lo que pasa en Telemadrid no es muy distinto a lo que ocurre en la Televisión de Galicia. El último escándalo, la cobertura que hicieron de los incendios de este verano. O lo que empieza a pasar en la autonómica valenciana, À Punt, donde hay una caza de brujas para descubrir quién filtró ese comprometedor vídeo del Cecopi de la DANA que tan mal deja a la Generalitat de Mazón. 

Luego escuchas a Miguel Tellado criticar a Televisión Española y te tienes que reír. ¿Es siquiera imaginable, en cualquiera de las televisiones autonómicas controladas por el PP, una entrevista a Ayuso, a Moreno Bonilla, a Mañueco o a Mazón como la que hizo Pepa Bueno a Pedro Sánchez? 

Casi a diario, Ayuso denuncia la “dictadura” de Pedro Sánchez. Es la misma presidenta autonómica que cambió 15 leyes sin debate parlamentario para limitar la fiscalización de su gobierno por parte de la Cámara de Cuentas o el Consejo de Transparencia. 

Este verano, el Partido Popular cumplió tres décadas ininterrumpidas de gobierno en la Comunidad de Madrid. Treinta años ya, con episodios tan turbios como el ‘tamayazo’, o las numerosas campañas que Esperanza Aguirre ganó dopada por la financiación ilegal. Pero no lo llames “régimen”: es Pedro Sánchez quien amenaza con “perpetuarse en el poder”.

Cuando Ayuso perdió las elecciones frente a Ángel Gabilondo y gobernó con el apoyo de otros partidos fue normalidad democrática. Cuando lo hace Pedro Sánchez es un “golpe de Estado”, una “burla a la voluntad popular”. 

Otro ejemplo de la libertad de Ayuso. Uno que conozco muy bien.

“Os vamos a triturar. Vais a tener que cerrar. Idiotas. Qué os den”. Aquella amenaza de Miguel Ángel Rodríguez a elDiario.es, hace año y medio, no fue solo una bravuconada. 

Tras estas palabras del jefe de gabinete de Isabel Díaz Ayuso llegaron las consecuencias. El año pasado, la Comunidad de Madrid recortó la publicidad institucional a elDiario.es un 30%. En 2025, el recorte probablemente será mayor.

La Comunidad de Madrid está multiplicando el gasto en publicidad institucional: 24 millones de euros en 2024, y eso sin contar el que hacen las empresas públicas madrileñas –como Metro de Madrid o el Canal de Isabel II– que se reparte de forma opaca. 

Ayuso usa ese dinero para regar a los medios afines, marginando a los que quiere “triturar”. En 2024 –según esta interesante investigación de Infolibre–, la Comunidad de Madrid pagó 743.528 € al grupo Libertad Digital, 573.924 euros a OkDiario, 176.507 euros a Vozpópuli, 171.136 € a El Debate, 140.663 € a The Objective, 141.318 a Periodista Digital… y 83.524 € a elDiario.es, a pesar de que nuestra audiencia supera y en algunos casos triplica a la de estos otros medios.

Afortunadamente, en elDiario.es contamos con más de cien mil socios y socias como tú, y por eso no dependemos de la publicidad institucional. No nos cierran porque no pueden. No porque no quieran. 

“Libertad” es una de las palabras más hermosas. Sirve para nombrar conquistas colectivas, para evocar luchas que han costado generaciones, para inspirar esperanza incluso en la derrota. Pero en manos de Ayuso, esa palabra se convierte en un disfraz para justificar la censura, el clientelismo y el doble rasero. 

La libertad no es tomar cañas. Aunque parezca increíble, en la dictadura también había bares, y hasta ponían tapas.

La libertad no es pagar pocos impuestos. Detrás de esos impuestos hay hospitales, colegios, residencias de mayores, carreteras, pensiones, becas... Reducirlos hasta asfixiar los servicios públicos no libera a los ciudadanos: desarma a la sociedad y la deja a merced de la ley del más fuerte, donde solo es libre quien tiene dinero. 

Lo que Ayuso llama libertad no es más que poder arbitrario. Por eso en sus colegios cabe la solidaridad con Ucrania, pero se censura la compasión hacia Gaza: porque incluso la empatía frente a un genocidio –un dolor compartido por la mayoría del pueblo de Madrid– en sus manos se convierte en munición de su mezquina guerra cultural. 

Los niños muertos le dan igual.