El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.
El límite del arte: sufrimiento animal en la Bienal de Pontevedra
Resulta irónico que la exposición lleve por título 'Volver a ser humanos ante el dolor de los demás'. ¿Los animales no sienten dolor? Se propone “lo humano” como sinónimo de compasión, empatía y fraternidad, y “lo inhumano” como sinónimo de violencia, guerra y destrucción del otro. La loable intención de la Bienal es recuperar la empatía frente al lado inhumano, pero lo hace mostrando un vídeo en el que se hace sufrir a animales a propósito
'Paloma de la Guerra', animal exhibido en la Bienal de Arte de Pontevedra. Andrea Traverso
El Museo de Pontevedra ha ubicado en el Sexto Edificio una obra muy cuestionable. Forma parte de la Bienal de Arte de Pontevedra, uno de los eventos artísticos más antiguos de España. Bajo el título Volver a ser humanos. Ante el dolor de los demás, se presenta una exposición temporal con la que se busca rastrear las huellas que la guerra ha dejado en nuestra identidad colectiva.
Comisariada por Antón Castro, la exposición reúne a distintos artistas cuyas obras –algunas más crudas, otras más poéticas– retratan las guerras de Rusia y Ucrania, Gaza, Líbano, Sudán y Malí, entre otras, con la intención de cuestionar la naturaleza humana e interpelar a la empatía desde lo que nos une como seres humanos. La Bienal afirma que su objetivo es “crear un destello de esperanza que impulse a la humanidad a reencontrarse consigo misma” y buscar “la superación de la oscuridad a través de la luz, el amor y la verdad”.
La sorpresa llega nada más comenzar el recorrido por la sala. Casi al principio nos encontramos con la Paloma de la guerra: una paloma blanca real y disecada que sobrevuela la sala con una bala en el pico, en representación de la libertad. Una quiere pensar que, por desgracia, fue encontrada muerta y que la autora quiso darle un destino artístico. Sin embargo, la sospecha de que el ave haya sido asesinada en nombre del arte empieza a tomar fuerza a medida que avanza la visita.
En el módulo que sigue a la paloma, se proyecta un vídeo en blanco y negro. Esto es lo que se observa en el vídeo: palomas blancas en primer plano, quietas, mirando hacia la cámara, atrapadas bajo una red. Pasan segundos que se hacen eternos hasta que un estruendo, similar al de bombardeos simulados, las sobresalta. Presas del pánico, intentan volar para huir del sonido atronador y guarecerse, pero no pueden: la red no les deja escapar. Se agitan durante todo el tiempo que dura el ruido, haciendo que sus plumas y cuellos se enreden más y más. El sonido cesa por unos instantes hasta que otro estruendo vuelve a sonar. Las palomas, de nuevo, intentan liberarse mientras la red se clava aún más en sus cuerpos. Algunas parecen haber muerto del gran estrés al que están sometidas. Esta dinámica continúa durante varios minutos, mientras la cámara, impasible y lenta, observa un proceso agónico en el que las palomas se van hiriendo cada vez más ante los ojos del espectador.
Collage de fotogramas de 'El origen de la nada', vídeo de Pilar Albarracín exhibido en la Bienal de Arte de Pontevedra. Andrea Traverso
Pilar Albarracín es la autora del vídeo. Esta obra se titula El origen de la nada y, según se describe en el rótulo que la acompaña, la hizo con la intención de “evocar las matanzas civiles”. Lo primero que cabe preguntarse es si el verbo “evocar” aquí empleado es justo. En primer lugar, porque lo que ocurre en ese vídeo no es una representación, sino el daño en sí mismo, hecho que hace muy cuestionable considerarlo arte. Si uno ejerce el daño que quiere ilustrar, ¿lo está ilustrando? ¿En qué se diferencia entonces una representación de un daño real? ¿O acaso es arte registrar un acto macabro?
Parece evidente que, para representar el daño a los civiles de una guerra, nadie propondría maltratar de verdad a niños inocentes. Es cierto que alguien podría alegar que yo puedo infligirme daño para recrear los horrores a los que fueron sometidos otros seres humanos. Pero a eso lo llamamos hacer una performance: una interpretación. ¿Están las palomas haciendo una performance?
Creo que no es necesario explicar que las personas pueden fingir, que actuamos y reconocemos la ilusión de una representación, la irrealidad; los animales, en cambio, no. En una performance, yo elijo hacer lo que quiero libremente, soy consciente del daño que puedo recibir y de su finalidad, me someto voluntariamente y, además, puedo cesarlo cuando quiera. Ninguna de estas condiciones se cumple en el caso de las palomas: han sido sometidas a un daño que no entienden, sin poder defenderse y sin poder huir.
Resulta irónico que esta exposición lleve por título Volver a ser humanos ante el dolor de los demás. ¿Los animales no sienten dolor? Se propone “lo humano” como sinónimo de compasión, empatía y fraternidad, y “lo inhumano” como sinónimo de violencia, guerra y destrucción del otro. La loable intención de la Bienal es recuperar la empatía frente al lado inhumano que nos acompaña. Pero lo hace mostrando un vídeo en el que se hace sufrir a animales a propósito. ¿Es esta la humanidad a la que nos referimos? ¿Una que rechaza la guerra pero que daña animales por placer? Parece que la compasión se reserva solo para unos pocos elegidos.
En este gran evento, una artista se tomó la licencia de infligir daño amparándose en el arte. Esa es la realidad. Y, salvo que neguemos toda evidencia científica y filosófica que demuestra que una paloma siente dolor y es capaz de sufrir, lo que vemos en este vídeo no debería formar parte de una exposición artística, porque en él se ejerce una tortura real sobre un animal. Sin duda, si mañana se expusiera un vídeo en el que atrapo a un perro, le provoco sufrimiento real, lo grabo y lo edito en blanco en negro, todos lo tendríamos claro: no es arte, es maltrato.