El primer robo del Real Madrid en Tenerife
Antes, mucho antes de que Pérez Sánchez atracara al Tenerife que dirigía Miera al no sancionar un penalti a Felipe en el área de Buyo, antes de que Mazorra Freire considerara como penalti un tropezón de Aldana consigo mismo que provocó la derrota del Tenerife de Solari, antes de que García de Loza o Gracia Redondo machacaran al grupo de Valdano hasta casi dejarle sin la gloria eterna de arrebatarle dos ligas al Real Madrid en contra de la lógica y los árbitros… Antes incluso de que El Molinón patentara el grito de “así, así, así gana el Madrid”, mucho antes de todo eso, el Madrid ya había robado un partido en el Heliodoro. Aunque lo peor de esta historia es que no tenía ninguna necesidad de ayuda arbitral.
El Madrid era el pentacampeón de Europa y contaba con un equipo que formará parte, para siempre, de la historia del fútbol mundial; y se medía a un novato en la categoría, que se estrenaba en la élite tras un largo deambular por las competiciones regionales y casi una década en Segunda División. La cita tuvo lugar el jueves 12 de octubre de 1961 en un Heliodoro que festejaba el día de la Raza (así se llamaba) y registró el mayor lleno de su historia. Además, los merengues eran líderes destacados de la Primera División, con seis victorias en seis partidos, mientras que en la Copa de Europa habían resuelto con solvencia sus dos partidos ante el Vasas de Budapest, campeón húngaro, para acceder a los octavos de final.
Pero el Tenerife era un equipo sólido como local: había sumado dos triunfos en tres apariciones en el Heliodoro, donde sólo había ganado (1-3) el Barcelona, una victoria que llegó con tantos apuros como trampas. Tal vez por ello –y porque las rotaciones aún no se habían inventado– el Real Madrid sacó su once de gala: Araquistáin; Isidro, Santamaría, Miera; Vidal, Pachín; Tejada, Del Sol, Di Stéfano, Puskas y Gento. También jugó con ellos el colegiado vizcaíno López Zaballa, aunque no vistiera su uniforme, totalmente azul esa tarde. Mientras, el técnico local, Ljubisa Brocic, opuso a: Ñito; Colo, Correa, Álvaro; Villar, Borredá; Paquillo, Santos, José Juan, Padrón y Manolín Jiménez.
Lesionados Pelo Rodríguez y Beitia, los blanquiazules casi calcaron el once que el curso anterior les había dado el ascenso a la élite, aunque reforzaron el centro del campo con Manolín Jiménez, que se alineó como falso extremo izquierdo y jugó como mediocentro. Con Villar, Borredá y Jiménez formando un trivote –antes de que se inventara la palabra trivote– se logró superioridad en mediocampo, dejando en punta únicamente a José Juan y Paquillo. Y eso le bastó al Tenerife para tener superioridad en la zona ancha y dificultar el juego del Madrid. Tanto que López Zaballa se vio obligado a intervenir: al filo del descanso se inventó una falta contra el Tenerife al borde del área local, ideal para el lanzamiento de Puskas.
Así, mientras los jugadores blanquiazules protestaban, Puskas se encargó de lanzar la falta, pero lo hizo de forma ilegal: sacó muy rápido, con la pelota aún en el aire, como si fuera un portero, sin apoyar el balón en el suelo. Di Stéfano recibió ante Ñito y logró el 0-1. A diez minutos del final, cuando el Tenerife amenazaba con empatar, otra falta inexistente permitió a Puskas hacer el 0-2. Y cuando el partido ya expiraba, Di Stéfano anotó el definitivo 0-3 “en flagrante fuera de juego”. López Zaballa fue despedido con bronca, pero el Tenerife se quedó sin puntos. Y poco después se abrió una crisis que le llevó al descenso. Por el camino aprendió que, hasta para los robos, siempre hay una primera vez.
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