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¿Y ahora qué?

Cristóbal D. Peñate

Las Palmas de Gran Canaria —

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Finalmente, como estaba previsto, la querella de Soria contra la juez Rosell, se ha archivado. ¿Y ahora qué? Pues ahora, desgraciadamente, nada. El querellante, sumido en una gran depresión después de ser obligado a dimitir por sus mentiras y chanchullos envueltos, unos en los papeles de Panamá y otros en el papel salmón de Noruega, se va de rositas como los malos de la película.

Se ha ido de rositas en varias casos que han costado mucho dinero a las arcas de la capital grancanaria cuando fue alcalde, como la extraña compraventa de las instalaciones de La Favorita o la pifia de la biblioteca, que costó mil millones de pesetas de entonces y que el Tribunal Supremo ha sentenciado su demolición.

Soria ha sido un especialista en legar los pufos a sus sucesores, bajo la apariencia falsa de hombre público eficaz que pintaba el césped para dar a entender que la ciudad florecía e iba sobre ruedas al mismo tiempo.

Sus fracasos estrepitosos como alcalde y presidente del Cabildo (etapa en la que aceptó la sospechosa invitación de un empresario noruego, con intereses turísticos e inmobiliarios, para pescar salmón en su país y escuchar in situ en Salzburgo los conciertos de verano en la ciudad natal de Mozart) no son nada al lado de su vertiente más fantasmal, emulando a Marlon Brando en El Padrino.

Soria no ha soportado nunca la competencia, a pesar de que se cree liberal, al menos en lo económico. Cuando en su partido sobresalía algún coquito, él le escachaba la cabeza y le ponía la pierna encima para que no la levantara.

En su partido se rodeaba de una cohorte de corifeos que le hacían la pelota las 24 horas del día. Por eso nombró a dedo a su hermano y a sus cobistas preferidos, esos que eran incapaces de contrariarlo y que preferían decir sí bwana a cambio de una canonjía barata.

Hasta que tuvo que vérselas con la candidata de Podemos e inició una caza inmisericorde apoyándose en un juez supuestamente corrupto (las escuchas grabadas lo dan claramente a entender) y en periodistas inmundos amigos que desde Madrid contribuyeron al vía crucis de Victoria Rosell.

Ahora que oficialmente sabemos que la magistrada jamás delinquió, como le acusaban Soria y el todavía juez Alba, respaldados por el periodista de El Mundo Fernando Lázaro y 13 TV, el canal de los obispos, ya es demasiado tarde. El mal ya está hecho. Podemos, al contrario que el PP, no coloca de candidatos a nadie que haya sido imputado judicialmente, aunque todo el mundo sepa que es más inocente que los santos del 28 de diciembre.

¿Y ahora qué? Ahora nada. Desgraciadamente políticos censurables como Soria nunca pagarán por sus tropelías. Ni por el viaje a Noruega ni por la biblioteca. El pobre está ahora muy deprimido tras salir de la vida pública por la puerta de atrás del club de alterne. Menos mal que se ha dado cuenta que el dinero, como el poder, no da la felicidad. Ahora lo que le preocupa, como a tanto ególatra acomplejado y reaccionario, es recomponer el honor que nunca tuvo.

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