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Artur Mas y la huelga general

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Como un Sant Jordi a lomos de caballo alado, desafiando al dragón del centralismo español, Artur Mas ascendía a los cielos de la épica catalana.

En tanto más alto llegaba más creía anestesiado el “valle de lagrimas” que dejaba atrás.

Subía a velocidades meteóricas, solo superadas por él mismo en el viaje de retorno. El regreso lo fue a tal ritmo que se diría que había incluso desbaratado las leyes de la física. De aquello que velocidad de caída es igual a la raíz cuadrada de dos por la gravedad por la altura, pizco mas, pizco menos, de eso, nada de nada. La caída de Icaro fue un juego infantil. Artur Mas despedazó la marca.

¿Qué había pasado?, ¿qué imprevisto accidente desplomó al pegaso y a su jinete?

La carta de navegación de la gran burguesía catalana, por su propia condición de clase, estaba impedida para prever los efectos de la gota fría que ya tenían encima: la huelga general.

Como ocurre siempre que un intruso de clase convoca semejante iniciativa, y si, además, la iniciativa misma descansa en necesidades primarias, expresa, unifica y canaliza los sentimientos de la gente transformándolos en lucha concreta, entonces, los nubarrones se concentran, descargan tormentas y el clima cambia.

Sucedió que donde Artur Mas ponía “cuestión nacional”, la dialéctica de las fuerzas sociales vivas -esa que los meteorólogos de la gran burguesía catalana menosprecian hasta la temeridad- tensada por el impulso que genera el movimiento por la huelga general, le puso apellidos imprevistos a la contradicción nacional.

De un solo golpe, para espanto de los estrategas de la burguesía “nacionalista”, la contradicción social y la contradicción social vinculada a la contradicción nacional se colocó en el centro. Y para dar el golpe se unieron en puño todos los dedos de la democracia real de Cataluña: el movimiento obrero y sindical, los movimientos sociales, la intelectualidad progresista, las capas medias aniquiladas?

Se cuenta que hay aves que sorprendidas por la tormenta escapan de ella recogiendo un ala y valiéndose de la otra y de la cola como timón. El pegaso de Artur Mas no disponía de esos recursos, fueron inutilizados, desde mucho antes de alzar el vuelo.

Hasta las cejas estaba comprometido el jinete con las políticas “neoliberales” de demolición del estado social y de derecho que repudio el pueblo catalán, de forma plebiscitaria, durante la jornada de huelga y en la inmensa movilización que coronó el 14N.

El derrumbe estaba ya cantado desde que la huelga general levantó el velo de los verdaderos intereses en juego. La derecha “soberanista” se tragó , de un lamparazo, el mismo jarabe que dejó en estado cataléptico a la derecha andaluza en las pasadas elecciones autonómicas de marzo, celebradas, también, en el marco de una convocatoria de huelga general contra las “reformas” laborales del Gobierno del PP.

Cambió radicalmente la banda sonora, el guión y el papel de los personajes. Artur Mas pasó de Sant Jordi, cazador de dragones, a dragón para ser cazado.

Entre tanto, la izquierda, librada ya de la hipoteca que en la falsa conciencia social la asociaba a la socialdemocracia de derecha, dio un nuevo salto en su progreso como opción real al cambio reaccionario en la forma de dominación del capital. que corresponde a la actual fase del sistema.

La gran burguesía catalana, violentamente antisocial, agrupada en la organización patronal Fomento del Trabajo, de siniestro pasado y de “brillante” presente en la vanguardia del neoliberalismo, fue siempre más lejos en todas las políticas privatizadoras, en los “copagos”, en la represión del movimiento de masas -singularmente frente a la huelga general-, en las “reformas” laborales? en definitiva en la destrucción del estado social y democrático de derecho.

La huelga general desnudó todo esto y se cobró parte de la factura en las urnas.

CIU y su principal sostén, el que en definitiva decide, Fomento del Trabajo, pronto cambiará de prioridades, de desafiar al dragón del centralismo, a buscar su abrigo frente a la izquierda, de la que huye como si fuera de la peste. Así lo hizo siempre en el pasado y así lo hará ahora, con iguales o mayores razones.

A Artur Mas lo que le queda es desfilar de plañidera en el cortejo de su propio entierro. Y decían que las huelgas generales no servían para nada.

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