Aznar, el jarrón roto

Para una buena parte de los españoles, José María Aznar fue un buen presidente que enloqueció en los últimos años de sus dos mandatos.

¿Qué quiso decir Aznar cuando se comprometió a gobernar sólo ocho años?, ¿quiso decir que era conocedor de sí mismo y por ello presagiaba que, para entonces, ya estaría loco y por ello abandonaba la presidencia del Gobierno para dedicarse a criticar a España en los foros internacionales, diciendo tantas cosas convenientes para esta patria cuya bandera no juró, como que España estaba al borde del abismo sólo porque gobernaba este país un Gobierno de izquierdas?

¿Qué quiso decir el atrabiliario Hugo Chávez cuando afirmaba que Aznar era un reptil fascista?

Ya saben lo que piensa Felipe González, que entiende que los expresidentes son un valioso jarrón chino que nadie sabe dónde poner para que no moleste.

En la obra monumetal de Proust, éste narra cómo alguien rompió un valioso jarrón chino. Hace pocos meses se subastaron valiosos jarrones chinos y el que consiguió la puja más alta era uno roto porque formaba parte de la obra de Proust.

En la obra de Proust hay un personaje principal que es el barón de Charlus, un grande de Francia y una de las pocas personas que entraban sin avisar en el salón más emblemático del gran mundo parisino de la época, el de la princesa de Guermantes. Al final de la obra se descubre el secreto del hombre más admirado de la época, se hacía castigar hasta límites insospechados en casas que entonces desconozco que eran, pero hoy se le reconoce como chaperos.

Es la condición humana. De los abismos de la naturaleza humana esté repleta la literatura de los grandes, de Faulkner, de Dostoieski y de algunos otros.

Queda por escribir la condición humana de este personaje. Conocer su circunstancias. Acaso cuando un presidente sea nombrado sea preciso inocularle algunas lecciones de propedeútica para cuando adquiera la condición de ex presidente.

Aznar es sin duda el jarrón roto. Acaso él piensa que así aumenta su valor. Pero no está por medio Proust.

José Francisco Henríquez