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Carne humana

Antonio Morales

Cada cierto tiempo, hechos como el del barco Aquarius navegando con más de 600 migrantes a bordo, en condiciones inhumanas, buscando desesperadamente un puerto que los acoja, o la llegada en los últimos días de pateras a nuestras costas con inmigrantes subsaharianos, ponen la tragedia de los inmigrantes y los refugiados de actualidad. Hace que nos demos de bruces con la realidad. Pero se trata de hechos que se repiten cada día. El pasado día 20 vivimos el Día Mundial de los Refugiados que nos recuerda un drama que afecta a 68,5 millones de personas que han tenido que huir de sus hogares y de las que más de 25 millones son refugiados, la mitad menores de edad. Más del 85 % provienen del hemisferio sur donde 30 personas se ven obligadas a desplazarse cada minuto. Muchas huyen de los horrores de Siria, Sudán, Somalia, Afganistán y otros muchos millones de personas buscan desesperadamente otra vida mejor evitando el hambre, la persecución y la violencia en distintos lugares del mundo.

Pero es preciso recordar, es bueno hacerlo en estos momentos de convulsión, que éste no es un problema reciente, sino que, desde hace muchos años, los movimientos migratorios de los países empobrecidos hacia los países ricos suponen una dolorosa constante, una búsqueda desesperada de salvación para millones de seres humanos. La causa fundamental radica en que actualmente más del 80 % de la riqueza mundial está en manos de menos del 20 % de la población del planeta. Esta situación se mantiene y se acentúa por la existencia de un sistema político, financiero, económico y militar que, a escala global, impone su hegemonía e incrementa las situaciones de desigualdad e injusticia obligando a vivir a 4.000 millones de seres humanos en condiciones de pobreza extrema; a que 1.000 millones de personas sufran hambre; a que la mitad de la población mundial no tenga acceso al agua potable, a la asistencia sanitaria o a la educación; a que 400 millones de niños padezcan el drama de la esclavitud; a que las guerras provocadas y la violencia afecten a numerosos estados en los continentes africano, americano y asiático; a que la violación de los Derechos Humanos y la ausencia de democracia sean algo cotidiano en muchos lugares del mundo… El expolio de las riquezas y las materias primas por las empresas multinacionales a los pueblos empobrecidos aumenta aún más el abismo de la desigualdad. La huella histórica rica del colonialismo sigue sin reconocerse.

Sin lugar a dudas, la situación de pobreza extrema, de dependencia y de violencia que hoy sufre la inmensa mayoría de los pueblos empobrecidos configura un escenario de tragedia intolerable para el género humano. Más del 80 % de la población mundial vive en la marginación social y la extrema pobreza. Unos 6.000 millones de seres humanos soportan en todo el planeta situaciones de sufrimiento, de violación de sus derechos humanos, económicos, sociales y políticos… Y lo padecen de una manera estructural, planificada por los grandes poderes económicos y políticos y silenciada adecuadamente por los poderes mediáticos, que están controlados y al servicio de los anteriores. Los datos más actualizados afirman que el 1 % de la población dispone para vivir del 50 % de la riqueza mundial, o lo que es lo mismo, el 99 % de la población mundial, unos 7.400 millones de personas, sólo dispone del otro 50 % de la riqueza. Todo lo anteriormente descrito se agrava aún más si se es mujer, o se es niño o anciano. Hay una condena a un mayor grado de sufrimiento si se es dependiente.

Ante esta realidad, el proceso migratorio de las poblaciones que buscan salir de ese infierno para sobrevivir, para salvar a sus familias, es imparable y creciente. El fracaso de la consecución de los Objetivos del Milenio, fijados por la ONU para reducir en el 2015 el hambre de la mitad de la población afectada, no solo es una frustración, sino que evidencia que la desigualdad se ha incrementado. No podemos obviar la responsabilidad directa que en este drama tienen los países más ricos, las grandes potencias, las organizaciones multilaterales y los conglomerados multinacionales, en especial los EEUU, Rusia, la UE, China (los grandes productores y exportadores de armas) además de los países del Golfo e Israel o el FMI y la propia ONU, para los que priman sus intereses económicos y estratégicos sobre los seres humanos. Las respuestas no pueden ser la colocación de vallas, alambradas y cuchillas en las fronteras, la construcción de muros, el despliegue del ejército y la policía, políticas de extranjería para expulsar a los inmigrantes, el endurecimiento de las condiciones para acceder al estatus de refugiado o el recorte en los fondos destinados a la cooperación y el desarrollo de los países empobrecidos. Es intolerable que cada año mueran miles de personas en los océanos víctimas de este sistema o de la explotación de las mafias. Mientras exista el hambre, la pobreza extrema o las guerras, los movimientos migratorios no van a parar. Acordémonos los canarios acogidos en Cuba o Venezuela. Acordémonos los españoleses acogidos en Méjico tras la Guerra Civil. Es prioritario entonces que no se recorten las ayudas al desarrollo y que se pongan en marcha instrumentos como los pasaportes Nansen diseñados por la Liga de Naciones en el periodo de entreguerras.

En estos momentos, los 28 países de la UE incumplen los tratados internacionales sobre refugiados que han ratificado en distintas ocasiones. La Declaración Universal de Derechos Humanos, la Convención de Ginebra, el Convenio Europeo de Derechos Humanos, el Protocolo de Dublín, la Carta de Derechos Fundamentales de la UE, la Convención de la ONU sobre el Derecho del Mar y las constituciones de cada país, que reconocen los derechos de los refugiados (en el caso de España, el art. 13.4 de la Constitución), se convierten en mera desiderata, en instrumentos hueros, en humo al servicio de la distracción y las prácticas más abyectas.

Desgraciadamente Europa y EEUU avanzan por una senda irresponsable, dramática y peligrosa. El mesianismo político que fluye de manera permanente en la historia de la humanidad y que en Europa en el siglo XX se hizo especialmente dramático con el nazismo, el fascismo y con interpretaciones violentas y dictatoriales del comunismo se vuelve hoy a hacer visible en el Viejo Continente y en EEUU.

No hace mucho lo denunciaba Amnistía Internacional: “El uso cínico del ”nosotros contra ellos“ provoca una agenda deshumanizadora basada en discursos de culpa, odio y miedo a escala nunca vista desde los años 30”. Se nos echan encima peligrosamente políticos antisistema que ocupan el poder y ponen en marcha una agenda tóxica que deshumaniza a grupos enteros de personas. Que imponen una retórica de la deshumanización. Lo expresó muy claro Tzvetan Todorov en el discurso que dio cuando recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales en el año 2008: “Por cómo percibimos y acogemos a los otros, a los diferentes, se puede medir nuestro grado de barbarie o de civilización. Los bárbaros son los que consideran que los otros, porque no se parecen a ellos, pertenecen a una humanidad inferior y merecen ser tratados con desprecio o condescendencia. Ser civilizado no significa haber cursado estudios superiores o haber leído muchos libros, o poseer una gran sabiduría: todos sabemos que ciertos individuos de esas características fueron capaces de cometer actos de absoluta perfecta barbarie”.

El nazismo y el fascismo emprendieron la persecución a los judíos y lo convirtieron en una de las claves de su discurso del odio y la violencia. Hoy los emigrantes y los refugiados han ocupado ese lugar. Ese auge de las organizaciones xenófobas en la última década en Europa se basa, en la mayoría de las ocasiones, en el discurso del miedo al extranjero. La llegada a la Casa Blanca de Donald Trump y el aumento de la extrema derecha en Europa es un dato que nos indica que el panorama internacional no va precisamente a mejorar. La historia ha demostrado que levantando muros entre los pueblos más empobrecidos y los que más tienen no se soluciona el problema de la desigualdad ni del hambre. Los muros y las jaulas inhumanas para niños del presidente norteamericano, las derivas fascistas de Francia, Holanda, Hungría, Polonia, Austria, Croacia, Alemania o de la Italia de Salvini (“llevaos esa carne humana”), la posición oficial de la UE planteando crear centros para emigrantes fuera de sus fronteras o centros de control cerrados en el Sur… nos dibujan una situación muy preocupante y peligrosa. La estamos viendo venir desde hace años y parece que no fuera con nosotros.

El fascismo está de nuevo entre nosotros y mirando para otro lado no lo vamos a frenar. Se nos echa encima y no reaccionamos. Lo señala muy bien Tony Judt: “Sospecho que estamos adentrándonos en un tiempo problemático. Las identidades se resolverán mal, mientras que los desarraigados golpean en los cada vez más altos muros de las comunidades cerradas. En este espléndido siglo nuevo echaremos de menos a los tolerantes, a los de los márgenes: a la gente fronteriza. Mi gente”. Para combatirlo solo cabe mucha pedagogía, acogimiento e integración, justicia social, dignidad de las personas, derechos humanos, responsabilidad política, solidaridad, cooperación para el desarrollo…

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