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Carta abierta al alcalde Juan José Cardona

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Aquí estoy para vivir mientras el alma me suene, y aquí estoy para morir, cuando la hora me llegue, en los veneros del pueblo desde ahora y desde siempre. Varios tragos es la vida y un solo trago es la muerte.

Miguel Hernández

Con toda la voluntad del mundo y con unas ganas inmensas, por fin, después de tanto tiempo esperando a reunirnos con el alcalde Cardona, que nos saluda con una trato amable delante de la prensa, pensé: “Bueno vamos a ver qué es lo que este buen señor puede hacer por los familiares”. Ya solos en la sala de reuniones, un frío que calaba mis huesos me hizo sentir que no pintaba bien aquella reunión. Mi olfato, que no me falla nunca, me hizo oler la falsedad y la mediocridad del ambiente.

A puerta cerrada el alcalde Cardona empieza su guerra personal contra mi primo, sin importarle que sus padres octogenarios estuvieran presentes. Cardona sentado un su trono me miraba amenazante y largaba por esa boca. No le gustan que le critiquen, no le gusta que le lleven la contraria y demostró que él está por encima de todos lo que estábamos allí presente. Sencillamente, tiene un miedo terrible a que se le rompa el sillón y se sienta destronado.

“Un trabajador de esta misma casa, de mi casa? -decía- al que todos conocemos”, que escribe en varios sitios y sobre todo en Tamaraceite Alzado, y “que con sus artículos nos insulta”. Alcalde, si usted no le llega a las suelas de los zapato. Ahora resulta que no hay libertad de expresión. ¿Alcalde, va a tomar represalias contra un empleado público? Que lo único que ha hecho es sacar a la luz todo lo relacionado con nuestra familia, defender con dignidad a nuestros muertos.

Nuestra familia ha sufrido persecución, expropiación de propiedades, asesinato de nuestro tío Braulio con tan solo cuatro meses de edad, encarcelamiento de nuestra tía y el fusilamiento de nuestro abuelo. Braulio, un bebé inocente que le fue arrebatada la vida con tan solo cuatro meses de edad, por los esbirros del dictador, gente sanguinaria que les importaba muy poco la vida de las familias republicanas.

Mi abuelo se llamaba Francisco González Santana y era sindicalista de la Federación Obrera, hombre honrado y valiente, que luchaba para sacar a su familia adelante y para que su mujer y sus hijos no pasaran hambre. Lo que nunca imaginó fue que luchar por la justicia, por la libertad y la democracia que hoy supuestamente disfrutamos le iba a costar su vida y la de su hijo Braulio. Sentenciarlo a muerte, quitarle sus propiedades, el poco dinero que tenía ahorrado y quitarle la vida, por alzarse en contra de un golpe de estado ilegitimo y defender a su pueblo con palos y piedras.

Le torturan durante semanas, no le dejan asearse, no ve a su familia para que le den un halo de consuelo, recibe todo tipo de humillaciones. Para luego pegarle un tiro y meterlo en un camión y tirarlo a una fosa común del cementerio de Las Palmas, sin nombre, sin flores, sin llantos... Muchos recuerdos de mi infancia, mi abuela Lola rota de dolor, su alma destrozada de tanto daño, las lágrimas de mi padre, superviviente de la brutal represión que sufrió mi familia. Miradas despectivas, comentarios a media voz de aquellos que no nos querían.

La vida continúa y continuará para todos, sin embargo no puedo permitir que la impunidad se instale en mi corazón. Prefiero morir en la lucha que morir sin hacer nada, para mí eso no es morir. Sacar todo esto a la luz no ha sido fácil, es duro, es revivir el pasado, es volver a la memoria que han intentado borrar. Intentar tergiversar la historia es lo que han intentado estos sátrapas.

Ya estamos acostumbrados a que nos pase de todo en esta vida, sin embargo hacer daño no es nuestro estilo. Mis tíos y mi primo son un pilar muy importante en mi vida. Mi primo, al que cierta concejala analfabeta funcional ha represaliado, es para mí mi hermano, mi maestro, mi compañero de lucha al que nunca voy a dejar en la estacada, si es lo que pretendían Juan José Cardona y Carmen Guerra. No les salió bien la táctica del “divide y vencerás”.

A nosotros nos une una lucha preciosa que es dignificar, reparar y dar justicia a nuestros familiares fusilados en el campo de tiro de La Isleta a las cuatro de la tarde del 29 de marzo de 1937, y a todos los represaliados, desaparecidos y tirados en las cunetas por la dictadura franquista.

Y usted habla del daño a su familia, no me río porque mis padres, a pesar de ser pobres, me dieron una educación exquisita y no como la que usted demostró tener en la reunión.

Carmen Guerra, en la reunión demostró que de católica (como usted se declara) no tiene nada. Sabía que aquellos pobres ancianitos eran los padres de la persona que ustedes estaban desprestigiando. Unos padres que aguantaron hasta el final de la reunión para ver hasta donde llegaban sus insultos. Que salieron atemorizados por las represalias que le podían hacer a su hijo. Mi tía me miraba con aquellos ojitos y veía en ellos el miedo, ese miedo que sentimos las madres cuando nos atacan a nuestros hijos, ese dolor que nos rompe las entrañas. Carmen Guerra, que mis muertos la persigan y confiese sus pecados.

Esta frase es de mi querido hermano, maestro y compañero de lucha: “Estoy seguro que la justicia verdadera, la que emana de la lucha de los pueblos colocará todo en su sitio tarde o temprano, que tantas víctimas de la represión del franquismo en Canarias y de todo el Estado obtendrán el justo y merecido reconocimiento”.

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