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Un centro de carga aérea para Canarias

José Francisco Fernández Belda / José Fco. Fernández Belda

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No entraré ahora a considerar si es antes el huevo o la gallina, es decir las carreteras, puertos o aeropuertos o los vehículos, barcos o aviones. Ejemplos de poderes públicos que han invertido millonadas en infraestructuras innecesarias hay para dar y tomar. Pero ese es un asunto de corrupción en el peor de los casos y de incompetencia en el mejor. Muchos políticos con capacidad de “presionar” al gobierno del que dependen, otros más realistas lo llaman sin paliativos “chantajear”, suelen confundir lo que llaman desarrollo sostenible, aquel que satisface las necesidades presentes sin comprometer las posibilidades de futuro (principio 3º de la Declaración de Río de 1992), con “desarrollo sostenido”, es decir, mantener una situación especial con cargo a los presupuestos de otros. Pidiendo perdón de antemano por señalar, tal vez sea el caso de nuestra isla de El Hierro.

Enl la prensa de estos días aparecen noticias muy preocupantes para Canarias. Futura elimina una serie de vuelos. Uno de ellos, poco o nada se ha comentado al respecto, es un avión carguero de los pocos que nos unen con el hub de Madrid-Barajas. Spanair anuncia otra reducción importante de vuelos. Y suma y sigue. Consecuencia inmediata y poco saludable para la libre competencia y su repercusión en los precios, es que el mercado de carga aérea se hace más oligopolístico, centrándose fundamentalmente en Iberia y en Air Europa.

Para enmarcar el problema, cortando y pegando datos de aquí y allá, puede estimarse que aproximadamente el 16% de los ingresos de las tradicionales compañías aéreas de pasajeros lo son por carga, así como entre el 7 y el 24% de los ingresos de los aeropuertos comerciales generales. Por otro lado, con datos de 2003, el 35% del volumen de las mercancías se transporta en aviones cargueros y el 65% restante en las bodegas de los de pasajeros. Estas cifras deberían suscitar una gran preocupación en los gobiernos de Canarias y de España, y obligarlos a tomar medidas urgentes ante esta situación de hundimiento de la capacidad de importar y exportar mercancías que supone para el archipiélago estas cancelaciones. Es una situación nefasta y con repercusiones económicas muy negativas para el comercio y la industria por el desabastecimiento o carestía que pueden generar. También para las administraciones públicas por decremento de los ingresos por tasas, aduanas y otros gravámenes, por cierto que nunca está mejor dicho lo de gravamen.

El empresario de piscifactorías, el de quesos artesanales, el de productos perecederos, etc. puede ver impedida la exportación de sus producciones por falta de capacidad de carga en las bodegas de aviones cargueros, pocos y con poco margen de maniobra a causa de los contratos de transporte que tienen suscritos con cuatro o cinco grandes empresas de distribución que copan el mercado, y de los insuficientes remanentes en las bodegas de los de pasajeros.

Muchas veces lo he comentado, reconozco de nuevo que con menos éxito que San Juan Bautista predicando en el desierto, que una excelente oportunidad para Canarias estaría en ser el gran centro de carga del Atlántico. Toda África y América del sur como origen y como destino del comercio intercontinental. Transitarios e integradores de carga podría tener aquí una excelente plataforma para sus operaciones. En la aviación comercial, este centro de carga se denomina “hub” y en esencia es un aeropuerto grande del que salen y al que llegan vuelos de larga distancia, operados mediante aviones de gran capacidad. De estos aeropuertos parten luego enlaces con ciudades más pequeñas, que son servidas con aviones de tamaño menor.

Pero para que un hub sea atractivo, sería casi imprescindible que el Gobierno de España y el de Canarias, parafrasenado a López de Aguilar, procuraran sacar sus garras de este negocio salvo para garantizar la aplicación de la seguridad jurídica, la necesaria diligencia en los trámites aduaneros y la vigilancia de los operadores para evitar atentados contra la competencia. Esa era la filosofía que el maestro de Kwai Chang Caine, aquel recordado “pequeño saltamontes”, le enseñaba a su discípulo. Pero luego, en la serie televisiva, el monje caminante acababa a contundentes mamporros, aprendidos en la paz del monasterio Shaolin, con los malhechores de turno, mas que nada por metiches y ser malos malísimos. Sin que genere precedentes, los malos de esta película no tienen que ser precisamente los políticos gubernamentales, aunque suelen serlo. Eso dicen que dijeron Confucio y Lao Tse.

José Fco. Fernández Belda

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