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Después de Grecia
La principal lección de lo de Grecia es que –después de siete años de austericidio- la gente esta harta de sacrificios que sólo hacen los más débiles. Hay quien cree que después de Grecia ya nada será igual en la política europea, especialmente en la de los países del Sur. Yo no estoy de acuerdo. Yo creo que lo de Grecia es un coletazo más de lo que comenzó en Italia, Portugal y –en menor medida- Francia. Una recolocación de la izquierda en nuevas siglas, nuevas caras y nuevas ideas y programas, fruto entre otras cosas de los cambios operados también en la derecha. En Grecia ese proceso se ha producido de una forma más explosiva, porque la situación de Grecia es más dramática y los sacrificios a los que se han visto obligados los griegos han sido terribles. Pero Grecia no está en peligro de romper con Europa: para ganar las elecciones, Tsipras tuvo que dejar claro que su país seguirá en el euro y que el objetivo es renegociar la deuda. Su partido derivará inexorablemente hacia un nacionalismo progresista parecido al que Ronald Reagan quiso ver en el PSOE del año 1982.
Porque hay que leer con cautela los datos: en Grecia la derecha no se ha hundido ni nada que se le parezca. Nueva Democracia, el partido del Samarás, sólo ha perdido un uno por ciento de sus electores. Otra cosa son esos cincuenta diputados que ensanchan la derrota y que se adjudican automáticamente a la lista ganadora. Syriza bordea la mayoría absoluta por el añadido de esos diputados de regalo, pero su porcentaje de votantes es sólo un ocho por ciento superior al de Nueva Democracia. Syriza no ha logrado aumentar sustancialmente el voto total de la izquierda, lo que ha hecho ha sido redistribuirlo, reduciendo en casi dos tercios el de los socialistas del Pasok y quedándose con la totalidad del voto de Izquierda Democrática. La capacidad para gobernar se la dan los 50 diputados de regalo, fruto de haber sido el partido más votado. Sin esa particularidad del sistema electoral griego, probablemente en Grecia volvería a gobernar una coalición controlada por la derecha de Nueva Democracia.
Esa reflexión, que en absoluto quita valor al éxito extraordinario de Syriza, debería aquilatar algunas reflexiones que hoy se hacen en España: Podemos no en Syriza, y ni siquiera los mejores pronósticos le acercan a una mayoría absoluta. Aquí no hay 50 diputados de regalo, pero las normas electorales favorecen al partido mayoritario, circunscripción por circunscripción. Con el voto de izquierda dividido entre socialistas, comunistas y Podemos, incluso suponiendo –y es mucho suponer- que Podemos se haga con el control de la mitad de ese voto, es decir, sea la fuerza mayoritaria en la izquierda, el PP seguiría siendo sin duda el partido más votado en la mayoría de las circunscripciones, con las excepciones tradicionales de Andalucía, Cataluña y País Vasco. A pesar de que la izquierda globalmente ganaría las elecciones, si el voto de Podemos y el del PSOE se reparte de forma más o menos igualitaria, que es lo que hoy adelantan todos los sondeos, el PP sería el partido más votado en el Congreso y sin duda controlaría el Senado. Serían los únicos en condiciones de gobernar.
Sin embargo, el PP está desarrollando una estrategia de ninguneo al PSOE, de situar a Pablo Iglesias dónde quiere estar, en el centro del escenario político, basada en el prejuicio de que Podemos es un fenómeno pasajero que –al hacer daño electoral al PSOE- beneficia a la corta al PP. Lo que realmente beneficia al PP es un empate virtual entre el PSOE y Podemos. Si Podemos se convierte en la fuerza mayoritaria de la izquierda, con diferencia del PSOE, el PSOE acabará por apoyar una confluencia de la izquierda.
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