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OPINIÓN | 'A paladas', por Antón Losada
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Escudos inocentes

Ayoze Rodríguez

El odio es la antesala de la represión humana que nos lleva al extremo de la insensibilidad y la perdida de conciencia, sin sentir remordimientos que puedan frenar actos atroces que vulneran los derechos humanos. La pasividad humana no es otra cosa que el quedarse parado como mero observador sin importar si aquello que nuestros ojos presencian está bien o mal, si es justo o no lo es.

Cada día, seres humanos inocentes mueren víctimas del asedio de Israel. Niños y niñas pagan las culpas del odio a sus mayores, les arrebatan el derecho a existir, a jugar, a estudiar, a crecer en paz, a tener un futuro. Mujeres y hombres caen desplomados al suelo tornado rojo con sangre palestina, o resultan mutilados tras el impacto de la artillería abusiva que Israel utiliza con el pretexto de no parar en su empeño hasta destruir todos los túneles estratégicos subterráneos que permiten el acceso de Hamas hasta los lugares de encuentro con los soldados israelíes, porque para Netanyahu, es absolutamente necesario que para ello se tengan que aniquilar barrios, colegios, mercados y vidas inocentes.

1300 muertos y serán más. No hay escapatoria para los palestinos. Ni los refugios de la ONU son ese espacio de seguridad que proteje a su pueblo, a las mujeres, a los niños y niñas que son “escudos de la inocencia”. Sin luz en los hospitales, muchos de los 7000 heridos seguirán incrementando la estadística de difuntos y aquellos que se arriesgan diariamente para conseguir comida y agua asumen, conscientemente, la posibilidad de que una bomba acabe con el latido de su corazón.

Todos y todas son el objetivo. No hay salida porque la Comunidad Internacional permanece pasiva ante tal genocidio y masacre. Es cierto que la ONU condena los ataques, pero en mi opinión, hasta el momento son solamente palabras y sin medida alguna que haga desistir a Israel. Más vergonzosa es la hipocresía con la que EE.UU condena el exterminio de civiles en Gaza al mismo tiempo que envía munición a solicitud del opresor israelí. Porque les da igual cuántos cadáveres se amontonan, les da igual quiénes son los que mueren y cómo se llaman, porque la guerra es más rentable que la paz para las arcas del país que gobierna Obama.

Son pocos los países que han propuesto medidas contra el genocidio perpetrado por Israel y, a través de las redes sociales, he podido comprobar gratamente que muchos ciudadanos y ciudadanas como activistas de la paz en el mundo, se suman a numerosas iniciativas en las que piden el fin de la masacre, demostrando así que tienen más humanidad que aquél que ostenta un Premio Nobel de la Paz, el cual yo ya le habría retirado.

Sinceramente, no sé qué más puedo añadir. La impotencia es una de esas sensaciones que transforman mi estado de ánimo y siento rabia, mucha rabia. A mi me enseñaron que la vida es un regalo y que debía dar gracias por mi existencia, pero con el paso de los años y la llegada de mi madurez, concibo tal palabra como un camino a recorrer en el que tenemos que llenar el mayor número de espacios con momentos felices, ya que si no, ese camino se convierte en un sufrido castigo.

Yo, por lo menos, he tenido la oportunidad de vivir, de ocupar esos espacios, en cambio ellos, ellos no han tenido ese derecho, porque Israel entiende que para los palestinos y palestinas, niños y niñas, el derecho a la vida es un privilegio y hay que arrebatárselo.

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