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Europa y la peste parda

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Una vez más los datos vuelven a hacer saltar las alarmas. El rechazo de los ciudadanos españoles y europeos a la política y a los políticos es cada vez mayor. El aumento de los partidos de extrema derecha con presencia en las instituciones, el auge de los movimientos neonazis y fascistas y la deriva populista del voto ciudadano en muchos países del Viejo Continente no cesan. He escrito varias veces sobre esto en los últimos años porque no puedo sustraerme a una situación que me desasosiega y me preocupa enormemente. Y es que llueve sobre mojado.

El último barómetro del CIS nos muestra cómo en España la preocupación por la corrupción y el fraude se ha disparado en el último mes hasta convertirse en la segunda inquietud de la ciudadanía. En estos momentos, un 40% de los españoles viven como un auténtico drama desmotivador el olor a podrido que nos llega desde los aledaños de la Monarquía, de muchos partidos políticos, de la organización empresarial, de la Justicia? Por eso el Eurobarómetro nos arroja el peligroso dato de que los españoles figuran entre los europeos que menos confían en el voto a la hora de influir en las decisiones políticas y que un 39% considera ineficaz votar en las elecciones nacionales. Desgraciadamente, la apatía y el descreimiento van más allá, hasta el punto de que un 44% de los ciudadanos no ven ninguna utilidad a la participación en la búsqueda de alternativas a través de las onegés y asociaciones. Y no digamos nada de militar en partidos políticos?

Pero esto no está pasando solamente en este país del sur, abatido por la crisis, la austeridad y el entreguismo a las decisiones de Alemania y la Troika. El mal se extiende por toda Europa que ve como la antipolítica se va adueñando del sentir colectivo. En la mayoría de los países europeos los ultraradicales y populistas van ganando cada día más espacio y en muchísimos estados ya ocupan lugares preponderantes en sus parlamentos. El discurso contra los partidos y los políticos se hace cada día más virulento y se afianza más entre las capas populares. Valga a modo de ejemplo señalar que en Reino Unido, en los últimos comicios celebrados para cubrir unas vacantes a la Cámara de los Comunes, el populista UKIP pasó de un 3,8% a un 28% de los votos. Que en Italia el gran vencedor de las últimas elecciones fue Beppe Grillo, un cómico que basó su discurso en la antipolítica, en que da lo mismo votar a izquierdas que a derechas y en que “los políticos no se resignan a aceptar que están fuera de la Historia”. Que en Grecia los neonazis de Aurora Dorada han conseguido ganar la calle, funcionando como un Estado paralelo, con un populismo xenófobo ofreciendo servicios de sanidad y empleo, clases neonazis para niños y reparto de alimentos sólo para griegos. Por cierto, también han conseguido crear una sucursal en Italia (Alba Dorada) y extender sus prácticas solidarias a España donde España 2000, Democracia Nacional o el Movimiento Social Republicano están remedando sus modos y maneras. Y podría seguir citando al Jobbik húngaro, al Partido para la Libertad holandés, o al Partido de la Libertad austriaco, al de los Auténticos Finlandeses, al Partido Popular suizo y danés, al Partido del Progreso noruego, a los Demócratas Suecos, al Vlaams belga, al Ataka búlgaro, a la red neonazi que operó durante diez años en Alemania asesinando turcos sin que nadie se diera por enterado... Incluso los partidos más moderados están tendiendo a radicalizar sus posiciones para sintonizar con el electorado

En el último año, tanto el presidente del Parlamento Europeo como el del Consejo Europeo han lanzado mensajes de alerta sobre el auge del populismo, pero se han mostrado muy poco críticos contra la política económica que ha impuesto el neoliberalismo. Como dice Francisco G. Basterra: “Es imposible obtener mayorías democráticas defendiendo una política de austeridad que lleva a la recesión, a la precarización de las clases medias y bloquea a los jóvenes la entrada al mercado de trabajo, convirtiéndoles en una generación invisible. Al tiempo que tampoco estamos construyendo países para viejos. Nos están haciendo creer que no se puede aguantar lo público, que no podemos soportar los servicios sociales, que no es posible un diferente reparto de las cargas, que la creciente desigualdad de nuestras sociedades es una ley de bronce”. La Red Europea contra la Pobreza nos ha advertido también recientemente que romper la cohesión social hace crecer el odio y las políticas populistas y que no se trata solo de asegurar una vida mejor para una parte importante de los ciudadanos sino de la “protección de la democracia y la libertad”. La decepción y el desaliento están poniendo a prueba la democracia europea que nació tras la Segunda Guerra Mundial.

La mentira, la desesperanza, el miedo, el aumento de la pobreza y la precariedad social, la lejanía de las instituciones, el “divorcio entre el poder y la política” (Zygmunt Bauman), la cesión de la soberanía de los Estados a los sistemas financieros, la percepción de que la corrupción se ha convertido en estructural y una partitocracia autoritaria -con prácticas clientelistas, listas electorales cerradas, políticas internas opacas, que ha sustituido las ideas por palabras (José María Maravall, “Las promesas políticas”)- se han convertido en un arriesgado caldo de cultivo para la antidemocracia populista, neonazi o fascista.

He escuchado a veces a algunos tertulianos comentar que no debemos alarmarnos, que no es para tanto. Parece que no queremos ver el problema. Pero la realidad es que desde 1991 hasta ahora, en España la extrema derecha ha causado 81 muertes violentas y una media de 4.000 agresiones cada año. Son cifras muy parecidas a las que se dan en Europa donde circulan por la red más de un millón de páginas web neofascistas.

Pero, afortunadamente, no todo el mundo lo ve igual. Cientos de intelectuales y políticos europeos acaban de elaborar un Manifiesto Antifascista Europeo para llamar a la constitución de un frente antifascista unitario, democrático y de masas -“capaz de enfrentarse y vencer a la peste parda que levanta la cabeza de nuevo en nuestro continente”. Su intención es hacerlo realidad en el mes de mayo en Atenas, acompañado de una gran manifestación antifascista.

En el texto, firmado entre otros por Mayor Zaragoza, José Luís Sampedro, Michael Lömy y Yorgos Mitralias, se afirma que “sesenta y ocho años después de la Segunda Guerra Mundial y la derrota del fascismo y del nazismo se asiste en casi toda Europa al ascenso de la extrema derecha” que se enraíza en la sociedad formando movimientos de masas violentos y racistas que pretenden la destrucción de las organizaciones sindicales y políticas, el aplastamiento de la resistencia ciudadana y el exterminio ?“incluso físico”- de los diferentes y los más débiles. “Como en los años 20 y 30, la causa generadora de esta amenaza neofascista y de extrema derecha es la profunda crisis económica, social, política y también ética del capitalismo, que tomando como pretexto la crisis de la deuda, está llevando a cabo una ofensiva sin precedentes contra el nivel de vida, las libertades y los derechos de los trabajadores”. Por eso hacen una llamada a crear un sólido movimiento de resistencia individual y colectiva, a la lucha contra la austeridad y el sistema capitalista que la genera, a la organización y la militancia activa, y a la defensa de una sociedad fundada en la solidaridad, la tolerancia y la fraternidad, el rechazo al machismo, a la opresión de las mujeres y el respeto del derecho a la diferencia, el internacionalismo y la protección escrupulosa de la naturaleza y la defensa de los valores humanistas y democráticos. Sin duda, como dicen al final del manifiesto: ¡Esta vez la historia no debe repetirse!

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