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El incierto postcoronavirus

Rafael González Morera

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Los economistas ya están haciendo cálculos, y también cálabas, que como saben mis amables lectores son suposiciones o cálculos a partir de datos incompletos o de indicios, suscitan controversias sin conocer lo que ocurre, y en definitiva son más que nada elucubraciones porque ni siquiera ha terminado el ciclo del coronavirus, y ya se analiza el post, los pross, las contras, siempre muy al gusto de la tendencia de cada economista. Después de una sesuda jornada en la que me leo varias tesis y antítesis de lo que será el mundo mundial en el postcoronavirus, llego a la conclusión de que en el próximo futuro, más pronto que tarde, la naciones de Oriente (China, Japón, Singapur, India) superaran a las de Occidente, cuyos máximos exponentes hasta ahora son Estados Unidos y la Unión Europea, al tener conocimientos de estos futuribles pronósticos convoco a la familia por video conferencia, y les digo a mis hijos que todos los nietos es muy pragmático que estudien idiomas orientales, especialmente el chino mandarin, y escucho y veo (técnica moderna, off course) que mi nieto el mayor Miguel Alejandro González Ramírez musita en bajita voz “abuelo ya está delirando, ¿no tenemos bastante con el inglés y alemán, ahora también chino?”. y recibe enseguida un comentario solidario de mi nieto el menor, Iker Sánchez González, que el muy burletero comenta “de tanto tiempo de estar encerrado, sin ver su playa de Las Canteras, está como el Quijote, un tanto turuleta y diciendo boberías, y ahora le ha dado por el idioma chino”.

Está claro que con esto del confinamiento, del encarcelamiento domiciliario, nos enfrentamos al peligro a un escenario que tiene como consecuencias en nuestro estado de ánimo y salud psicológica, y según varios psquiatras, psicólogos y sociológos las reacciones más habituales son las de miedo, ansiedad, desánimo, desesperación, y cuando leo un análisis de Pedro Rodríguez Sánchez, miembro del Consejo General de Psicología de España, en las que dice, por resumir, que la profesión periodística, entre otras que utilizan el moderno internet, son las que tienen más posibilidades de defensa ante el enclaustramiento a que nos tienen sometidos los poderes públicos, y que los efectos de estrés postraumático en general son muchos menores entre la canallesca, por aquello que estamos mucho tiempo golizniando por aquí y por allá, y escribiendo en casa hasta en pijama, y que con el invento de internet hoy día el periodismo puede hacerse en teletrabajo y nos permite meter el rejo en una tertulias de videoconferencia, y andamos los folicularios al trote todo el puto día con este tema y el otro, el análisis de Pedro Rodríguez me devuelve el ánimo y la esperanza. Pero el resumen de lo leído en plan futurible postcoronavirus he llegado a la conclusión que a nivel global mundial China será la primera potencia, Estados Unidos dejará de ser el policía terrestre, y que en relaciones más inmediatas empresarios y trabajadores tendrán que hacer un examen profundo de conciencia, y que las relaciones entre unos y otros van a cambiar profundamente con más ventaja a medio plazo para los currantes, sencillamente porque somos muchos más que los empleadores.

Haciendo un play back, y descendiendo a los momentos presentes, un psicólogo amigo me ha dado una serie de consejos de cómo pasar el día más ocupado, y de repente me veo poniendo al día mi biblioteca, organizando mejor las estanterías de libros, y observo como cosa curiosa que algunas obras de Mario Vargas Llosa están junto a otras de Gabriel García Márquez, y ¡horror!, esto no se puede consentir, novelas de un fascista como Vargas Llosa con un izquierdista como García Márquez, y las separo en la hilera de escritores latinoamericanos a prudencial distancia. Repasando el contenido de mi modesta biblioteca, vuelvo a organizar el asunto/trasunto por temas y autores, y tras dos días dedicados con mi mujer a tan erudito menester, termino dejando a mano “Trafalgar”, de Pérez Galdós, la cual estoy releyendo en ratos tontos, porque estoy muy ocupado en mi casa, y es que de la biblioteca salto al trastero, para remendar un lugar que siempre aparece poco coherente, y luego pasamos a la despensa, y trato de ver cosas que no tenemos para justificar una salida al supermercado y pisar la calle un rato, y le digo a mi mujer “oye, que no tenemos Don Limpio para el baño”, y ella me contesta “pero cuando te has fijado en cosas de limpieza, tú lo que quieres es ir al supermercado y llegarte hasta la Avenida de Las Canteras, que te conozco”, y lo cierto es que yo me he nombrado responsable de cuestiones exteriores, la compra, la farmacia, el cajero bancario, la basura, dejándole a mi mujer el estamento interior, aunque la cocina la repartimos a medias. A cuenta de mis actividades exteriores ya les conté que el otro día de vuelta del Mercado Central me tropecé en la Plaza de España con la Unidad Militar de Emergencia (UME) y pude comprobar la excelente labor que están haciendo, y lo preparados que están, trabé una charla con un sargento muy amable, todo un compendio de urbanidad, colaboración ciudadana, civismo en una palabra.

También he redecorado y organizado mi despacho, la antigua habitación de mi hijo Alexis, y entre otras cosas nos hemos organizado para todas las mañanas hacer media hora de gimnasia, una web que traspaso de mi móvil a la tele del salón grande, y luego nos vamos a la azotea a caminar un buen rato y a tomar el sol, a falta de mi playa querida, el sol de mi azotea. Desde la azotea se pueden ver cosas interesantes, humanas, un vecino regando sus macetas, otro en cueros que cree no verle nadie, unos niños jugando una una pelota que a cada rato se les cae a la calle y un día un policía local se la devolvió a los críos muy amablemente. Pero entre otras cosas que he vuelto a hacer es estudiar inglés por internet, ver películas, entre otras “Viridiana”, de Luis Buñuel, “La muerte de un ciclista”, de Juan Antonio Bardem, también he visto teatro, “Yerma”, “Bodas de Sangre”, de Federico García Lorca, y al terminar el día, salvo que me meta de nuevo en el ordenador, una partida de cartas jugando al cinquillo, el continental, la escoba, o una buena partida de ajedrez, una clase más de inglés, hacen que uno esté tan ocupado que el encarcelamiento, perdón, el confinamiento, se hace más llevadero.

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