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Inquietudes inquietantes a vista de dron

Carlos Castañosa

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Asistimos a una proliferación de movimientos preocupantes –así percibidos desde mi modesta asepsia ideológica–. Con buena fe y aparente exceso de visceralidad, se divulgan en las redes y otros medios, principios capciosos como ideario y manual de supervivencia política apoyado en el articulado, espíritu y redacción de la Constitución Española de 1978; con acusaciones reiteradas de mala praxis institucional contra partidos y dirigentes que han ganado unas elecciones y han asumido, en teoría, la responsabilidad de defender los derechos fundamentales y proteger los legítimos intereses de los ciudadanos que los han contratado en las urnas como servidores del pueblo soberano.

Por fortuna, en un Estado de Derecho no hay posibilidad de pucherazo. Por lo tanto, reaccionar con intensidad excesiva ante la victoria ajena supone gesto de mal perdedor; cuando lo pertinente sería un acto de contrición y examen de conciencia sobre los propios errores, para rectificarlos con la eficacia que solo se consigue con elegancia y buenas formas; enajenarse de intereses personales y frustraciones por poltronas perdidas, para dedicar todo el esfuerzo en favor del bien común… cual fue su jurada y bien remunerada responsabilidad.

Los argumentos expuestos en el ideario activista de estos foros reivindicativos ofrecen una firmeza difícil de rebatir, por apoyarse sin ambages en la legislación vigente, en el articulado de nuestra Constitución y en defensa a ultranza de valores tradicionales de un pueblo orgulloso de su identidad y de sentimientos forjados en una secuencia de avatares, trágicos unos, otros gloriosos. Pero indemnes aunque siempre atacados desde fuera y desde dentro.

Para más inri, el complejísimo derecho a la libertad de expresión se ha desbocado y en la actualidad parecen rebasados todos los límites razonables y razonados, según expresa el Art. 20 de la C. E.. Las fake news se han enseñoreado del escenario de la comunicación masiva, para que cada cual, perfil falso o no, se permita divulgar barbaridades, sin respaldo documental, sin contrastar tal aberración ni, por supuesto, citar fuentes, como fatuo pretexto para una privacidad individual desde la que atacar impunemente la de supuestos adversarios, convertidos en víctimas de injurias, calumnias o, cuanto menos, de testimonios falsos o denigrantes juicios de intenciones.

Así sucede que la infantería andante, la de los ciudadanos normales que gozamos del derecho a la “veracidad” de información, según reza el mismo artículo constitucional antes aludido, estamos indefensos ante el aluvión de noticias falsas en FB, Twiter, comentarios en prensa digital o artículos tendenciosos en medios convencionales. Como mecanismo de autodefensa moral, por correlación, ya no nos creemos nada de lo que nos cuentan.

Si un observador ajeno tuviera la necesidad o capricho de analizarnos desde fuera, a vista de dron, no encontraría ninguna lógica a comportamientos tan aberrantes e irracionales. ¿Cómo se compadece que un gobierno legítimo sufra la maledicencia continua de sus opositores? ¿Acaso no fue el dictado de las urnas, a la voz de “un hombre, un voto”, quien decidió un futuro a corto plazo? ¿Por qué una ley electoral defectuosa, que permite distorsiones que atentan contra los principios fundamentales de la democracia, no se cambia para racionalizar y ajustar número de votos y escaños?

El analista del dron podría colegir: ¿Qué explicación tiene que un grupo abundante de humanos contrate a un selecto equipo de especialistas para que les gestionen sus necesidades, protejan sus derechos y defiendan sus intereses, pero que luego se convoquen en masa para protestar por lo mal que lo están haciendo y montarles la bronca callejera? ¿Será que les han salido rana porque han mentido con promesas falsas? ¿O quizá fuera que el espíritu teórico de servicio al pueblo fue sustituido por una patógena ansia de poder apenas encaramados en la poltrona? Expectativas fallidas que animan la animadversión colectiva.

Triste realidad es la sensación de frustración e inseguridad popular por el desequilibrio funcional que se percibe apenas se abren los noticiarios, con las consabidas cortinas de humo para camuflar el cúmulo de despropósitos que nos asolan y deprimen el ánimo… ¿Por qué enredar con los muertos del pasado cuando el peligro futuro está en los vivos del presente? ¿Con qué ignominia puede compartirse la idea de que en un gobierno de coalición bien armonizada, una de las partes pretenda fagocitar a la otra con una premeditación sibilina como antiguo proyecto de paso a paso y sin prisa? ¿Cómo puede reprocharse el acceso al CNI de todo un vicepresidente, legítima y merecidamente nombrado, por el posible conflicto de que los países civilizados de nuestro entorno recelen de compartir información sensible y que los secretos de Estado puedan ser tan vulnerables como lo fueron entonces las reservas de oro del Banco de España?

El tipo del dron nos compadece, seguro; pues no es de recibo ni presentable que la sociedad civil se dedique a resolver sus propios problemas, cuando está pagando muy generosamente a sus empleados para que le sirvan con dignidad y, a ser posible, con honradez y un mínimo de lealtad.

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