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El insularismo ha vuelto

Salvador García Llanos

No es que hubiera fenecido del todo, pues para eso siempre hubo encargados de impedirlo, pero el virus del insularismo, aquel que inoculó de forma preocupante en el tejido social canario, amenazándolo con impedir su vertebración y su desarrollo armónico, ha vuelto. Como con otras cosas en un país todavía llamado España, el retroceso es palpable: todo se concibe, se hace y se defiende en clave insularista. La isla, por encima de todo.

Y así no es de extrañar que Canarias flaquee. Los intereses económicos, los egoísmos y la insolidaridad, la carencia de una visión global del territorio fragmentado, están causando estragos. Los agentes empresariales y sociales, los partidos políticos, los primeros responsables institucionales y los medios de comunicación acusan los efectos del virus. Se seguirá hablando de Canarias como aspiración, como idea principal o como suma de valores comunes para pugnar por metas beneficiosas para todos pero hay algo más poderoso que no deja cuajar una realidad que poco tenga que ver con rivalidades trasnochadas o desequilibrios patentes.

Se sabía que no iba a ser fácil. De aquellos eslóganes de la primera andadura autonómica (Canarias es posible, Canarias es necesaria…) apenas queda un recuerdo que, eso sí, puede ser rescatado. Se sabía que el camino iba a ser largo y podía resultar tortuoso. Un cambio de enfoque, de mentalidad, de concepción del territorio y de proceso social e institucional no se despacha en tres legislaturas ni en una docena de debates ni en unas cuantas iniciativas de comunicación en ocasiones señaladas. Algo se avanzó, algunas cosas se superaron, la implantación en todas las islas tuvo razón de ser, algunas medidas tuvieron esa necesaria dimensión regional…

Pero ha rebrotado la visión alicorta de los límites están en cada isla. Ahora se vuelve a hablar de ‘y yo menos’ o ‘hasta cuándo todo para las islas capitalinas’. El afán de predominio, el victimismo y el complejo de inferioridad también han alentado el pleito insular que, todo lo más, estaba de parranda. Ahora resurge para enturbiar relaciones y distorsionar proyectos políticos. Para que los presidentes de cabildos se parapeten y acentúen su defensa de la isla a la que se deben, de acuerdo, pero sin perder de vista su condición de instituciones de la Comunidad Autónoma que les obliga a contemplar unos horizontes más allá de sus lindes y evitar, de paso, las tentaciones intransigentes y caciquiles.

Canarias anda agitada porque el insularismo ha vuelto. Aunque buena parte de la población pasa de política y prefiere sus romerías, sus fiestas y sus costumbrismos. Pero los riesgos de un retroceso son evidentes. Lo que viene ocurriendo invita, cuando menos, al escepticismo. Y hacen falta algo más que gestos para combatir el virus con eficiencia y retomar la senda de la vertebración canaria.

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