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¿Juancar... qué?

Cristóbal D. Peñate

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En España hemos aguantado durante varias décadas a aquellos súbditos repipis y cursis que no eran monárquicos pero que se llamaban a sí mismos juancarlistas, como justificando la sumisión al Rey Juan Carlos sin que se le viera mucho el plumero.

Esta cursilada solo tiene parangón con el denominado pacto de las flores (es difícil ponerle un nombre más cursi) que conformó el actual Gobierno de Canarias. Se le llamó pacto de las flores porque se selló en el parque García Sanabria de Santa Cruz de Tenerife.

Hubo republicanos españoles que, como no se atrevían a declararse de esa manera oficialmente, emplearon el término juancarlista para reconocer que aunque no eran monárquicos tampoco eran demasiado republicanos. No quiero ni pensar si lo hubiesen formalizado en el matadero o en la antigua Plaza de la Victoria.

Ser juancarlista es una ridiculez como ser felipista o aznarista. Uno no puede ser de una persona porque esa persona es cambiante y contradictoria y además no la podemos conocer en su integridad y plenitud.

Si ya cuesta conocerse a sí mismo habrá que imaginarse lo que es conocer a otro que no es uno. Hubo progres atolondrados que se autodesignaron juancarlistas para que los verdaderos republicanos les hicieran mucha mofa.

En el fondo se declaraban republicanos pero a la vez seguidores y fans de Juan Carlos I. Pero ahora, al destaparse las presuntas corruptelas del rey emérito, los que se llamaban juancarlistas se hacen los locos y abjuran de lo que han venido proclamando durante más de 40 años.

Porque una cosa es defender al monarca que supuestamente lideró la transición a la democracia (en esto hay cada vez más dudas) y otra muy distinta justificar sus supuestas tropelías y sus comisiones millonarias al frente de la Jefatura del Estado.

Ya no se trata de defender la monarquía frente a la República sino de apostar por la decencia frente a la sinvergonzonería.

Si hasta su propio hijo, el actual rey de España, ha renegado de su padre y renunciado a su herencia, la situación de presunta corrupción ya es tan clara que desmentirla sería una idiotez.

Lo más paradójico del asunto es que dicen que el rey emérito pretende exiliarse ahora en la República Dominicana.

Un rey que no se refugia en una monarquía sino en una república. Los reyes no se fían entre ellos. Quizá sea una premonición del futuro cercano de España.

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