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Pedro Zerolo

Federico Echanove

Esto de la vida además de un regalo que alguien nos hizo no se sabe muy bien por qué a veces también es la puñeta. Más que nada porque llega un momento en que igual que pasa con unas buenas vacaciones o un jamón navideño el regalo se acaba. Y, entre otros muchos motivos, porque según se va haciendo uno viejo, además de sentir la ausencia de las cosas que no ha hecho, también lamenta no haber conocido mejor a muchas de las personas que se van yendo.

Estos pensamientos algo egoístas fueron lo primero que me vino ayer a la mente al conocer la muerte de Pedro Zerolo, que se nos ha ido del modo más puñetero posible y tras haber hecho mucho y bueno por este país llamado España en favor de la convivencia y la tolerancia, no sólo por los cambios que impulsó para terminar con cualquier tipo de marginación o discriminación de nadie, sino por la alegría y convicción y la eterna sonrisa con que los defendía.

Creo que al margen de algún evento periodístico con grabadoras y alcachofas por medio, sólo intercambié algunas palabras directamente con él hará unos cuatro años al final de alguna manifestación del Sáhara de las que cada mes de noviembre tienen lugar en Madrid. Lo cierto es que Pedro no se encontraba especialmente cómodo en aquellas marchas desde Atocha a la Plaza Mayor a las que solía acudir casi en solitario en representación del PSOE, y en las que solía ser increpado, no sin causa justificada, por muchos de los asistentes, en su mayoría saharauis, a causa de las muchas ambiguedades y continuas concesiones a Marruecos de los gobiernos socialistas. Tal vez precisamente por eso nos fue más fácil entablar conversación a los dos, aunque fuera breve, y al comentarle que era canario y periodista enseguida intercambiamos teléfonos para tomar café algún día y hablar no solo de la posición del PSOE sobre el Sáhara sino de más cosas.

Entre ellas, si hubiera habido ocasión, habría estado nuestra infancia en común en La Laguna en los años sesenta, ya que tanto mi familia como la suya vivíamos muy cerca y aunque yo salí de la ciudad de los Adelantados con cuatro añitos y casi no puedo acordarme, muchas tardes, según me ha relatado desde siempre mi madre, compartí juegos en el parque que hay junto a la universidad con los hijos de la señora Zerolo y el pintor Pedro González. Pero esta vivencia común no llegué a contársela nunca al bueno de Pedro, ya que aunque aquella mañana de noviembre apunté sus coordenadas y su móvil en algún sitio, nunca lo llamé. Y supongo que fue por esas cosas que tiene la vida por las que no encontré el momento, pero no puedo dejar de preguntarme si al margen del hecho de que en mi vida social sigo siendo un zulú en perpetuo aprendizaje, no pudieron influir también en mí de modo inconsciente algún tipo de prejuicios políticos (la verdad es que si algún partido me ha parecido incoherente siempre en el asunto del Sáhara ha sido el PSOE) o incluso homófobos.

Pedro, se ha dicho ya hasta la saciedad, era un gran tipo; era algo que saltaba a la vista. Pero también era muy risueño y alegre y siempre andaba de broma. Por eso si está leyendo esto en algún lado, donde quiera que sea, lo imagino contestando entre risas a este alegato mío que sí, que yo me lo perdí, pero que aunque lo hubiese llamado hubiera sido muy difícil que quedáramos por mucha infancia en común en La Laguna que tuviéramos. Y que tampoco me emocione demasiado porque, como él me sacaba cuatro años, nunca jugamos juntos.

Pedro también era ateo y se enorgullecía de ello, aunque lo cierto es que su vida estuvo marcada por la constante preocupación por mejorar la vida de sus semejantes, y en especial de los que sufren más discriminación o necesidades, algo que junto a su carácter dulce y alegre está en línea con el mejor cristianismo y que le condujo a colaborar intensamente al llegar a Madrid con parroquías como la de Entrevías. También decía a menudo que él era un currante más y que, pese a contar con cierto protagonismo, no se sentía más que nadie, ya que la sociedad la tenemos que mejorar entre todos. En una época como la que nos encontramos, en la que habría que cambiar de arriba a abajo el modo de hacer y sentir en la política, la verdad es que emociona (y mola) mucho comprobar, al leer o visionar viejas entrevistas suyas, cómo Pedro se creía (y vivía) lo que decía.

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