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Perder aceite y el juicio
El presidente del PP aún no había recibido la noticia de que el juez archivaba su absurda querella contra policías, empresarios y periodistas que habían denunciado la corrupción de su partido. Por eso quizá se había envalentonado.
El vicepresidente del Gobierno canario tampoco sabía que el fiscal del Tribunal Superior de Justicia sigue creyendo que su viaje en busca del salmón noruego huele mal, como a podrido. El fiscal sigue pensando que Soria cometió un cohecho más grande que el inútil mástil de la bandera que colocó en la Fuente Luminosa que se mantiene erecto e inservible a pesar de que costó 360.000 euros por el capricho del entonces presidente del Cabildo de Gran Canaria. Eso es perder el juicio.
El consejero regional de Hacienda, en su paranoia conspiratoria en la que ve puños y rosas por todos lados, cuenta juanfernanditos cada noche para vencer a su insomnio ocasionado por su manía persecutoria propia de un Napoleón de pacotilla de andar por casa.
Soria no debe obsesionarse más con el secretario general de los socialistas canarios porque el trabajo ya se lo hace Jerónimo Saavedra, con el que coincidió aquel fatídico verano en Salzburgo cuando al jet privado del empresario noruego ya fallecido se le hizo de paso visitar a Mozart en su periplo europeo.
El alcalde de Las Palmas de Gran Canaria cree que todo lo que hace su otrora pupilo está mal. Es más, con asiduidad se alinea con Soria, a quien ofreció una consejería cuando presidió por segunda vez el Gobierno autónomo y el técnico comercial del Estado aún no se había afiliado al PP porque estaba muy a gusto con Carlos Solchaga, en aquel entonces ministro de Hacienda en un gobierno de Felipe González.
Saavedra ha perdonado a Soria que un día le dijera que perdía aceite, pero aún se la guarda a López Aguilar por haber osado hacerle sombra en el socialismo canario. Porque una cosa es perder aceite y otra haber perdido el juicio.
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