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A dónde quiera que vayas, buen viaje Samuel

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En un rincón descubre también a un hombre muy mayor, con pinta de viejo bohemio que relee un periódico económico y va tomando notas en su cuaderno. Mientras avanza, el sonido de sus lustrados zapatos al golpear el suelo reverbera en las paredes, al final, un panel indica la salida del próximo tren. Se detiene y levanta la mirada, “Próxima Salida - 06:50”, con un gesto rápido mira su reloj, aunque demasiado temprano, ese es el tren que le ha tocado coger.

Pone rumbo hacia la puerta del fondo, la que da acceso al andén, allí su figura se encamina hacia el tren. Una última parada, un suspiro frente al vagón mientras mira el maletín que porta en su mano derecha, ese maletín lleno de papeles, horarios, invitaciones, reglamentos, programas... Y donde siempre hubo un hueco para los regalos que traía a los amigos a la vuelta de sus frecuentes viajes. Se da la vuelta y dibuja una sonrisa como despedida, de un salto toma asiento en el vagón. Un foco redondo y amarillento es el único testigo mudo de la salida de ese último tren que se pierde en el horizonte de una fría mañana de abril.

Poco antes de las 8 de la mañana, el móvil suena y devuelve en la pantalla de avisos la noticia que ninguno quería recibir... Un súbito golpe en la boca del estómago, una bofetada de realidad en esta vida absurda. Samuel se ha marchado.

Compartí con el y con otros muchos el apasionante reto del mandato 2007-11 en el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, allí descubrí una persona perfeccionista y profesional que controlaba todo al detalle, tanto en los actos pequeños como en las grandes ocasiones. Y así, en el fragor de la batalla, con las reacciones típicas de lo momentos de tensión de un mundo en el que todo es para ayer, fui descubriendo al amigo en el que se convertiría después.

De ese tiempo recuerdo un detalle que quizás definía al hombre detrás del cargo de jefe de protocolo, escuchaba con atención y valoraba en igual medida la opinión del conserje o la secretaria, como la del colega de profesión o el funcionario de carrera, sabedor de que todos eran parte de un mismo engranaje que haría que todo saliese bien o mal. Por eso, nunca dudó en quitarse la corbata y ensuciarse las manos, en agarrar una escoba, en bucear en un polvoriento almacén y en tener un detalle con los que tenía a su alrededor. Esto que puede parecer la visita a un lugar común, no lo es dentro de su profesión, donde cada uno tiene su sitio en la jerarquía y las formas están tasadas.

Fuimos trabando una amistad en los días de trabajo, en un espacio donde no es nada fácil, donde la confianza es algo escaso y se paga muy cara. Como sin querer, la gente más joven de aquel barco que capitaneaba Jerónimo Saavedra nos construimos nuestro pequeño mundo en el que apoyarnos, desahogarnos y en el que de vez en cuando echábamos algunas risas. Recuerdo un periódico que viajó en un sobre a lo largo de nuestra ciudad; las discusiones sobre Serenques o Chancletas y guardo para mí con espacial cariño aquellos tours itinerantes por la geografía urbana, montando y disponiendo un pequeño equipo de sonido durante la vorágine de la Capitalidad Cultural, con el objetivo de ahorrar algo de dinero a la institución, no contratando un servicio que como meros aficionados pudimos sacar adelante en los actos que tenían lugar por los barrios de nuestra ciudad en aquellos días.

Todo aquello terminó en junio de 2011, pero mantuvimos el contacto y la amistad, ya no había prisas y trabajo que sacar adelante, aunque seguíamos teniendo muchas risas por echar. Se mantuvo a nuestro lado en los momentos difíciles, cuando los demás iban a lo suyo no dudó en echar una mano, en empujar en la misma dirección.

Nos quedaron pendientes muchas cosas, un paseo con Canela y Protocolo, el viaje a Marruecos que nunca haremos, los veranos en el sur... Lo único que tengo por seguro es que el día que yo emprenda mi último viaje, cuando llegue a donde tenga que llegar, Samuel ya se habrá encargado de tener todo bien dispuesto y organizado.

Ahora, solo puedo decir, ¡qué putada tan grande!

In memoriam de Jerónimo Samuel Ramírez

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