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La Unión Europea y la Unión Africana
El pasado 25 de mayo celebrábamos el día de África. Con motivo de esa efeméride, el presidente de la Comisión de la Unión Africana, desde Adís Abeba, recordaba en un contundente comunicado oficial que en el continente, a pesar de su enorme potencial económico y de su rico, joven y dinámico capital humano, la mayoría de los estados tienen dificultades para garantizar el bienestar de sus poblaciones. Sectores clave como la educación, la salud y la seguridad dependen en estos momentos, en gran medida, de la ayuda exterior.
El chadiano Moussa Faki Mahamat afirmaba que la pandemia de la COVID-19, que actualmente asola al mundo entero como pocas veces se ha visto, “ha destruido certezas, socavado las garantías y destrozado la mayoría de nuestras creencias. Nunca antes la humanidad había parecido tan frágil e impotente”.
“Quizás ha llegado el momento de que la humanidad reflexione sobre sus vanidades y limitaciones para repensar la civilización universal. Desde el comienzo de la pandemia, para sorpresa de aquellos que siempre han menospreciado al continente, África se movilizó y se elaboró una estrategia de respuesta continental que se puso en práctica rápidamente”, decía.
Hemos visto el resultado de esa estrategia: África debería ser ahora mismo, según las primeras proyecciones de las propias Naciones Unidas, el epicentro mundial de la pandemia, con un número de fallecidos espectacular. Sin embargo, la rápida actuación de los países africanos ha conseguido parar el primer golpe: este 29 de mayo se han contabilizado cerca de 130.000 casos y 3.800 fallecidos en el continente, solo el 2% de los casos de coronavirus en todo el planeta.
El buen resultado inicial no quita que estemos muy preocupados por la evolución creciente de la detección de casos en África. Estos días empieza a ser de 5.000 nuevos contagios oficiales al día y continúa sin solución el gran problema que supone la escasez de tests en el mercado mundial, donde el continente está al final de la cola y sin muchas opciones de acceder a él.
En la actualidad, tal como recoge diariamente Casa África en su página web, el continente ya afronta una gran crisis económica, cuyos efectos van a tener un impacto tan o incluso más dañino que la misma emergencia sanitaria.
La crisis ha producido un alza de los precios de los productos básicos y un aumento de los costes de las importaciones, al tiempo que disminuyen los ingresos por turismo (en este momento, a cero), y las remesas de los ciudadanos de la diáspora. Las materias primas están en mínimos históricos, sin demanda, lo que supone un golpe durísimo para países como Angola, Nigeria o Guinea Ecuatorial, tan dependientes en sus cuentas públicas de la actividad petrolera. Los países en desarrollo también están experimentando una gran fuga de capitales y una rápida retirada de las inversiones internacionales.
En suma, tal como afirma el Banco Mundial, se ha desencadenado la primera recesión del África subsahariana de los últimos 25 años.
En el mundo, cada país parece absorto en la gestión del virus dentro de sus fronteras sin tener en cuenta al resto, e ignora la importancia de que la pandemia logre pararse en África. Por suerte, es un orgullo constatar que la Unión Europea está siendo la excepción y que nuestro país, España, está empujando fuerte en las instituciones internacionales para que no dejemos a África atrás.
La actual ministra de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación del Gobierno español, Arancha González Laya, mantuvo un encuentro por videoconferencia el pasado lunes con todos los embajadores africanos acreditados en Madrid, al que tuve el honor de ser invitado. En la reunión, mostró como España está abanderando esta apuesta de la UE por una relación más estrecha con África, al tiempo que defendió que a través del multilateralismo, la implicación de todos los países unidos, se pueden lograr respuestas eficaces.
El camino empezó a marcarse hace ya más de dos meses, a mediados del mes de marzo, cuando las instituciones europeas adoptaban una nueva estrategia UE-África muy ambiciosa. Su configuración la lidera el vicepresidente Josep Borrell, quien precisamente en su anterior cometido como ministro de Asuntos Exteriores del Gobierno español configuró el Plan Áfrico, el tercero entre España y el continente.
La nueva estrategia euroafricana define una colaboración más fuerte y ambiciosa, fundamentada en el concepto de “asociación entre iguales”, huyendo de la que ha sido habitual entre donante y receptor, que había caracterizado la relación histórica entre la UE y África. En esencia, que desaparezcan las viejas actitudes paternalistas, hoy superadas.
En su presentación, Borrell anunció que la UE prestaría ayuda a sus socios de todo el mundo para hacer frente al virus, especialmente a África, y afirmaba textualmente que “no olvidaremos al continente hermano en las soluciones a esta pandemia global”. De hecho, esta manifestación se concretó en la presentación del paquete Team Europe (Equipo Europa) para apoyar a los países socios en sus esfuerzos con la COVID-19. En este paquete global, de 20.000 millones de euros, hay 3.250 millones para el continente africano.
Además, la UE incluyó ahí su compromiso de ofrecer una moratoria a los países más pobres en el pago de su deuda, siguiendo la estela del Fondo Monetario Internacional (FMI), que anunció un alivio de seis meses en el pago de la deuda a 14 de los países más pobres.
Obviamente, tales medidas son aún escasas si tenemos en cuenta que a finales de marzo, los ministros de finanzas africanos pidieron una financiación de emergencia por 100.000 millones de dólares para hacer frente a la crisis de la COVID-19. De esta cantidad, aproximadamente 44.000 millones estarían dirigidos al alivio de la deuda con acreedores multilaterales, bilaterales y comerciales. Se calcula que la deuda externa de África es de unos 420.000 millones de dólares.
De hecho, el pago de la deuda es una de las razones por las que el continente africano mantiene grandes carencias en su sector sanitario: durante el pasado 2019 más de treinta países africanos gastaron más en pagos de deudas que en el sistema público de salud.
Es necesario que el mundo entero reaccione ante esta injusticia y que potencias como China sigan la senda que ha emprendido la Unión Europea. Que entiendan que, al margen de intereses geoestratégicos, la vida de miles de africanos y africanas está en peligro. Sin medidas inmediatas, el hambre será mucho más mortífero que el propio coronavirus en el continente.
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