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Hidroaviones vs. helicópteros

Carlos Castañosa

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Es la reiterada polémica que aparece guadianamente en Canarias cada vez que se culmina con éxito la extinción de un incendio forestal. Aparecen opiniones y propuestas, sin duda desde la buena fe, que no siempre vienen dotadas del rigor mínimo necesario para ofrecer soluciones viables y bien razonadas.

Es tendencia común exigir al Gobierno de la Nación todos los medios posibles para combatir los fuegos estivales y otros esporádicos a lo largo del año. Nuestra geografía archipielágica; la ultraperiferia; un clima privilegiado… en ocasiones adverso para la extinción; y una vistosa pero abrupta orografía que complica la maniobrabilidad aérea, condicionan a favor o no cada una de las dos opciones planteadas.

Los pros y contras en la elección de un producto debe decidirse por la relación calidad/cantidad/precio. En este caso, los parámetros que determinan la mejor conveniencia entre ambas opciones, deben ser seguridad/eficacia/coste.

Parecería deseable una base permanente, o dos, de hidroaviones instalados en las Islas durante todo el año… por si acaso pasa algo fuera de la época estival –como ha sucedido en Granadilla–. Tan oneroso despliegue ni siquiera sería aceptable en un país sobrado de todos los demás recursos. Cual no es nuestro caso… Ni sería conveniente aquí por las limitaciones operativas del avión con respecto al helicóptero.

La descarga de agua desde un avión grande –obviaremos tipos y marcas para comodidad de lectura– es eficaz para sofocar incendios en un frente amplio, definido, de terreno llano o en cotas próximas a las cumbres para que la distancia del aparato sobre la base de las llamas no sea superior a 200 metros verticales, pues en medias laderas y valles, donde la separación de seguridad debe ser mayor, el agua lanzada se dispersa demasiado antes de alcanzar el suelo y pierde casi toda su efectividad.

La carga en los aviones se efectúa mediante sondas retráctiles durante la carrera de despegue, (pueden cargar 5.000 litros en 12 segundos). Pero necesitan mar en calma. En las Islas no existe la alternativa de pantanos o grandes ríos. Con olas de más de un metro no se puede operar. Otro inconveniente es el agua salada, cuyo exceso puede afectar negativamente terrenos ya damnificados por el incendio. La opción de recargar en tierra, manualmente en el aparcamiento del aeropuerto más cercano, tampoco resulta práctico por la posible distancia al objetivo, la lentitud de la maniobra y la limitación de tener que adaptarse al tráfico comercial.

Los helicópteros poseen mejor maniobrabilidad, y aunque su capacidad es menor, unos 1.500 litros cada salto, la secuencia de carga y descarga es mucho más ágil y tan precisa que puede triplicar la eficacia del hidro. Pueden repostar agua dulce en balsas, estanques o piscinas próximas al foco del incendio y establecer un circuito continuo. Además, es incompatible la presencia de aviones en la zona afectada mientras estén operando helicópteros, y viceversa, por razones de seguridad.

La más reseñable ventaja del helicóptero en las Islas es su polivalencia. Los aparatos del GES (Emergencias y Salvamento) se utilizan como contraincendios y, además, en búsquedas y rescates, traslados de heridos o enfermos, así como de personal y materiales a la zona afectada por el siniestro. Importante esta última consideración porque los medios aéreos no apagan el incendio, sino que son un complemento al trabajo en tierra, que es donde en realidad se combate y sofoca el fuego.

Como consideraciones personales, conviene tener en cuenta la “rentabilidad” de la inversión a efectuar sobre materiales de elevado precio. Es evidente la exagerada diferencia económica que supondría una base permanente de hidroaviones, sobre la opción de aumentar la plantilla de helicópteros y personal del GES; incluso reforzarla durante los meses más críticos con algún modelo que triplica la capacidad del helibalde (el KAMOV carga 3500 litros). Cuestión de operatividad y eficiencia.

Habida cuenta de que los incendios forestales se extinguen abajo y se previenen en invierno, lo razonable y práctico sería aplicar una pequeña parte de los caudales públicos contemplados como exagerado dispendio en hidroaviones, a dotar de medios y personal adecuado y suficiente, a los equipos de tierra: bomberos profesionales y voluntarios, y que la Administración tomase la determinación de acondicionar previamente los focos de fácil combustión en las zonas más vulnerables, mediante la limpieza y depuración de restos vegetales y demás medidas. También sería disuasorio para los pirómanos, aplicar la legislación penal con la proporcionalidad ajustada a los daños causados.

Añadir que las peticiones excesivas al Gobierno Central –por pedir que no quede– tienen el inconveniente de, al saber que serán denegadas de antemano, se queda el gesto y, por correlación, también se rechazarán otras solicitudes menores pero razonables y necesarias.

Buscar titulares llamativos para significarse desde un cargo público, no sirve de nada.

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