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Irrisorio reconocimiento oficial a Galdós en Madrid cien años después de su muerte

Teo Mesa

El Instituto Cervantes y la Comunidad de Madrid han declarado oficial y culturalmente el próximo año 2020, coincidiendo con el cien aniversario del fallecimiento del escritor y novelista (4 de enero de 1920), en la capital del reino, donde escribió la gran mayoría de sus obras. En la presentación pública de este tardío y centenario reconocimiento extemporáneo, alegan, que intentan “Difundir la figura, la obra y la personalidad” de don Benito Pérez Galdós (por si aún no se le conocía a tan excelso novelista e intelectual). Y añaden, que: “Se trata de sentirnos herederos de Galdós”.

Y tanto, que sí. Pero no de ahora, sino de hace más de ciento cuarenta años. En esta próxima evocación desean rescatar al valioso maestro de la novela y el teatro, en su enorme aportación a la cultura social y literaria. Y dicho sea, que muchos de los novelistas posteriores le han negado su influencia literaria, como germen de la maestría en la ficción y realidad en la estructura moderna de la novela, como binomio de la evolución literaria que creó el escritor grancanario.

Tenemos que congratularnos todos los galdosianos y amantes de la literatura de este agasajo al gran maestro novelista, que en palabras del lingüista, poeta y director de la Real Academia de la Lengua Española, Dámaso Alonso, manifestaba: “En España hay una novela: El Quijote, y un novelista: Pérez Galdós”. Esta figura literaria se correspondió con el joven provinciano que fue a estudiar Derecho con 18 años a la capital de España, bajo los preceptos, cuasi impositivos, paternales. Era el mismo adolescente que salió de una ciudad (aún no provincia) perdida en los abisales del inconmensurable océano Atlántico, bajo la influencia de la tradición y sumida en la incultura en la mayoría de la población de su tiempo.

Era el joven nacido –10 de mayo de 1843– en el barrio trianero (segundo ensanche –y aristocrático– creado en la capital grancanaria, que fuera fundada en 1478), en la calle Cano, 6, de la urbe isleña. Fue el jovenzuelo inexperto que llegó a la metrópolis y en ella descubrió un nuevo mundo, muy en las antípodas de donde vio sus primeras luces de la vida. Sus pretensiones leguleyas de un oficio para ganarse la subsistencia, quedaron desde los primeros años de su estancia matritense en el olvido, tan pronto como descubrió un nuevo, múltiple y muy distinto universo, con una gran masa social e historias para contar mediante la fantasía teatral, novelesca e histórica. Allí estaban los gérmenes imprescindibles para el creador literario que en él había nacido y que debía resurgir en el momento propicio y que se dieran las condiciones. El joven Benito llevaba intrínsecamente sus neuronas mentales cargadas de ilusiones por ser escritor, y en concreto, creador de ficciones literarias. Y en Madrid, su ambiente y sus gentes encontró su musa.

No obstante, también debemos carcajearnos, porque después de más de 140 años de haberse iniciado en su fructífera creación literaria, desde su primera novela, con 27 años, y publicada con enorme aceptación crítica en Madrid, La fontana de oro, en 1870, hasta su última novela, 1915, La razón de la sinrazón; o de sus prestigiosos Episodios Nacionales, editado el primero, Trafalgar, en 1873 y el último, en 1912, Cánovas; y en teatro, desde 1816 a 1896 con La Fiera. Es ahora en el siglo XXI cuando le reconocen y quieran consagrar algunos políticos e instituciones literarias. Si don Benito existiera también se lo tomaría como una hilarante broma. Mucho le debe la historia de España a los Episodios Nacionales, creados por Don Benito, que en palabras de Menéndez Pidal, “Nos enseñaron a aprender la historia de nuestro país”.

Este vilipendio literario e intelectual creativo sobre el ilustre Galdós, fue motivado durante toda su existencia y mucho tiempo después, por las hordas eclesiásticas que siempre rechazaron el palpable anticlericalismo galdosiano y las evidencias similitudes de los temas de sus novelas y obras teatrales con la vivible realidad que criticó desde su tribuna de las letras impresas. Muy a la par fue asimismo, desaprobado por la burguesía conservadora y los monárquicos. Ambos gozosos de los privilegios de la época en total desigualdad social. Y con la dictadura del franquismo fue aún a peor, con el contubernio del nacionalcatolicismo dejó en un indigno olvido a la figura del genio de la literatura don Benito Pérez Galdós.

Y para más inri, en su ciudad natal tuvo los mismos escarnios a su intelectualidad y a sus obras literarias, con las equivalentes figuras sociales y oficiales, o de manera desinformativa y persecutoria, con determinados medios impresos de la época isleña, como El Defensor de Canarias, en una cruzada sin precedentes contra Galdós con deplorables argumentos escritos por plumillas, hacia un escritor coterráneo y de demostrada valía. Órgano que estuvo muy ligado a la iglesia y a su férrea doctrina católica, que no admitía ninguna manifestación ácrata contra su oficialía, máxime por manifestación de un republicano y socialista declarado. Y años más tarde hizo la incursión el intransigente obispo Pildain Zapian en una intolerante reprobación hacia el literato que se manifestó contra ‘la moral y las buenas costumbres’.

Sin embargo, los fustigadores criterios de todos sus contrarios a su libre pensamiento y manifestación en el contenido de sus temas en las obras, fueron baldíos para los razonados argumentos y la fuerte idiosincrasia personal y literaria que anidó, sin ambages, en el maestro. Todos ellos se tropezaron contra una roca intelectual y de principios. Una roca isleña que tuvo siempre sus humanas y humanísticas razones para escribir en plena libertad. Y muy poco o nada le importaron los halagos y las hipócritas glorias institucionales.

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