El blog de Carlos Sosa, director de Canarias Ahora
Desarticulando a Soria
De repente parece como si el paso de José Manuel Soria por la política (21 años de ejercicio simultaneándolo con los negocios, como parece demostrarse) hubiera sido una pesadilla. Salvo contadas excepciones no encuentras a nadie que se atreva a relatar alguna gesta impecable del que fuera traumáticamente expulsado del paraíso cuando se encontraba en la cúspide, a punto de entrar en las quinielas de sucesores de Mariano Rajoy. En su partido no quieren ya oír hablar de él porque les incomoda tener que defenderlo frente a la atronadora avalancha de descalificaciones que circulan por todas partes. Los pocos que lo veneran lo hacen en privado forzados por la exigencia de devolución de favores, pero hasta esa simpatía se agota con el paso del tiempo.
Que altos cargos de la Delegación del Gobierno y de la Jefatura Superior de Policía en Canarias le hayan prestado hasta ahora la protección estática en su casa de Tafira Alta y aun hoy le mantengan la protección personal con escoltas y coches oficiales en contra de los criterios de la Secretaría de Estado de Seguridad no es más que uno de esos ejemplos de reciprocidad debida. Pero pronto cualquier tipo de privilegio terminará desapareciendo por completo ante el riesgo cierto de que el mal fario que acompaña al todopoderoso exministro les acabe salpicando. Incluso penalmente.
El jefe superior de Policía de Canarias perdió los estribos la semana pasada con este asunto, y lo personalizó en el periodista de Canarias Ahora que se ha ocupado de desvelar el escándalo de la protección de Soria, Alexis González. No pudo reprimirse un muy democrático “¡me trae usted a sus fuentes!”, la primera tentación de cualquier franquista de pacotilla que cree que unos galones, un arma y mando en plaza le dan derecho a llevarse por delante derechos fundamentales. Tanto al comisario Moreno como a altos mandos de la Delegación del Gobierno en Canarias les ha irritado enormemente que hayamos denunciado públicamente los privilegios que aun hoy les siguen otorgando a José Manuel Soria algunos de sus más conspicuos lameculos, y lejos de ofrecer justificaciones convincentes han tirado por el atajo de los malos servidores públicos: tráiganme al mensajero para empurarlo.
Por encima de esas debilidades tan poco profesionales, lo cierto es que la Policía ha tenido que retirar a José Manuel Soria de su mansión de Tafira Alta la protección estática de la que venía disfrutando de manera injustificada. Un privilegio que no solamente nos ha costado a todos un dineral, sino también un agravio teniendo en cuenta la escasez de medios que padecen los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado como para andar con estos vestigios señoriales.
El exministro ya se ha hecho con un vehículo para trasladarse sin coste para los administrados. Es de la marca Audi, representada en Las Palmas por Domingo Alonso, S.A., empresa con la que mantiene un contrato de consultoría internacional que ahora presta a través de la empresa Sorben Partners y a la que visita a bordo de coches de la Policía custodiado por dos agentes, uno de ellos ejerciendo de chófer.
Esperando las memorias de Brufau
Pero la semana no solo fue aciaga para Soria por la retirada de la vigilancia estática en su mansión tafireña. Los tribunales de justicia le arrearon dos sonoros varapalos que ya no le afectan ni en lo personal ni en lo político. En lo personal porque -es fama- jamás le importó una higa conducirse como si fuera el dueño de la finca, sencillamente porque hasta ahora nunca ha tenido que responder con su patrimonio. Y en lo político porque a estas alturas ya hay poca gente que crea que podrá regresar algún día a esa noble actividad que él desprestigió constantemente.
La primera sentencia es del Tribunal Supremo y tiene que ver con las prospecciones petrolíferas que impuso frente a las costas de Lanzarote y Fuerteventura. Enemigo irreductible de las energías limpias de las que se mofó constantemente, impuso en toda España un frenazo a las renovables que en Canarias se convirtió en un golpe insultante. Lo acompañó -también marca de la casa- con la imposición de unas prospecciones que Repsol acometió “por el empeño del regulador”, según las palabras que pronunció el presidente de esa compañía, Antonio Brufau, en una visita propagandística a Las Palmas de Gran Canaria cuando sus servicios de comunicación comprobaron el desgaste reputacional que se les había venido encima.
El Supremo finalmente ha dado por extinguidos los permisos que otorgó José Manuel Soria. Y lo ha hecho en dos vertientes que deberían ser especialmente hirientes para el exministro: dando la razón a las instituciones canarias, particularmente al Cabildo de Lanzarote, que siempre clamó por esta vía, y sin sancionar a la petrolera tal y como él había instado por no conseguir que hiciera una segunda perforación en el Archipiélago tras ver fracasada la primera. Había que encontrar petróleo como fuera y en ese empeño Soria fue capaz incluso de enfrentarse a quienes habían sido sus acompañantes en esa terrible aventura fósil.
Habrá que esperar a que se publiquen las memorias de Antonio Brufau, si es que algún día se publican (él, a diferencia de Soria, no ha amenazado con hacerlo), para enterarnos hasta dónde llegaron las presiones “del regulador” y si esas presiones tuvieron alguna contrapartida.
Habrá protección para el Oasis
La tercera sacudida de la semana a José Manuel Soria tuvo su epicentro en el Oasis de Maspalomas, en el corazón de un espacio natural protegido de uno de los destinos turísticos más visitados de España que también mereció para el exministro de Industria y Turismo el más olímpico de sus desprecios. Una sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Canarias da la razón al Cabildo de Gran Canaria en la tramitación del expediente de Bien de Interés Cultural (BIC) que puso en marcha en su día José Miguel Bravo de Laguna de la mano del que fuera su consejero de Cultura, Larry Álvarez. Ambos alcanzaron dentro del Partido Popular de Canarias las más elevadas cotas de poder. El primero ganó la presidencia del Cabildo en lo que parecía que iba a ser el ocaso de su carrera política tras haber cedido en 1999 el liderazgo del partido al que por entonces era un político prometedor. El segundo fue durante años la mano derecha de Soria, el perfecto traductor de sus deseos y de sus órdenes, el ayudante de cámara que creyó ciegamente en el líder hasta el día que descubrió que no era infalible. Álvarez decidió ejercer la política no tan pegado a Soria y un día se abstuvo en los primeros presupuestos del presidente socialista del Cabildo, José Miguel Pérez. La bronca que le cayó encima fue inmisericorde y desde entonces quedó marcado para la posteridad.
Por eso quizás no le importó nada en absoluto lanzarse a tramitar un BIC en el Oasis de Maspalomas que irritaba especialmente al presidente de su partido y ministro del Reino. Soria se desgañitó contra aquella iniciativa y clamó por la libertad de empresa y la seguridad jurídica, principios rectores de la política social y económica sobre los que, en este aspecto concreto del Oasis, ya se han pronunciado en tres ocasiones los tribunales de justicia, primero anulando licencias y luego dando la razón al Cabildo: tendrá que haber BIC, salvo resolución de la superioridad judicial.
Ahora queda en manos del Cabildo conciliar todos los intereses en presencia: los de la protección del medio ambiente, es decir, de los ciudadanos, garantizando la preservación del espacio, y los de RIU de reformar y mejorar esa joya de hotel que tiene en medio del Oasis.
Se hará sin la siempre nociva influencia de José Manuel Soria, que también en esto de congeniar intereses fracasó.
Todo esto en una frenética semana en la que también supimos que el principal encartado en la trama eólica, Celso Perdomo, y su pareja, Mónica Quintana, se quedaban sin su abogado, Alberto Hawach, y pedían asistencia letrada de oficio. Una decisión que trae a la actualidad el primer caso de corrupción de la era de Soria en Canarias y que se quedó sorprendentemente en la puerta del que entonces era consejero de Industria, Luis Soria, el hermanísimo.
Empezamos con la Policía y terminamos con ella: fue la Policía la que entonces contagiada por el poder apabullante de José Manuel Soria impidió que nada de aquello le salpicara. Y lo que es mejor, hacer que le salpicara a algún socialista (a mayor abundamiento el que era editor de este periódico) en lo que fue la primera utilización perversa de los medios del Estado para atacar a desafectos al régimen.
Por fortuna, la gestión de este sujeto se va desactivando, no sin coste para todos, hasta ver si conseguimos el olvido.
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