Hay cosas en la vida de un empleado de empresa pública canaria que no tienen precio. Que te permitan viajar sin dar explicaciones a tu jefe; regresar a tu casa familiar cuando lo deseas, bien coincidiendo con una celebración personal, bien con unos carnavales, o bien con una festividad gay en el sur de Gran Canaria; alquilar coches descapotables o pernoctar en hoteles de cinco estrellas GL... son ventajas ciertamente impagables. Y tan impagables, porque generalmente no las paga el empleado, al que nadie mete en cintura por un miedo atenazante a que pueda ser verdad que está protegido por su cuñado, que viene a ser presidente de esa empresa pública y vicepresidente del Gobierno. Casi nada. La protección lleva a los directivos de la empresa pública en cuestión, Proexca, a tragarse el sapo de tener que soportar las críticas de que el caballerete disfrute de plaza de garaje en pleno corazón de Bruselas también pagada con el dinero de todos los canarios. Falta el capítulo de dietas, que son también sabrosonas y han vuelto a ser abonadas tras un paréntesis de prudencia que acabó un poco antes de que Zapatero anunciara el recorte de la Administración pública.