El caso de Larry Álvarez es más sangrante. Porque Larry fue como Claudio Alberto Rivero cuando entró en política a finales de los noventa. Se creyó el rey del mambo, el virrey plenipotenciario bajo el escudo del caudillo Soria y cometió todos los atropellos que un inexperto en política puede cometer. Y los cometió durante demasiados años hasta que, de repente, cambió por completo de rumbo un mes de diciembre de 2007, cuando decidió imponerse a las instrucciones de la superioridad absteniéndose en los primeros presupuestos que José Miguel Pérez, del PSOE, presentaba como presidente del Cabildo de Gran Canaria. Cayó en desgracia, o se confirmaba que caía en desgracia, porque la realidad era que ya no contaba en los planes del que había sido su mentor y el hidalgo del que fue servil escudero. Un giro radical en su vida personal transformó a Larry Álvarez en una persona distinta pero con un grave problema de supervivencia política que le vino a resolver de una manera valiente José Miguel Bravo de Laguna. El hoy presidente del Cabildo, una vez más, encontró una manera de hacerle un regate a José Manuel Soria, que le había ordenado que no lo llevara en las listas. Bravo cumplió esa instrucción pero, una vez convertido en presidente, lo nombró consejero no electo de Cultura. Honradamente hay que reconocer que Larry Álvarez lo ha hecho muy bien en ese puesto, sin estridencias, sin las burradas del pasado, el consejero ha gestionado con notable éxito ?incluido el propagandístico- un área que generalmente al PP produce ronchones. La sentencia del Constitucional, sin embargo, lo descabalga de ese puesto y, por no ser funcionario de nivel A, tampoco puede ser designado director general, lo que le supone regresar a la situación de disponible forzoso en que quedó en la primavera de 2011. El otro consejero no electo que cae es Máximo Bautista, que sustituyó a la rutilante Rosa Rodríguez, que echó un pulso a Bravo y fue premiada por Soria con un puesto de relumbrón y bien remunerado en Enagas. En estos momentos tiene que estar aplaudiendo con la orejas.