“Eran todos verdes y se empiezan a teñir de azul”. El comentario, realizado por lo bajini, era lo más repetido este viernes en la Jefatura Provincial de Policía de Canarias, la Supercomisaría, por lo que está pasando y va a pasar en Fuerteventura dentro de la Operación Botavara, ese pedazo de redada interpolicial contra el narcotráfico organizado dentro de las fuerzas de cuerpos de Seguridad del Estado. El ambiente está cargado, particularmente en la Comisaría Provincial de Las Palmas, donde los enanos le crecen a la jefa Sagrario de León como si fueran hongos en los pies. De escándalo en escándalo interno, de Lanzarote a Fuerteventura y tiro porque me toca, ahora tiene la comisaria y su jefe superior in albis que lidiar con la detención de un inspector del Cuerpo en Puerto del Rosario, y no por una borrachera cualquiera o un exceso de helicóptero de combate batiendo el valle de Mogán o la montaña de Tafira, sino por su implicación directa, desde la cabeza misma, en el tremendo bollo de mierda en que un grupo de guardias civiles, y ahora policías nacionales, han convertido Fuerteventura: agujero del narcotráfico policial y otras corruptelas derivadas. Ahí es nada. Deberán correr lo suyo las diligencias previas abiertas ya con 23 imputados, desde este viernes entrando como mancha de aceite en el azul del Cuerpo Nacional de Policía, pero de momento, con los datos que hay encima de la mesa sobre cómo se las gastaba el Marichal de turno, la pregunta sencilla es: ¿Si todo el mundo en Fuerteventura sabía que cuando la Jefatura mandaba coches camuflados de la Policía Judicial de Las Palmas, antes de que tocaran puerto ya estaban marcadas las matrículas para los malos, qué seguía haciendo ahí, en tareas portuarias, el pollo este? Es que son la leche, mi niña.