El blog de Carlos Sosa, director de Canarias Ahora
Puerto de La Luz: que prevarique el siguiente
Lo hizo con descarada voracidad el defenestrado José Manuel Soria mientras fue alcalde de Las Palmas de Gran Canaria y lo han imitado algunos de sus más aventajados discípulos. La práctica consiste en desoír cualquier advertencia de ilegalidad o directamente superar los límites de la prudencia y el sentido común en la confianza de que sean los que vengan detrás (aunque sean de otro partido) los que tengan que apechugar con las consecuencias, incluidas las sentencias contrarias de los tribunales de justicia.
Para la posteridad Soria y su equipo de secuaces dejaron en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria sonados ejemplos de urbanismo fallido como las torres del Canódromo, la Bioblioteca Pública del Estado o algunas ordenaciones en el barrio de Guanarteme, por poner solo algunos ejemplos. Jamás tuvieron que correr con responsabilidades personales, y las indemnizaciones o multas que han podido derivarse las pagan diligentemente todos los vecinos y vecinas de la ciudad con sus impuestos. El que viene detrás termina tapándolo, seguramente por temor a que el que venga detrás no lo cubra a él.
El paso por la presidencia de la Autoridad Portuaria de Las Palmas de algunos de los designados por José Manuel Soria ha dejado para ese organismo público un reguero infame de vergüenzas que estamos pagando todos mientras sus responsables directos -en unos casos por acción y en otros por omisión- se van de rositas y, a veces, hasta pretendiendo exigir cuentas a los demás. Ahí tienen, por ejemplo el caso de la ampliación del muelle de La Esfinge, la gestión de la estiba o la famosa gran marina, un inmenso pelotazo urbanístico que costó una millonada en rescate de concesiones portuarias de los que todavía nadie ha ofrecido una cuantificación económica que nos sirva a los contribuyentes para saber cuánto nos costó la mamarrachada.
Está por llegar otra apoteosis de la gestión catastrófica pasada, de la que por ahora tengo que guardar reserva. Pero por el momento quédense con lo que va a ocurrir este lunes en el consejo de administración de la Autoridad Portuaria de Las Palmas. Su presidente, Luis Ibarra, querrá compartir con los demás integrantes de este órgano un marrón que no se ha querido comer solo: la licencia a una compañía alemana de remolcadores para que opere en La Luz por debajo de los estándares exigibles.
Lo hará Ibarra consciente de lo que se le viene encima: si el consejo vota no, la compañía peticionaria, Odiel Towage, emprenderá acciones por lo que considerará una prevaricación (o la figura que más se le asemeje) amparándose en la accidentada y sospechosa gestión que ha tenido su expediente de solicitud. Y si vota sí, el consejo de administración habrá bendecido esa sospechosa tramitación de una solicitud que debió ser denegada desde el principio por la sucesión descarada de tratos de favor y los incumplimientos flagrantes del peticionario.
Todo proviene, cómo no, de la estapa de la presidencia del puerto de Juan José Cardona, el capitán de Vacaciones en el Mar, como se le conoce en el recinto por su afán por el pulido y abrillantado de su imagen y la escasa gestión de sus obligaciones. Cardona permitió que uno de sus más indeseables antecesores, José Manuel Arnaiz (el de la Gran Marina) campara a sus anchas por las oficinas y, en representación de Odiel Towage, consiguiera de una de las que fue su más estrecha colaboradora unas condiciones para la concesión de la licencia que nada tienen que ver ni con las especificaciones más recientes ni con una sentencia y unos informes que otra calamidad para los puertos, José Llorca, tuvo y retuvo en su despacho de la Presidencia de Puertos del Estado a la espera de tiempos mejores. Justo lo mismo que hizo con un demoledor dictamen sobre La Esfinge con el que intentó tapar otras vergüenzas de otros amigos que por entonces dejaban al descubierto sus más que escasas capacidades para la gestión.
El resultado es que pagamos los mismos de siempre. Y lo peor: sin enterarnos.
Que prevarique el que venga detrás, parece ser la consigna. Alguien tendrá que romper algún día el maleficio.
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