Circuló la noche del viernes por algunos ambientes políticos de las islas que Rita Martín, la consejera de Turismo del Gobierno de Canarias, arrojaba la toalla. Que se rendía, que dimitía, vamos, quizás harta de la mediocridad en que está sumida lo que es la política isleña, tan alejada de lo que es su vocación y de lo que es su capacidad de servicio y de transformar para bien lo que es esta sociedad. Hicimos un par de comprobaciones y llegamos a la conclusión de que Rita y su loqueismo siguen ahí, impasible el ademán. Sin embargo, hemos de confesar que de un tiempo a esta parte nos invade cierta inquietud por la inclinación que detectamos en esta consejera hacia su isla natal, Lanzarote. Cada vez se prodiga más por allí, y muy especialmente en relación a Puerto Calero, una de las urbanizaciones con muelle deportivo más punteras del Archipiélago, propiedad de su amigo Pepe Calero. La doña no se pierde una de lo que allí ocurra.